Hemos tenido varios esta semana. El más comentado es el de Ricardo Lagos, quien además de su visita a La Moneda en ausencia de la Presidenta, con la cual apoyó a Jorge Burgos y sus esfuerzos por la gradualidad, da una extensa entrevista en Sábado de El Mercurio que confirma lo que todos pensábamos: el hombre piensa en la Presidencia de la República.
Tanto es así, que la entrevista termina con una alusión a la segunda presidencia de Arturo Alessandri, donde Lagos, en una suerte de acto fallido o desliz freudiano, dice algo así como que él no llegaría a La Moneda en los brazos de la derecha.
Y es que justamente eso es lo que desvela a Lagos. Su figura, a estas alturas, parece concitar más apoyo en la derecha que en la izquierda, sector este último desde donde han provenido fuertes ataques al ex Mandatario por lo que consideran una deslealtad con la Presidenta Bachelet. Quienes defienden a Lagos, aseguran que no hay tal deslealtad, pero lo que sí parece estar surgiendo, como una sombra, grande y que pisa fuerte, es el contraste entre ambos y la constatación de que aquí estamos ante un vacío de poder.
Lo que es más grave para el gobierno es que esta soterrada pugna y alineamiento, ya sea detrás de la Presidenta o de Ricardo Lagos, cuyas expresiones en varios otros pasajes de la entrevista deben haber irritado a la Presidenta, parece estar permeando a otros niveles de la administración y en el Congreso. Así vemos como en salud el oficialismo tiene fuertes diferencias en relación al AUGE, creación de Lagos; como también que en materia educacional se empiezan a manifestar importantes discrepancias en relación a la reforma; y en vivienda al interior del gobierno hay gran controversia acerca de los anuncios de la ministra en el sentido que el Ministerio sería una suerte de agente inmobiliario.
Pero como a Lagos no le gusta que se le identifique con la derecha, se preocupa en esa misma entrevista de aclarar que él está de acuerdo con los objetivos del programa de Bachelet y sus diferencias están más bien en la implementación, donde él se muestra como decidido partidario de la gradualidad.
Con toda su fuerza, Lagos aún no se ha enfrentado explícitamente al programa, aunque algunas de sus frases dan a entender que uno de los errores que se cometieron en su puesta en marcha están relacionados con un problema de liderazgo.
Y hay una base de verdad en eso, porque descorriendo el velo del fracaso en la realización de las reformas de Bachelet, tenemos otro sinceramiento: surge muy nítidamente que algunas de las fallas del programa tienen que ver con la captura del gobierno por parte de grupos de interés. Así, la reforma educacional parece más una reivindicación de los líderes del movimiento estudiantil y de las universidades estatales agrupadas en el CRUCH, que un intento por mejorar la equidad y el acceso en la educación superior.
En la reforma laboral, por su parte, los cambios que se pretenden introducir, que impiden la formación de grupos negociadores al margen del sindicato y no permiten a los trabajadores decidir cuándo quieren poner término a una huelga, por dar dos ejemplos, parecen atender más a los intereses de los sindicatos que a los de los trabajadores, que pierden poder de decisión y autonomía con estas disposiciones.
Lagos cree establecer muy claramente una diferencia en este aspecto y por eso es crítico de este gobierno. Su implementación del AUGE tuvo gran oposición entre gremios de la salud, pero lo llevó adelante, dando muestras de su liderazgo.
El sinceramiento que falta es reconocer que el programa de gobierno de Bachelet era completamente insensato. No sólo por la absurda pretensión de realizar en cuatro años reformas estructurales de esta magnitud, sino además por la inexcusable improvisación que mostró el gobierno. La reforma educacional es paradigmática en eso: después de dos anuncios distintos, todavía no está definida la emblemática gratuidad en la educación superior.
Lagos puede exhibir una diferencia en esta materia, pero no nos engañemos: la gradualidad es una trampa. Malas reformas hacen daño, sea éste inmediato o a fuego lento. Pero eso es materia de otro trago como dice un amigo.