Este domingo el mundo occidental se vio nuevamente sorprendido por los resultados de unas elecciones que provocan interpretaciones y preocupaciones. Hay aspectos que están bastante claros, como la derrota en Italia de la centroizquierda liderada por Matteo Renzi, que llegó a un magro 18% de los votos. Esto ha significado, rápidamente, su dimisión y su paso a la oposición.
Sin embargo, el resultado es menos patente en relación a los vencedores. Queda bastante claro que el Movimiento 5 Estrellas, que fundó Beppe Grillo y que ahora dirige Luigi di Maio, logró un excelente 32% de los sufragios. En la derecha, el resultado también fue novedoso: la Liga Norte, de Matteo Salvini, obtuvo un 17,5%, superando a Forza Italia, del ex gobernante Silvio Berlusconi, quienes sumados obtienen una mayoría parlamentaria.
Como suele ocurrir en los regímenes parlamentarios, esto no da un ganador claro, y tanto 5 Estrellas como la Liga reclaman su mejor derecho a gobernar. Sin embargo, esto un trabajo adicional, pues requiere acuerdos, alianzas más amplias que no siempre son bien vistas por los electores. Por lo mismo, está claro que se termina una etapa en la historia reciente de Italia, pero no queda igual de claro cuál será la etapa que comienza.
Del proceso vivido por los italianos podemos obtener algunas lecciones importantes. La primera es que hubo una gran participación electoral, que superó el 73%. En un momento en que las democracias aparecen algo gastadas y la población emerge especialmente crítica, es valioso el nivel de participación alcanzado en la península, que permite dotar de legitimidad al sistema y fortalecer a quienes han obtenido escaños parlamentarios y aspiran a gobernar o a ser oposición.
Sin embargo, hay otro tema que no siempre es bien analizado y que ya había mostrado antecedentes en comicios anteriores. En lo esencial, se ha producido en Italia una especie de rebelión electoral que ha determinado la caída de corrientes tradicionales, como el socialismo, mientras emergieron con fuerza el populismo y las posturas antisistema. La Liga y 5 Estrellas son críticos con el modelo sociopolítico italiano, por lo que su crecimiento y alta representación es un factor de indudable de inestabilidad del sistema político, pero también son muy representativos del pensamiento y los sentimientos de los ciudadanos de estos tiempos. En la práctica, hay un rechazo a los partidos históricos, que ya había afectado a la Democracia Cristiana de manera inapelable a fines del siglo XX y que encuentra otras víctimas políticas en los socialistas, que han sufrido resultados iguales o peores en otros lugares de Europa, e incluso del mundo.
La decadencia del socialismo tradicional, de la socialdemocracia —o de la Tercera Vía, como la llamó Anthony Giddens—, es una de las novedades más importantes de la política mundial en el siglo XXI. Esto es algo que se ha repetido en distintos lados, lo que no deja de ser llamativo, considerando que esta izquierda fue, aunque no sólo ella, un factor decisivo en la consolidación de las democracias europeas en el siglo XX; además representó un factor de moderación en medio de la vorágine revolucionaria y totalitaria que por momentos fascinó a grupos amplios de la población y controló a numerosos países; al finalizar el siglo XX y frente al derrumbe de los socialismos reales, fue una alternativa seria dentro de las democracias liberales triunfantes en gran parte del mundo.
Por lo mismo, llama la atención la incapacidad —o falta de interés— de la izquierda tradicional para revertir esta tendencia. El auge de los populismos, como ellos mismos se llaman dentro de la crítica al sistema liberal, o de movimientos nacionalistas, debería ser mirado con atención y, en el caso de los socialistas, podría significar un desafío intelectual y político como lo significaron el comunismo y el fascismo en la primera mitad del siglo XX, o como diversas alternativas políticas desde la Segunda Guerra Mundial en adelante. Curiosamente, los socialistas parecen abrumados con la situación, más que motivados a la acción.
Dentro de la izquierda, los íconos de esa tendencia en el cambio de siglo, que en su momento eran símbolos de renovación y futuro, hoy son escasamente recordados y muchas veces incluso incomprendidos o despreciados. Tony Blair en Inglaterra, Gerhard Schröder en Alemania, Fernando Henrique Cardoso en Brasil o Ricardo Lagos en Chile son ejemplos representativos de los éxitos de hace un par de décadas. Hoy, a falta de referentes mundiales en la política práctica, quizá estos socialistas deban mirar a la teoría, replantear desde su propio mundo cultural cuáles serían los desafíos de la democracia y la economía en una sociedad muy distinta a la de hace un siglo y también muy diferente a la de finales de la Guerra Fría. Renzi intentó hacerlo, y pensó que era necesario superar la dicotomía libertad/igualdad para distinguir a la derecha de la izquierda (analizando el libro de Norberto Bobbio que trata sobre esas dos grandes corrientes), y así pensar en una oposición basada en los conceptos conservación/innovación. La derrota en las urnas pone en entredicho su esfuerzo, que ya había sido criticado antes, así como muchos habían recelado del carácter huidizo de Renzi, que prefería ser de centroizquierda a aparecer pura y simplemente como de izquierda.
Vale la pena pensar el asunto en un contexto más amplio. Después de todo, las elecciones en Italia no sólo representan una interesante fórmula de análisis político local, sino que nos muestran algunos fenómenos que se están repitiendo con fuerza en distintos lugares del mundo. Por lo mismo, vale la pena mirarlos con atención y estudiarlos con inteligencia, sacando las correspondientes conclusiones hacia el futuro. (El Líbero)
Alejandro San Francisco