Tironi y las evasiones: “Son más un minuto de furia que una...

Tironi y las evasiones: “Son más un minuto de furia que una causa política”

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Eugenio Tironi –doctor en Sociología, escritor, columnista y presidente ejecutivo de la consultora Tironi y Asociados– ha observado esta semana con especial atención la evasión masiva en el metro de Santiago.

Se trata de un malestar difuso y múltiple que ha sido bastante estudiado luego de los chalecos amarillos en Francia”, analiza en su oficina de Rosario Norte.

–¿Con qué tiene que ver este malestar difuso?

–Con el costo de la vida y las dificultades para llegar a fin de mes, que no aqueja tanto a los grupos más vulnerables –que están adaptados, cuentan con subsidios y tienen contenidas sus expectativas– como a los grupos medios golpeados con estos temas del transporte, el precio del metro, las tarifas de las autopistas. El caso de Francia, por ejemplo, fue por el alza de la revisión técnica. Además, esta forma de protesta está muy de moda: transgredir masivamente la norma que hace colapsar el sistema policial y legal, sin necesariamente recurrir a la violencia. Una sociedad de mercado descansa sobre una serie de aceptaciones tácitas que, si de pronto comienzan a vulnerarse y a transgredirse, dejan de tener eficacia.

–¿Por ejemplo?

–La corriente de recurrir a los tribunales frente a un servicio privado que a uno no lo deja satisfecho y encontrar la acogida. Hoy día hay como una revisión a las reglas básicas del funcionamiento de una sociedad de mercado.

–¿No es el mismo malestar de 2011? También se hablaba del descontento de los grupos medios.

–En 2011 estaba enfocado en la educación: que tenía un costo muy alto respecto a la calidad y a las oportunidades que realmente terminaba por ofrecer, lo que rápidamente se tradujo en una agenda programática. En 2011 había ciertos cabecillas e institucionalidad, como las federaciones estudiantiles. Aquí no hay nada de eso.

–El malestar que se expresa en las evasiones masivas en el metro, ¿podría convertirse en un fenómeno permanente en la sociedad chilena?

–Me temo que sí. La tentación a transgredir las normas que parecen naturalizadas y automáticas y que hacen que funcione esta sociedad de mercado, va a ser cada vez más creciente. Y la capacidad de aplicar la autoridad y a veces la fuerza policial, represiva y el castigo para evitar ese desborde, es cada vez menor.

–Para no confundirse: lo que usted dice no significa que los chilenos quieran cambiar el modelo, ¿no? Ya hubo un gobierno -el de Bachelet dos– que interpretó de esa forma la sociedad…

–No, para nada. En ese sentido es interesante analizar el caso de los chalecos amarillos, porque en ese caso tampoco hay una interpelación al modelo ni al sistema. Son demandas más difusas que se confunden entre ser de izquierda y de derecha. Lo que las reúne en general es una indignación hacia los grupos dirigentes y privilegiados.

–¿Quieren más y mejor mercado?

–Ni siquiera eso. Yo creo que es algo más instintivo, menos racional. La gente dice: “Estoy viviendo muy a tope. Y de pronto, ante cualquier hecho que haga que el agua me suba aún más al cuello, yo voy a tener mi minuto de furia”. Aquí hay más un minuto de furia que una causa política. “Si me invitan por las redes sociales a expresar mi furia a través de algún acto que ponga de relieve esta sensación que yo tengo de ahogo, me voy a sumar. Además, no tiene demasiado costo para mí. Más bien es liberador. Me permite emanciparme, al menos transitoriamente, de esta rabia, ira e impotencia”.

–Estos nuevos fenómenos complejizan aún más la labor de los gobiernos…

–Mucho, mucho, mucho. Se hace mucho más difícil gobernar porque es más difícil ejercer la autoridad. Las personas tienen más recursos para resistirse: redes sociales, los medios de comunicación, la posibilidad de salir a las calles a protestar, cerrar un camino o recurrir a los tribunales. Y muy importante: hay una menor disciplina y confianza y subordinación a las leyes de la economía. A que las cosas cuestan. “Yo tenía entendido que los medicamentos costaban determinado valor, pero parece que no cuestan determinado valor. Hemos estado engañados”. Un mecanismo fundamental de gobernanza de las sociedades contemporáneas ha sido la fe en ciertas leyes de la economía que ahora están siendo cuestionadas. Y súmele este sentimiento de que viene el apocalipsis y el fin del mundo…

–¿Por el cambio climático?

–Por el cambio climático, claro. Eso aumenta ciertas preocupaciones en la vida cotidiana, pero también cierto nihilismo. “Mira, en realidad, si estamos a pasos de extinguirnos como especie, ¡no voy a estar pagando el metro!”.

–¿Qué piensa usted sobre el cambio climático?

–Estoy plenamente convencido de que el cambio climático es una amenaza real sobre la vida del planeta. Ahora, que esto lleve a una suerte de histeria colectiva y a un sentimiento de pánico o de pesimismo, lo encuentro súper peligroso.

–¿El presidente Piñera y su gobierno han contribuido en Chile a una especie de histeria colectiva?

–No, para nada. En absoluto. Yo aplaudo lo que ha hecho el gobierno chileno.

–¿Si?

–Lo aplaudo sin ningún escrúpulo, aunque creo que es algo que tiene una cierta línea de continuidad con lo que ha venido haciendo el Estado de Chile. Muy buen alumno en el mundo de las organizaciones multilaterales. Más activo de lo que su tamaño le exige.

–Como organizar la COP25.

–Estimo que lo que hace este gobierno con asumir la responsabilidad de la COP25, con introducir esta agenda internamente con tanta fuerza, es un acto audaz. Sobre todo porque esta es una cuestión que uno habría imaginado de Bachelet, pero no de Piñera ni de un gobierno de derecha, siempre escéptica al cambio climático, enemiga de las regulaciones y devota del crecimiento. Piñera con su agenda verde ha roto un paradigma dentro de la derecha. Lo que ha hecho Piñera con la cuestión ambiental es equivalente a lo que hicieron Aylwin, Frei o Lagos respecto al mercado.

–¿Tanto así?

–Lo que hicieron los gobiernos de la Concertación fue ganarse la enemistad de su propia barra y asumir un instrumento que era tabú y que estaba demonizado: el mercado y la apertura exterior. Y lo que está haciendo Piñera es lo mismo, enfrentarse a sus partidarios y a la cultura hay detrás, que ha sido escéptica e incluso negacionista respecto del cambio climático.

–¿Los hechos van de la mano con el discurso?

–Si miro las conductas del gobierno, veo que está actuando. Ahora, más allá de Piñera, yo creo que esto va a ser importante para Chile. Si nosotros logramos que lo que Chile produce reduzca su huella de carbono –que sea más presentable ante los consumidores del mundo que tienen cada vez más presente esta variable verde– es una cuestión sumamente importante. Lo que está haciendo Chile con respecto al cambio climático es asegurar o expandir mercado. Por ejemplo: ante el mundo, Volvo no sería Volvo si no fuera la marca de Suecia, un país que tiene un perfil igualitario, pacifista, que cuida su ambiente y que protege la seguridad de sus personas.

–Pero no somos un país escandinavo, sino un país de ingreso mediano, altamente dependiente de sus recursos naturales, muy desigual y enclavado en el fin del mundo… ¿No es raro ser la punta de lanza de la agenda verde, dado nuestro nivel de desarrollo?

–Cuando los países escandinavos comenzaron este proceso también parecía una locura. En algún momento hay que empezar. Me parece que lo de Piñera es audaz y ambicioso, no hay duda, pero el desarrollo no es un proceso lineal. No es que primero se tenga que terminar con la pobreza y luego atender a la clase media. O primero crecer para después distribuir. No. El desarrollo es más caótico, accidental, simultáneo, complejo.

–¿Cómo ve a la oposición?

–La cultura de la izquierda en los últimos decenios ha abrazado la causa ambiental con la misma pasión que en un momento abrazó el socialismo. Y a partir de esta causa ha cuestionado el capitalismo. Y esa cuestión ha funcionado en todo el mundo. Bueno, Piñera ahora dice: “Oiga, perdóneme, pero esa causa es común a la humanidad. No tiene dueño ni es monopolio de nadie”. Es equivalente a lo que hizo con respecto a los DD.HH. en el gobierno anterior.

–¿Cuándo habló de los cómplices pasivos?

–Claro, cuando dice: “¿Sabe qué más? El tema de los DD.HH. no es patrimonio de la izquierda”. Aquí está haciendo lo mismo: la causa de la lucha contra el cambio climático también es mía. Y así como en ese momento redujo la barrera moral que tenían muchos votantes para adherir a él, esto está logrando lo mismo: erosionando la barrera moral que podría llevar a votantes a adherir a sectores de la derecha.

–¿Pero qué costos deberá asumir Piñera en su propio sector?

–Hasta ahora no ha tenido costos dentro de su coalición. Donde veo más dificultad es en el mundo empresarial, que a Piñera nunca le ha importado nada. Nunca le ha importado. “Si yo no les gusto, ¿qué alternativa tienen?”. A Piñera le tiene sin cuidado el mundo empresarial y lo que le interesa es que ponga las lucas para la COP25, cosas bien prácticas. Pero no que estrilen, aleguen, se muestren escépticos.

–¿Parece haber encontrado Piñera su relato?

–Es tan difícil tener un solo relato o un solo eje. Pero es cierto: el problema con la seguridad ha estallado con mucha fuerza –golpeando el alma de esta administración– y el crecimiento está ahí no más. Y si algo tenía que ofrecer un gobierno de centroderecha era seguridad y crecimiento y lo que nos ofrece ahora ¡es una agenda verde! Es desconcertante. Este es un gobierno híbrido, postmoderno.

–Sus críticos siempre han acusado al presidente de cierto travestismo. De vestirse con ropajes ajenos.

–Es que la derecha se compró a Piñera y ¿quién dice que Piñera es un gallo de derecha? Piñera es un pragmático, un empresario que, por lo tanto, sabe moverse de acuerdo a como corren los vientos.

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