Sociedad digital: seguir los pasos de Estonia-Úrsula O’Kuinghttons

Sociedad digital: seguir los pasos de Estonia-Úrsula O’Kuinghttons

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Para que la transformación digital funcione, “debes pensar como Steve Jobs lo hizo, desde el punto de vista del consumidor”, me explicó hace unos meses Thomas Hendrik Ilves, ex presidente de Estonia (2006-2016), quien astutamente pensó su país desde el punto de vista ciudadano.

Un paso que, tras la Presidencia, le llevó hasta California para nutrirse de las últimas tendencias, aunque, si se trata de este hombre, será más bien de retroalimentación, ya que también aportará experiencia y conocimiento de lo ocurrido en su país durante su estancia en el centro internacional de seguridad y cooperación de la Universidad de Stanford, una labor que realiza en paralelo al grupo de trabajo  Blockchain en el Foro Económico Mundial.

El ex mandatario, que tradicionalmente viste con traje y  humita, ayudó a levantar la nación de 1.3 millones de habitantes hacia la senda tecnológica para hoy ostentar el título de ser la nación más digital y emprendedora de Europa. Donde sus ciudadanos pueden votar, pagar impuestos, chequear archivos médicos e incluso registrar una empresa en cuestión de minutos. Todo, sin moverse del sofá de casa.

La capital del país, Tallin, de 400 mil habitantes, ofrece  Wi-Fi gratuito desde que se pone el pie allí para que cualquier persona pueda gozar de las ventajas del país digital. Un programa que se gestó el año 2000, cuando Estonia se convirtió en el primer país del mundo en declarar el acceso a Internet como un derecho humano básico, al igual que el alimento. Ese mismo año se aprobó una ley que otorga a las firmas digitales el mismo peso que a las escritas a mano. Un pequeño gran salto que le llevó a ahorrar tiempo, tinta, papel y dinero en trámites burocráticos.

Un salto que Estonia actualmente promueve en el espacio europeo desde que el pasado mes de julio asumió las riendas de la presidencia de la Unión Europea. Siim Sikkut, director de información del gobierno de Estonia, cree que debería haber una unificación burocrática dondequiera “que vayas en Europa para trabajar o vivir”, para que los países compartan la información de cada ciudadano. Así, no se tendría que cargar con carpetas de papeles cada vez que se muda de un país a otro, sobre todo, a la hora de solicitar los beneficios de servicios públicos, como en salud y educación.  En el sentido práctico, a Estonia le gustaría conectar  digitalmente a todas las administraciones europeas.

El impulso de esta nación por construir un país digital emerge en 1991, año en que rompió lazos con la era soviética. Por aquel tiempo, desde las cenizas comenzaron a levantarse. Lo primero fue tomar el toro por las astas y así promover el crecimiento para que el ambiente empresarial fuera más favorable para los emprendedores.

Una de las primeras iniciativas fue fomentar el emprendimiento para que los empresarios no tuvieran que esperar en oficinas públicas para presentar documentos oficiales al gobierno –hay servicios en línea para eso–. En su lugar, los contratos se realizan digitalmente, dondequiera que se esté en el mundo y en cuestión de segundos. Las declaraciones de impuestos y otros actos de gestión de negocio, también son digitales. Así, en vez de dedicar tiempo a la burocracia, los empresarios pueden dedicar más tiempo a lo que más importa, que es hacer crecer sus negocios.

En términos económicos, el gobierno digital ha ahorrado mucho dinero. Y la carga de deuda soberana es de las más bajas entre los países de la UE, con un 10% del PIB. La recaudación de impuestos digitales también ha hecho que el sistema fiscal estonio sea el más eficiente de la OCDE.

Pero para que todo esto fuera un éxito, se debió tomar una decisión muy poco popular: que fuera obligatoria. Por ello, al nacer, a cada persona se le asigna un número único de 11 dígitos, un identificador digital que a partir de entonces será clave para operar en casi todos los aspectos de la vida de esa persona. Esta versión de país del futuro comienza desde la más tierna infancia, con niños que aprenden a programar en el colegio. Si no lo hubieran hecho así, “no habría sido posible coordinar el sector público y privado”, asegura Toomas Hendrik Illves. (El Mostrador)

Úrsula O’Kuinghttons

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