El episodio del viaje a La Araucanía, que casi terminó con la renuncia del ministro del Interior, trajo al debate la asesoría presidencial y, con ello, la forma en que la Presidenta toma decisiones.
Los dardos han estado dirigidos al llamado Segundo Piso el que, criticado por unas atribuciones supuestamente desmedidas, constituye una pieza más de lo que se denomina “centro de gobierno”. Este estaría conformado por el conjunto de reparticiones y unidades que apoyan más directamente el trabajo de quien ocupa La Moneda con el propósito de llevar a cabo, entre otras funciones, la coordinación política, la orientación estratégica, el monitoreo del cumplimiento del programa y la comunicación de resultados. Más que con una configuración precisa, es más apropiado verlo como un entramado de relaciones que ha experimentado continuidades y cambios desde 1990 pero también, incluso, intramandatos.
Hacienda constituyó el corazón del primer centro de gobierno de Bachelet mientras que, en la actual administración, pasó por Interior para terminar recalando en el Segundo Piso haciendo una breve escala por una dupla Interior-Hacienda que no cuajó. Resulta curioso porque, si la clave está en la confianza, la designación como titular de la Segpres del ministro Eyzaguirre generaba condiciones para que ésta ganara terreno. Recordemos que es la que tiene asignada, por ley, la función de asesoría política a la Presidenta, al ministro del Interior y al resto de los ministros. Además, hacía abrigar la esperanza de que cumpliría, en su función de coordinación, la tarea de “barrera de contención” ante contingencias que podrían afectar el cumplimiento del programa, tal como Boeninger la imaginó.
Dado que se ha venido señalando que la asesoría presidencial depende del estilo y carácter de quien gobierna, estos días han aflorado las dificultades que entraña una desconfianza presidencial de la que, si bien se tenía noticia, se vio eclipsada en su momento, tanto por una biografía inédita como por la reivindicación de un liderazgo femenino, de tipo cooperativo. El problema no es tanto una personalidad presidencial que tiene como espejo su entorno sino su antagonismo con lo que la sociedad parece demandar: más publicidad, escrutinio y transparencia y menos opacidad y secretismo. ¿No es una paradoja que el Gobierno trabaje a todo vapor en una agenda de reformas políticas que aspira a recuperar la confianza en las instituciones mientras se señala que la Presidenta apenas confía en su propia sombra? La psicología política encontraría aquí mucho paño que cortar.
Aunque el dilema es mayormente político, se puede avanzar en formalizar más un Segundo Piso con el que, hasta el momento, el resto de las instituciones del entorno presidencial se acomodaban. Por otro lado, reducirlo exclusivamente a la prerrogativa presidencial entraña riesgos para gobiernos y coaliciones. La creciente complejidad de la sociedad, reformas e hipotéticas contrarreformas y la fragmentación producida por la creación de más y diversas reparticiones dificultan no solo la coordinación sino el adecuado cumplimiento del resto de las funciones que el centro de gobierno está llamado a cumplir.