Siento mucho lo que le ha ocurrido a mi amigo Sergio Micco. No me cabe duda de que es un gran defensor de los derechos humanos y que lo que ha tenido que soportar en estos meses es la cultura de la cancelación.
Una breve descripción de mi relación profesional con él. Con Óscar Landerretche, cuando fue director de pregrado durante mi primera decanatura en la FEN, 2010 a 2014, invitamos a Sergio a hacerse cargo de un conjunto de cursos introductorios a las ciencias sociales. Pensábamos que era un académico ideal para darles a nuestros estudiantes de Economía y la Administración de Negocios una amplia perspectiva, provenientes de otras ciencias sociales. Sergio acometió esta tarea con mucho entusiasmo e imprimiéndole la amplitud de miras que deseábamos para esta tarea. Acercó a la facultad a muchos intelectuales tanto de izquierda como de derecha, lo que les dio a los estudiantes visiones de puntos de vista distintos.
Personalmente, no me cabe duda de que Sergio Micco es muy idóneo para el cargo que ejerció hasta su forzada renuncia. Algunos quisieron infligirle una derrota a cortas semanas de cumplirse su período en el cargo de director del INDH. Quizás sea por el hecho de militar en la Democracia Cristiana, cuando algunos creen que los partidos de extrema izquierda son los únicos custodios del respeto irrestricto a los derechos humanos.
No lo sé. Lo que le ha sucedido a Sergio Micco es un símbolo de lo que es Chile hoy: usar la descalificación como manera de argumentar y actuar. Si no podemos terminar con las animadversiones extremas entre chilenos, estaremos divididos en bandos opuestos que nunca podrán conversar entre ellos, porque el mero acto de ser de un bando que no es el propio ya los descalifica para el diálogo. Los resultados de estas actitudes son todos negativos: es casi imposible hacer buenas políticas públicas, debatidas ampliamente sin agredir a quienes sostienen opiniones distintas a las propias; es en este ambiente enrarecido y crispado que estamos debatiendo sobre una nueva Constitución. Mientras tanto, las empresas reducen sus inversiones y el país crece a tasas cada vez más exiguas.
Debemos avanzar hacia encontrarnos, logrando así una verdadera revolución espiritual entre nosotros. Nadie tiene la verdad. Apenas tenemos nuestras propias verdades, que no son más que visiones parciales de la realidad. El diálogo y el encuentro nos enriquecen. Mi llamado no es solo a personas como aquellas que han llevado a Sergio a renunciar. Es a todos los chilenos que participamos en el debate nacional: a los de izquierda y a los de derecha. Necesitamos las opiniones de todos. Nadie sobra. (La Tercera)
Manuel Agosin