Una nueva etapa para la UDI

Una nueva etapa para la UDI

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Una serie de hechos lamentables se han concatenado para terminar en la renuncia del senador Javier Macaya a la presidencia de la UDI. Lamentable y reprochable es, en primer lugar, que se hayan cometido abusos sexuales contra dos menores de edad por parte de Eduardo Macaya, padre del senador, según lo establece la sentencia del Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de San Fernando, que lo condenó a seis años de cárcel por esos delitos. Sin perjuicio de los recursos que pudieran aún interponerse contra ese fallo, esa es hoy día la verdad judicial.

Lamentables también y reprochables son los intentos de adversarios del senador Macaya de obtener provecho político de estos desgraciados hechos. Desde luego, nadie es responsable por los actos de sus familiares y son inaceptables los insultos y ataques a través de redes sociales que ha recibido el senador, entre los que se incluyen seudo medios de comunicación. Incluso algunos colegas parlamentarios de Macaya han caído en esa bajeza al atribuir a las actuaciones del senador en este episodio, varias de ellas erradas, la pretensión de intervenir para que no se haga justicia.

Obtener beneficios políticos por la vía de armar escándalo, hacer falsas acusaciones al senador y dar gran notoriedad a estos hechos no sólo es desleal, sino que revictimiza a quienes han sido agraviadas por estos hechos. Es en estas ocasiones cuando se aprecia la madera de la que están hechos los seres humanos y resultará especialmente doloroso para Javier Macaya constatar que adversarios, a los que ha tratado con guante blanco, se transforman ahora en odiosos enemigos.

Pero no puede desconocerse que, aun confiando plenamente en la integridad de Javier Macaya, él cometió serios errores políticos en este episodio. Uno podría atribuir parte de ellos a la dolorosa situación que viven quienes enfrentan la división de la familia por acusaciones de abuso sexual en su seno, una realidad pavorosa pero desgraciadamente presente en nuestra sociedad. Pese a ello, su actuación merece un serio reproche; confundir una situación personal o familiar, por dolorosa que sea, con una responsabilidad de carácter político es un grave error. Ha quedado en evidencia aquí que no ha habido la diligencia debida para defender el nombre, la historia y el interés del partido político y sector que él representaba. Su renuncia denota la voluntad de redimir en alguna medida el daño, y ello debe reconocerse.

No puedo terminar esta columna sin sacar alguna lección para la política y para la centroderecha de estos lamentables hechos. Como simpatizante de ese sector y muchas veces votante de la UDI, me es imposible ignorar el deterioro que ha sufrido el que alguna vez fuera el partido político más importante de Chile. Los errores de Macaya, que contribuyeron a este deterioro, fueron posibles por un entorno que no los impidió.

Los ideales políticos, la nobleza de la defensa de principios que dieron origen a este partido parecen opacados, incluso a veces olvidados, por políticos cuyo objetivo parece ser controlar cuotas de poder. En los momentos en que las ideas de la derecha, sus preocupaciones y prioridades como lo son la mantención del orden público, el crecimiento de la economía y los empleos, el control migratorio en beneficio del país, gozan de gran apoyo en la población; los dirigentes de la UDI no han interpretado cabalmente esos anhelos.

Que el gesto de Javier Macaya al renunciar luego de sus errores sea el inicio de una nueva etapa. El diputado Guillermo Ramírez, llamado ahora a conducir el partido, tiene todas las capacidades para liderar el reencuentro de la UDI con sus raíces.

Si he sido duro en estas palabras, como lo han sido también con razón algunos liderazgos del sector, ello no tiene otro afán que recuperar y reivindicar el valor que le ha aportado a Chile el partido que fundara Jaime Guzmán. (El Líbero)

Luis Larraín