Todos los síntomas coinciden: el Gobierno está agotándose.
Las dudas solo recaen sobre la etapa del proceso: ¿está el deterioro apenas iniciado o es ya simplemente terminal?
En cada uno de esos síntomas lo que se percibe es un vaciamiento del alma gubernamental porque, al fin de cuentas, la política es cuestión del alma: lo que pasa allá en la intimidad del espíritu humano sale para afuera inevitablemente.
Era previsible que sucediera lo que está pasando. Si bajo el rótulo de reformas estructurales lo que realmente se ha develado es un afán por destruir sistemáticamente el alma de Chile -familia, vida, libertad de enseñanza, emprendimiento, sensibilidad religiosa, propiedad, seguridad pública, identidad y unidad nacional, etc.-, no era raro que ese intento dañase también muy gravemente a sus gestores, los cuadros políticos y sociales del Gobierno. El que a hierro mata, a hierro muere.
Por eso, el Gobierno está agotándose.
La mística de sus personeros ha ido desapareciendo. Ese aire canchero, esa soltura del que domina la situación y lo refleja en el humor y en una dosificada frivolidad, todo eso ha ido convirtiéndose en una que otra ojera, en voces graves y dolientes, en una expresión corporal tensa, en escasísima tolerancia a la crítica.
Agotada está también la posibilidad de que sus partidarios le den un respaldo callejero. Los que marchan solo insultan al Gobierno, mientras que los que lo apoyan se quedan en sus casas y no se ve que vayan a moverse por nada.
Al interior de los partidos políticos que conforman la coalición gubernamental, las buenas relaciones también están agotadas. Opera para mantener unidos al PS con el PPD y a la DC con el PC, algo así como un «hagámoslo por los niños», la última expresión de una relación de afectos que se considera terminal. ¿Cuándo y entre quiénes será la próxima pelea?
Por eso mismo, se ha acabado además en el Gobierno la capacidad de negociación. La llegada de Eyzaguirre -el hombre del «yo no negocio»- a un cargo que exige esas habilidades sugiere dos cosas: por una parte, quizás el agotamiento ni siquiera le permite al Gobierno darse cuenta de esa realidad y, por otra, probablemente esa designación muestra que la coalición gobernante ha agotado ya sus reservas humanas. O «porque no puedo» (¿boletas?) o «porque no quiero» (esto se hunde), es posible que la Presidenta esté encontrando muchas dificultades para llenar cargos. Perdón por la lesera.
Y si aparecieran nuevos negociadores, ¿tendrían fuerza para conversar con las cúpulas de los profesores y los estudiantes, con los líderes empresariales y laborales? ¿Y con los pescadores, los transportistas, el personal de la salud, los portuarios y…?
Bueno, pero siempre queda la posibilidad de usar los recursos fiscales. Desgraciadamente, para el Gobierno, ya desde su propia coalición le han advertido que los dineros no alcanzarán, dado el nivel de crecimiento económico. Ni siquiera para la reforma educacional (así lo anunció ya el mismo Eyzaguirre), ni mucho menos para las transformaciones laborales, de partidos políticos, previsionales, de salud, etc. Reforma tributaria: naciste agotada.
¿Y en la capacidad de convencernos de que todo va bien mediante astutos giros lingüísticos? Tampoco demuestra vitalidad el Gobierno. La ciudadanía ha entendido que los malabarismos del lenguaje se agotaron con la frustrada distinción entre campaña y precampaña. Ya no hay espacio para volteretas verbales.
En estas coordenadas de agotamiento generalizado, siempre queda la posibilidad de que la Presidenta se reinvente e invente algo. Pero ese recurso es el último y el peor, porque una vez que también se agote, todo habrá terminado.