Se cumplen siete años aunque intermitentes (con un respiro más o menos entre medio), en que Bachelet ha sido presidenta. Siete años es mucho tiempo en política. Royer-Collard, el liberal doctrinario francés de la segunda Restauración, que presidiera la Cámara de Diputados, emplazaría en una ocasión a sus colegas con las siguientes preguntas: “¿Ha habido algún sistema, algún ministerio, alguna verdad, alguna reputación política que haya durado siete años? ¿Qué será de nosotros, qué de vosotros dentro de siete años?” Bachelet es prueba fehaciente de ello. Nadie sale bien parado después de tanto tiempo. Año que pasa, año que menos se soporta. A Cristina Fernández hubo que aguantarla ocho años.
El registro del desempeño de Bachelet está a la vista. Si alguna vez alcanzó un 85% de aprobación, hoy día su rechazo ronda en 74% habiendo llegado antes al 77%; por lo visto, gatilla reacciones ciclotímicas entre los chilenos. Su gobierno nos tiene en plena incertidumbre; no se sabe para dónde va el país. Su irrupción en la política coincide con la destrucción de los partidos, en especial los de su propia coalición, sin haber podido convertir a los movimientos sociales en fuerzas alternativas disciplinadas.Ha empoderado a ciertos grupos (mujeres y jóvenes) pero sin que hayan dejado de ser meras agrupaciones de presión. Según voceros de estos grupos, Bachelet ha alcanzado a cumplir menos del 50% de lo que prometiera hacer.
No hay que autocalificarse de “ciudadano inteligente”, sin embargo, para darse cuenta que su capacidad de gestión es de lamentar. El actual crecimiento de la economía es demasiado bajo para un país como Chile. Su incompetencia para responder a emergencias ha quedado en evidencia repetidas veces (Transantiago, 27F, incendios forestales). Su disposición a reconocer errores ha sido baja si no nula; ha preferido salir diciendo que debió haber confiado en “pálpitos”, cuando no simplemente se ha victimizado, y ha culpado a gobiernos anteriores, terminando encapsulada en torno a incondicionales.
Ha puesto la posición de Chile en el contexto continental a la defensiva. Insiste en sostener que su “legado” va a ser en educación pero no somos pocos que pensamos que ha sido un desastre, muchos de los problemas siguiendo igual de mal, si no peor (lo de la Constitución también un lío). Acusaciones de corrupción han apuntado a miembros de su familia, comprometiendo la reputación de la presidencia. Ha sido cercana a las FF.AA., pero éstas, también, en su actual gobierno, han caído bajo la mira por motivos similares.
Su principal tanto es haber cambiado la agenda social en cuanto a igualdad y toma de conciencia de que existirían sectores que merecen un mejor trato. Propósitos válidos, pero a costa ¿de qué? ¿Medidas populistas como bonificaciones, gratuidad, y un discurso antielitista si no populista, radical y polarizador? ¿Es que sus dos gobiernos han sido para solo algunos, no todos los chilenos? ¿Ello, un logro o, a la postre, un desacierto? El futuro lo dirá. (La Tercera)
Alfredo Joselyn-Holt