El nuevo eslogan del Gobierno, «Todos x Chile», podría ser criticado por su falta de originalidad, por ser una reedición de una frase que, en esta y otras versiones, se ha utilizado en innumerables campañas y también por la ingenuidad de su invitación. Sin embargo, estas no son sus mayores debilidades. Su contraste con lo que ha sido uno de los componentes identitarios del Gobierno y de la Nueva Mayoría convierten al eslogan en una frase difícil de sostener. Hasta ahora, la actual administración y el conjunto de partidos que la apoyan, con la excepción de la Democracia Cristiana, han promovido un mensaje divisivo y confrontacional, enteramente ajeno al espíritu de unidad que subyace al «Todos x Chile».
Ningún eslogan, por más ingenioso que sea, puede funcionar si no surge de una manera de hacer las cosas. La retroexcavadora, los poderosos de siempre, las imposiciones de una mayoría circunstancial, la velocidad impuesta a la discusión de los proyectos en el Congreso, la demonización de los empresarios, y el desprecio por los consensos tienen poco que ver con una convocatoria a «todos».
Por primera vez, desde el regreso de la democracia, un gobierno ha llevado al país a confrontarse entre facciones supuestamente irreconciliables. Baste recordar la propaganda de «los poderosos de siempre» en referencia a los empresarios, creada en La Moneda. Este lenguaje le hizo mucho daño a Chile en décadas pasadas y, cuidadosamente, había sido desterrado por los gobiernos de la Concertación. El estilo confrontacional que se ha instaurado ha tenido como resultado malas políticas públicas, un impacto negativo en el crecimiento económico y un clima generalizado de desconfianza que luego se vería agravado por los escándalos relacionados con el financiamiento de la política.
Se podría pensar que el discurso divisivo y las imposiciones a rajatabla han terminado tras el reciente discurso autocrítico de la Presidenta y el lanzamiento de su eslogan. ¿Es realmente así? Por de pronto, el libreto del nuevo ministro del Interior, Jorge Burgos, ha dejado entrever un desprecio por personas que protestaron legítimamente por la inseguridad ciudadana. Tras el «cacerolazo», se refirió a los manifestantes como un grupo que no había luchado en contra de la dictadura. Más allá de la agresividad y del anacronismo de sus palabras, lo cierto es que se trata de ciudadanos que no tenían más de diez años cuando ocurrió el golpe militar. Luego los previno respecto de visitar Estados Unidos, dada la inseguridad ciudadana que impera en ciertas zonas del país del Norte. Esto con el propósito de relativizar, por la vía de una comparación espuria, la extrema gravedad del problema en Chile.
En su última salida de libreto, Burgos señaló que entendía el «malestar» de personas que sufrían disparos en su domicilio. Habría que preguntarles a las familias que han sido víctimas de asaltos en sus casas si lo que sienten es «malestar». El impacto emocional de un hecho de esta naturaleza y las secuelas postraumáticas que desencadena han sido vastamente estudiadas. La poca empatía del ministro del Interior y la falta se sensibilidad que reflejan sus dichos sorprenden viniendo de un hombre con una intachable trayectoria política y reconocido por su equilibrio. Sin embargo, su actual estilo de comunicación, ocasionalmente irónico y despreciativo hacia las penurias de la gente en materia de seguridad ciudadana, no convoca a una tarea en que «todos somos necesarios», como diría el cliché.
Lo más preocupante tras el planteamiento de Bachelet es la reacción que han tenido sectores de la Nueva Mayoría frente a la idea de introducir cuotas de realismo y acuerdos en las tareas de gobierno. El planteamiento hecho por la Presidenta obligará a abandonar el programa en su encarnación original y pura, significará dejar algunas reformas de lado o ejecutarlas con gradualidad. Pero lo que hemos escuchado por estos días no es muy edificante. La retroexcavadora del presidente del PPD, Jaime Quintana, fue reemplazada por «maquinaria pesada». En palabras recientes del senador, «no hay otra forma de remover los pilares de la segregación que con maquinaria pesada». Cuán representativa es esta concepción del cambio de la que tienen otros dirigentes del PPD, es algo que estará por verse en las próximas semanas.
El Partido Comunista, por su parte, desafió la propuesta de la Presidenta. Hoy la Nueva Mayoría está partida en dos. Una facción la apoya y la otra, digamos las cosas como son, la rechaza. Al parecer, todos no estamos de acuerdo en lo que significa remar por Chile.
No es claro que el Gobierno y la coalición que lo sustenta podrán modificar significativamente lo que, hasta ahora, ha sido su manera de hacer y de comunicar las cosas. De no haber cambios nítidos, el eslogan inaugurado no será más que una agregación de palabras sin sentido alguno. En todo caso, no sería la primera vez que ocurre.