Las cifras oficiales del trimestre móvil nov. 2018-2019 muestran una desocupación de 6,8% con la informalidad laboral en 29,2%. La paradoja es que la región más moderna e innovadora, Antofagasta, es la más golpeada del país, con un 9,5% de cesantía. La automatización, la robótica y el comercio electrónico están destruyendo más fuentes de empleo que las que se crean.
No basta crecer; necesitamos más y mejor empleo. Este no es un problema cíclico o coyuntural, sino un cambio estructural global. Se produce más con menos trabajadores. Solo en el retail se perdieron 30 mil empleos en 2018. La OCDE advierte que el 53% de los empleos actuales de Chile pueden desaparecer a mediano plazo como resultado de este fenómeno.
Mientras la economía digital transforma los métodos de producción, la legislación laboral permanece como un mero espectador. El trabajador subordinado es cada vez menos necesario para las empresas y los nuevos «colaboradores» se vinculan con las compañías a través de su teléfono, no accediendo a regulación alguna que los proteja. Corremos el riesgo de que la eficiencia y flexibilidad de los nuevos empleos terminen en una pérdida de derechos y conquistas históricas de los trabajadores.
Donde había trabajadores dependientes, con acceso a previsión y salud, horarios, condiciones claras de despido y otros derechos, ahora hay «colaboradores» sin vínculo laboral ni seguridad social. Por ahora son principalmente jóvenes que generan ingresos trabajando extensas jornadas en bicicletas o motos y que no tienen siquiera un seguro de accidentes, para qué decir ahorros previsionales o cotización de salud.
Estamos ante una explosión de rubros laborales donde las personas generan ingresos a través de plataformas tecnológicas en servicios como reparto, transporte, arriendo, viajes, entre otros. La economía creativa, naranja o cultural, también emerge como un nuevo motor de desarrollo. Tecnologías flexibilizan los niveles de dependencia y subordinación del trabajador: Se puede elegir cuándo trabajar, la duración de la jornada y la forma de prestar el servicio. Para muchos jóvenes esta es una mejor alternativa que el trabajo tradicional.
Por ello, debemos otorgar el carácter de «laboral» a la relación jurídica existente entre los trabajadores repartidores y las plataformas tecnológicas, adaptando los mecanismos de subordinación y dependencia a la forma en que funcionan estos nuevos sistemas, otorgando estatus de escrituración legal de contrato al acuerdo que se suscribe a través de estas plataformas y estableciendo mecanismos claros de desvinculación y derecho a descanso.
El desafío lo enfrentan todas las economías del mundo. Se necesita una normativa laboral que asegure la existencia de un empleo digital digno, otorgando la protección necesaria a sus trabajadores a través de pisos mínimos de seguridad social, considerando las particularidades de este nuevo modelo productivo.
Pretendemos abrir con estas propuestas una conversación que permita equilibrar flexibilidad laboral con seguridad social, estimulando la innovación tecnológica que necesita el país para crecer integralmente. (El Mercurio)
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