El artesano de partida entiende la importancia del esbozo, de la falta de conocimiento acabado en el momento de embarcarse en una empresa, cualquiera sea su tipo. Acepta, como lo voceara Voltaire, su propia imperfección. Por lo mismo no tiene la pretensión de lograr algo completo y acabado de una vez: prefiere en cambio construir una estructura provisional que sea capaz de evolucionar.
El artesano es altamente sensible a la dificultad, a la limitación, al accidente. Evita la persecución implacable de un problema y sabe cuándo es el momento de parar, aun dejando cuestiones sin resolver, porque es probable que más trabajo solo empeore las cosas. Prefiere esperar hasta contar con el conocimiento y las circunstancias que permitan atacar el problema nuevamente. Dicho de otro modo, no libra una guerra contra las resistencias, sino que busca comprenderlas e identificarse con ellas.
El artesano sabe que «aplicar la fuerza mínima es la manera más eficaz de trabajar con la resistencia». Busca por lo mismo el elemento del problema que menos oposición ofrece y trabaja con él. Porque a diferencia de lo que suponemos, no porque sea más fácil de abordar el problema es más pequeño. La importancia de los problemas no se mide según su nivel de resistencia, sino según el efecto que produzca su superación. El artesano no enfrenta entonces las grandes dificultades primero, para luego ir a las más fáciles o a los detalles: actúa en sentido opuesto, enfocándose primero en un punto débil, aunque se vea pequeño o marginal, para avanzar a partir de ahí.
El artesano admite que el progreso nunca es lineal; que la habilidad consiste en saber moverse de manera irregular, a veces dando rodeos y aprovechando rachas, en lugar de lidiar obstinadamente con aquello que parece más grande e inalcanzable. Asume que la reparación es tan creativa y difícil como la invención de un objeto nuevo. En el proceso de trabajo va sumando nuevas técnicas, pero jamás olvida o deja de lado las técnicas tradicionales, o las que había usado antes.
Los malos discípulos de Charles Darwin creen que el mundo natural es solo un lugar de lucha, que la sociedad está regida por el interés egoísta, y que cualquier cooperación altruista brilla por su ausencia, en circunstancias que la clave de la supervivencia está en trabajar en colaboración con la resistencia. Lo demás, afirma Sennet, es una «fantasía machista».
El artesano practica la cooperación, un intercambio donde todos los participantes se benefician, pues consiguen algo que no podían lograr individualmente, debido a que requieren de más manos, de otros talentos, de diferentes experiencias y conocimientos. Conseguirla no es baladí. Exige escuchar bien a los demás, comportarse con tacto, manejar el desacuerdo, evitar la frustración, contener la irritación cuando la discusión se pone difícil y buscar puntos de entendimiento. El mejor ejemplo son los músicos en una orquesta, que al escucharse unos a otros identifican las deficiencias en el sonido, tanto las propias como las del conjunto. Esto demanda algo que el artesano conoce bien: el ensayo y la repetición.
El artesano prefiere mostrar que hablar: se comunica con las cosas que hace, no con palabras. Pero su ética podría servir a un buen gobierno. Por esto me he permitido esta recomendación.