La mala forma en que Gobierno y oposición enfrentan el caso Monsalve solo traerá perdedores. Me temo no solo lo serán los bandos en pugna, sino el país entero.
El Gobierno insiste en sus yerros comunicacionales. El miércoles, el Presidente ahondó en ellos. Afirmó tener la convicción de que la prisión preventiva de Monsalve era la decisión correcta por parte de los tribunales. Luego, en un tono solemne, agregó que el Estado de Derecho y la justicia eran parte de los atributos de nuestro país y que esas instituciones permanentes eran las llamadas a asegurar que lleguemos a ser un país desarrollado. La contradicción es evidente. En un Estado de Derecho, son los tribunales quienes juzgan, y a quien preside el Ejecutivo no le compete ni andar aplaudiendo ni criticando sus resoluciones; particularmente cuando ellas apenas abren un proceso judicial y son apelables. En su afán por empatizar con el sentir popular, el Presidente emite juicios que ejercen influencia sobre etapas procesales por venir. ¿Qué hará más adelante si estas son revertidas? Las pruebas que hasta aquí han trascendido, en manos de un juez con carácter, bien podrían llevar a una sentencia absolutoria; declarando que no está acreditada la violación más allá de una duda razonable, estándar de cualquier condena penal.
Por mucho énfasis que ahora ponga el Presidente en condenar a Monsalve, el Gobierno no logrará suplir la única explicación que cabe exigirle y sigue sin dar; cuál es, por qué mantuvo en su cargo por 36 horas al subsecretario, a sabiendas de que había una denuncia de violación en su contra y que él había pedido a la PDI revisar unas cámaras que habían grabado su trayecto la noche en que se le imputaba el delito. Eso es lo que no se ha explicado, y sigue sin explicarse. Los poco republicanos esfuerzos por alentar la condena de su exsubsecretario o la salida de autoridades y asesores no lograrán reemplazar la explicación que falta. Ese silencio seguirá siendo ruidoso. La oposición, por su parte, intenta convencer de que ese error comunicacional es una especie de encubrimiento y que la impronta feminista del Gobierno es una pura mascarada; pero tampoco lograrán convencer de aquello, porque no resulta verosímil.
El Presidente y su entorno demoraron 36 horas en comprender el significado y la magnitud de lo que se les relataba; tal como se demoró Bachelet en comprender la magnitud del caso Caval o Piñera lo que implicaban las estaciones incendiadas. A todos nos cuesta caer en cuenta de los hechos desconcertantes; siempre demoramos algo más de lo debido en perder la confianza. Las autoridades que supieron de la denuncia deben haber estado, como es normal, perplejas, algo paralogizadas, prefiriendo no creerlo. Tal vez incluso cayeron en cuenta cuando lo vieron impreso. Seguramente, por eso el Presidente, ejerciendo más de amigo comprensivo que de político, permitió a quien hasta ahí había sido un leal y eficiente servidor ir a avisarle a su familia antes de que la denuncia se hiciera pública. Sobre la ulterior presencia de Monsalve en el Congreso, nadie ha afirmado que el mandatario lo autorizara o siquiera lo conociera de antemano.
De allí que el Presidente, incluso después que se conoció la denuncia, recordó la presunción de inocencia y que solo había una versión sobre la mesa. Eso no conlleva una renuncia al feminismo que los jóvenes de izquierda pueden exhibir como uno de sus mejores triunfos culturales. No hay, hasta aquí, antecedentes para convencer que hubo ocultamiento, encubrimiento o incumplimiento de deberes. Lo que hubo fueron reacciones humanas e impericia política. ¿Pero no eligió el país a jóvenes inexpertos, cansado como estaba de los ya carreteados de siempre?
Y si la parálisis que provoca la perplejidad fuera la razón de las 36 horas, ¿por qué ha resultado tan difícil decirlo? Cuesta entender cuál es el costo que no ha querido pagar el Presidente. ¿No le estará saliendo caro evitar la verdad llana y un poco vergonzante?
Si no hubo ni ocultamiento ni incumplimiento de deberes, sino solo impericia, la derecha comete un error político de proporciones al subir el tono, intentando descalificar al Presidente, comportándose de manera similar a como lo hizo la oposición con Piñera. La ineficacia de este Gobierno venía dejando a la derecha en una posición expectante para las próximas elecciones. Si se pasa de rosca, como lo está haciendo, es probable que termine generando un ambiente que no la favorezca electoralmente y que, al menos, le sea irrespirable si llega a La Moneda. (El Mercurio)
Jorge Correa Sutil