Sheinbaum, entre el síndrome de Electra y el Grupo de Puebla

Sheinbaum, entre el síndrome de Electra y el Grupo de Puebla

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“Un tigre suelto en una granja de corderos”. Así retrató a Andrés Manuel López Obrador el reconocido intelectual mexicano Héctor Aguilar Camín. Sin dudas, un gran acierto descriptivo. Habría que añadir que el pilar fundamental de su liderazgo fueron sus estentóreas “mañaneras”, convertidas en verdaderas agendas de gobierno. Ambos asuntos hablan de lo difícil que será para su sucesora, la recién electa Claudia Sheinbaum, instalar un tipo de conducción propio. Sea de continuidad o de ruptura con AMLO.

Las dificultades radican en que la política no sólo se compone de elementos estéticos y recursos retóricos, de los cuales parece carecer la circunspecta nueva Mandataria. También de las particularidades de la presidencia en México.

Desde luego, nadie duda que Andrés Manuel López Obrador introdujo elementos muy propios. Personalista como pocos. Siempre al grano y machacón. Dueño de una narrativa que tocaba el alma de los sectores más desposeídos. Todo, además, aderezado con innegables trazos de excentricidad.

Las particularidades del cargo presidencial en México fueron magistralmente analizadas por Enrique Krauze en su obra La Presidencia imperial. Allí se aprecia cómo éstas se correspondieron más bien con fuertes estructuras administrativas, relativamente autónomas, teniendo todas al PRI como su matriz. Era un conjunto compacto, donde las grandes decisiones estuvieron siempre en línea con un catálogo de normas no escritas. Democracia cromática la llamó López-Portillo.

Aquel esquema se agotó y el PAN, en sus dos sexenios, no logró asentar algo nuevo. La originalidad de AMLO fue entonces haber captado la necesidad de reenfocar la política mexicana basándose en la naturaleza del antiguo PRI. Lo logró con su partido Morena. Creado en 2011, lo convirtió en el protagonista absoluto de la vida política del país y consiguió la hegemonía. Las dudas que asoman ahora en la superficie versan sobre el camino a tomar por su sucesora tras imponerse en las elecciones.

Transcurridas un par de semanas desde su victoria, nadie es capaz de indicar con exactitud de qué forma el mandato de Sheinbaum se entrelazará con las sombras de AMLO. A pesar que éste anunció su pronta jubilación y retiro a un alejado rancho que compró en Chiapas, la realidad es que juega a un activo sigilo. Como viejo felino se autoimpondrá la misión de ver el comportamiento de los corderos en la nueva granja. Estará atento a los nuevos vientos y vaivenes. Presto a acudir en auxilio. Dicha actitud va acorde con una antigua tradición presidencial situada en los orígenes del PRI, el “Maximato”. Sin embargo, la tradición también indica que esta práctica suele terminar mal.

Sheinbaum mira, por ahora, todo con cierta distancia. Parece “un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma”, como solía decir un avezado político británico ante situaciones imposible de resolver mediante un razonamiento lógico.

A vuelo de pájaro, y sabiendo que ella y su entorno están aún en resaca postelectoral, tres son los grandes nudos a resolver por la nueva Presidenta.

El primero es si será capaz de superar aquello que Carl G. Jung denominó síndrome de Electra, respecto a AMLO, y que fue la tracción fundamental que la llevó al poder. Si se sigue el razonamiento jungiano, podría abrirse la opción de una versión mexicana de chavismo. Eso implicaría que Sheinbaum termine ejerciendo funciones más bien representativas y AMLO sea visto como el “máximo jefe”. Un México de tales características terminaría conectado a cuanta causa progre circule por el continente.

Esta opción no es descabellada. Apenas Sheinbaum se encontraba celebrando, aparecieron esos infaltables visitadores del Grupo de Puebla. Los ya clásicos merodeadores de triunfos electorales intuidos como afines. En esta ocasión se hicieron presente Alberto Fernández, Evo Morales, Rodríguez Zapatero y otros de menor pelaje. Se les vio alegres, pero cautos. En los videos disponibles no se aprecian los palmoteos característicos ni el aplomo vociferante ante esas victorias sentidas como propias. No. Se divisaron sonrisas más bien tímidas, como buscando ojos cómplices. La “compañera Claudia” recibió del grupo algunos obsequios. Objetos de pueblos ancestrales andinos que fueron recibidos con recato.

Puede afirmarse que es en este primer nudo donde subyace la tentación a introducir reformas peligrosas para la estabilidad democrática. Los sectores más jacobinos de Morena (los anfitriones del Grupo de Puebla) anunciaron durante la campaña electoral su intención de introducir el voto popular para los integrantes de la Corte Suprema, suprimir el Instituto Nacional de Transparencia y modificar sustancialmente el Instituto Nacional Electoral. Si todo eso ocurre, Morena empezaría a actuar con la lógica de partido único y México entraría definitivamente en un ciclo distinto.

También en este punto se observa un fuerte desafío a los partidos opositores. Tras estos comicios quedaron sumidos en una peligrosa orfandad de liderazgo. No se les ve un futuro auspicioso, si continúan enfrascados en rencillas internas y si no logran generar un esquema de contrapesos. La estabilidad de la democracia mexicana dependerá mucho del comportamiento opositor.

Luego, un segundo nudo emana de la eventualidad de ver a Claudia Sheinbaum saliendo efectivamente del cascarón de AMLO y manteniendo al Grupo de Puebla a prudente distancia. Tal eventualidad podría desembocar en una propuesta nueva, con ciertos toques de renovación. Hay algunos optimistas con esta perspectiva. La centralidad en esta línea la tendría Juan Ramón de la Fuente, un antiguo rector de la UNAM y figura aglutinadora de los apoyos alcanzados en sectores medios e intelectuales. Aspiran a un gobierno más tecnócrata y quizás más preocupados de la transición verde que de andar alentando causas añejas como lo hacía AMLO. Baste recordar las disparatadas aventuras en Perú, Ecuador y Bolivia.

Finalmente, el tercer nudo a resolver es la situación de las FF.AA. y de la seguridad en el país. Los números heredados de la era AMLO son sencillamente pavorosos. Más de 170 mil asesinados producto de una criminalidad organizada completamente descontrolada. En esta materia, se trató claramente de un gobierno fallido. Ni siquiera el mismo proceso electoral pudo ser pacífico. Cerca de dos mil candidatos renunciaron a su postulación por temores varios. Cuarenta murieron en hechos de violencia. Con estas cifras, en varios países se habrían tomado medidas de urgencia y una gran cantidad de voces habría pedido anular los comicios. Poco se sabe de la relación que ha tenido Sheinbaum con las FF.AA.

La violencia inaudita es punto recurrente a la hora de buscar explicaciones acerca de cómo pudo producirse un triunfo tan contundente. Si se tiene en consideración la aplastante victoria obtenida en los estados más pobres, se puede deducir que los planes sociales masivos y focalizados de AMLO, parecidos a los de Lula en Brasil, surtieron efecto. En los estados más ricos, el margen fue notoriamente menor. Luego, hubo masivas fiscalizaciones de los más de 30 millones de beneficiarios de aquellos planes. Hay un estudio que indica que el 64% de los beneficiarios aseguraba votar por Sheinbaum. Queda clara entonces la tremenda intervención del gobierno. Todo en la línea de aterrorizar a los más desposeídos. La advertencia era clara. Si ganaba Xóchitl Gálvez, sería el fin de los programas social.

En resumen, la licenciada en Física que toma el mandato del país deberá dilucidar la forma en que administrará los innumerables desafíos que se le avecinan. La tentación a aplicar el prisma de las ideologías progre -con las rigideces propias de las interseccionalidades que estas significan- podría significar complicaciones nada menores. (El Líbero)

Iván Witker