Trump, lo que nos incumbe-Jaime Antúnez

Trump, lo que nos incumbe-Jaime Antúnez

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El «remecerse» del mundo provocado por la elección de Trump, más que un fenómeno que tenga su causa en la persona del candidato electo, es una consecuencia y, sobre todo, un hecho político y social de significación muy fuerte y de radiación global. No es vano considerarlo, pues a todos nos incumbe.

Desde luego la polarización extrema que lo ha hecho posible, deja muy atrás en la historia la unión poderosa con que esa gran nación, los Estados Unidos de Norteamérica, emergió como centro del mundo y emblema de la libertad luego de la Segunda Guerra mundial. Gobernada entonces por demócratas y republicanos como Roosevelt, Truman y Eisenhower, causa estupor comparar el cambio, de ayer a hoy, en la estatura de las dirigencias. La gravedad de los problemas de aquellos tiempos, que tuvieron un alcance «mundial», no es hoy menor si se los compara, siendo que los actuales se desarrollan en la gravitante e ineludible órbita de la globalización, cuestión que los hace muchísimo más complejos y de repercusión inmediata en todo el planeta.

Es de la esencia humana no perder la esperanza en la posibilidad de recapacitar. No obstante, cuando el resentimiento se instala como la clave del actuar político, principalmente entre las potencias del mundo, cabe evidentemente temer lo peor. Más aún, porque este resentimiento, entre otras cosas, opera de modo contagioso. Así lo muestran muchos ejemplos históricos.

Fue otro gran paladín de la libertad, contemporáneo de esos grandes estadistas norteamericanos, quien con el mayor brillo, lucidez y fortaleza supo hacer ver esto en el recién pasado siglo XX. Sufrió dramáticamente las consecuencias de lo que antevió, pero logró vencer.

En efecto, cuando terminada la Primera Guerra mundial, herida por la derrota y por las condiciones que se le impusieron, Alemania hacía del pensamiento de Spengler y de las mil y tantas páginas de «La Decadencia de Occidente» (1917) -fundada en intuiciones, escrita con lenguaje algo desaforado y cargada de «furor teutonicus»- el libro más leído y comentado en ese culto país, entre los vencedores de la primera contienda se alzaba la voz de Winston Churchill, advirtiendo que con el resentimiento de las naciones había que tomar sumo cuidado. Las corrientes políticas, las mismas que luego cederían hasta el delirio ante la amenaza en ciernes, no lo escucharon. En el contexto alemán, desde una República de Weimar desconcertada y amenazada interiormente, se alzó entonces la voz del resentimiento personalizada en un líder de convicciones breves y fanáticas -esencialmente fundadas en conceptos de raza- que llevaría ese teutonismo, a través del Tercer Reich, al mayor paroxismo de la historia conocida.

Joaquín Fermandois ha apuntado certeramente que «da entre risa y pena observar a algunas derechas a lo largo del mundo simpatizar con Trump» y ha explicado por qué. La simpleza no es patrimonio exclusivo de ningún sector y de ninguna época. También en Chile hubo ilustres próceres del Partido Conservador Unido, por no decir la mayoría, que frente la sombra de la Unión Soviética estaliniana, veían en el pangermanismo nazi una luz.

Podremos luego saber hasta dónde, en este nuevo contexto, llegará el resentimiento como fenómeno político. Pero cabe ya intuir lo grave y destructivo que sería para las derechas, de cualquier nación de Occidente -ya tan menguadas en todo contenido esencial-, hacer de la de Trump su propia victoria. (DF)

Jaime Antúnez

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