Lo que sucede en Venezuela es una tragedia que no debería sorprendernos tanto. Y lo que sucede en Chile, tampoco.
Antes, una experiencia personal. Hace cuatro años visitó Chile una destacada intelectual venezolana. Después de un seminario sobre el uso político de la historia, salimos a comer. Le pregunté por qué, en su presentación, había sido tan cuidadosa con el régimen chavista. Me contestó que entre los asistentes de seguro había alguien de la embajada. Inmediatamente le dije: “entonces no te dejarían volver a Venezuela”. Me miró fijamente y esbozando una sonrisa triste me respondió: “no seas ingenuo”. Entonces contó su historia familiar. Sus hijos ya habían abandonado Venezuela en busca de oportunidades y ella se quedó cuidando a su madre enferma. Una vez al año salía a presentar su trabajo en universidades extranjeras. Con esos honorarios —en dólares— podía vivir. Y si criticaba al régimen, claro que podía volver a Venezuela. Pero después, le prohibirían salir.
Como sus hijos, unos 8 millones de venezolanos —casi un 20% de la población— han emigrado. Y la catástrofe económica no tiene parangón. Desde que Maduro llegó al poder, Venezuela ha perdido un 75% de su PIB. Si la empresa Petróleos de Venezuela producía 3,4 millones de barriles de petróleo al día, hoy solo produce 0,8 millones. En un país que fue muy rico, hoy más de la mitad de la población vive bajo la línea de la pobreza. La expropiación y el control de las empresas y los medios de comunicación han destruido la economía y la democracia. Maduro y su círculo —hay unos 2.000 generales— son los dueños de lo que queda. Había que ser demasiado ingenuo para creer que soltarían el poder.
Marx, la inspiración del PC, defendía la socialización de los medios de producción. La historia ya nos enseñó cómo termina eso: primero se expropia, después se coarta la libertad y finalmente peligra tu vida. Al final, los ciudadanos pierden todo. Cuba, Nicaragua y Venezuela son un ejemplo de esta decadencia. Y precisamente esto es lo que defienden el PC y algunas fuerzas de la izquierda chilena.
Las reacciones ante el macabro asesinato de Ronald Ojeda fueron premonitorias. El Gobierno habló de una “campaña anticomunista desatada” y el Presidente Boric declaró con ingenuidad: “yo, al menos, no tengo ninguna duda del compromiso democrático y social del PC chileno”. También se refirió al “anticomunismo visceral de algunos sectores políticos y sus medios afines”. Con el PC apoyando a Maduro, el anticomunismo no sería visceral: sería un imperativo moral.
El PC chileno está atado y marcado por el destino de Maduro. Tal vez no es casual que los únicos tres miembros del PC evaluados en la encuesta CEP —Lautaro Carmona, Karol Cariola y Camila Vallejo— aparezcan con un rechazo por sobre el 50%.
Como dijo el senador Quintana, “ni Pinochet se atrevió a tanto”. De hecho, Pinochet finalmente reconoció y aceptó la votación. Ante la bufonada electoral venezolana, la izquierda latinoamericana enfrenta una disyuntiva con Maduro. Está la izquierda democrática y esa izquierda que usa la democracia y los derechos humanos como un medio para alcanzar, mantener y abusar del poder. Así destruyen los principios y los derechos humanos más fundamentales de la democracia liberal: la propiedad, la libertad y la vida.
Seguramente el objeto de la visita de Lula era hablar de Venezuela. Sin embargo, en una puesta en escena galáctica, apareció junto a Boric firmando un “acuerdo espacial”. Boric ha sido un férreo defensor de la democracia y los derechos humanos. Pero me temo que Lula tiene una relación más cercana e intrincada con la dictadura de Maduro. Ya veremos lo que pasa con Venezuela y con la dignidad de la coalición “Apruebo Dignidad”. Y ya veremos cómo nuestro Hamlet criollo enfrenta este nuevo dilema. (El Mercurio)
Leonidas Montes