Por primera vez en nuestra historia tenemos la oportunidad de redactar una nueva Constitución bajo el fundamento de la soberanía popular, aunque algunos exacerben las críticas, pero –a despecho de ellas– esta vez está claro que este proceso no se hará entre cuatro paredes o por un grupo de notables como fue siempre desde los inicios del Estado.
Para ello, tendremos que elegir 155 convencionales constituyentes, 138 de los cuales se harán bajo las normas del sistema proporcional de la legislación general y 17 como representantes de los pueblos originarios bajo un sistema electoral especial.
Esta elección se hará en un escenario especial –de gravedad y de coincidencia– de crisis social y sanitaria, junto con la renovación de casi la totalidad de las autoridades políticas elegidas por votación popular.
Se trata, en consecuencia, de una coyuntura determinante, por la nueva Constitución, y decisiva para el presente y futuro del país, en medio también de una persistente debilidad política del Gobierno de derecha y que trata –no sé si infructuosamente– de rearmarse para enfrentar los desafíos electorales del 2021.
¿Qué hace que la oposición no pueda enfrentar unida, no obstante su importancia fundamental, los eventos electorales del 2021?
Unos han apelado a la falta de voluntad política y otros a la falta de conciencia respecto a que, concurriendo separados a los eventos electorales, el resultado más probable sea una derrota, por el simple efecto incontrarrestable de los números, como lo demostrarían las elecciones presidenciales en que se impuso la derecha.
Creo que ni lo uno ni lo otro. Está claro que, en las elecciones unipersonales, si la oposición va dividida con distintos candidatos y la derecha unida con un solo representante, lo más probable es una derrota para aquella. ¿Por qué, ante esta evidencia, se insiste en este camino de división? No creo que sea por falta de voluntad política. Lo más probable es que, como nos indica la realidad, con la existencia de variados partidos y distintas oposiciones, algunos sientan o piensen legítimamente que las diferencias que los separan son de tal entidad que hacen imposible tal unidad o, simplemente, son más las diferencias que los puntos de encuentro.
Tampoco puede descartarse la pérdida de confianza mínima requerida; o que alguno estime que el juntarse con alguno de ellos desdibuja y perturba su propia identidad; u otro privilegie la consolidación de su propio perfil, apostando a un diseño de más largo plazo. Cualesquiera que sean las razones, la oposición debe entender que tiene una responsabilidad histórica por el tipo único de escenario que enfrenta, como es que, por primera vez en la historia de Chile, existe la posibilidad cierta de tener una Carta Fundamental redactada por todos los sectores sociales del país (incluidos los pueblos originarios, también un hecho histórico en los 210 años de la República). Este debe ser, a mi juicio, el objetivo estratégico en la hora presente de la oposición. Si no lo entiende así, estaría cometiendo un grave error histórico de apreciación de la realidad y del sentido de oportunidad.
Puesto este objetivo como eje central, el variado escenario electoral debe ser enfrentado en su mérito, buscando las mejores combinaciones posibles -atendida la naturaleza diversa de cada una de las elecciones- que conduzcan a un óptimo resultado. Pero, teniendo siempre como telón de fondo los desafíos que el momento histórico nos demanda.
Pero, cuáles son las dificultades que, a mi juicio, debemos superar, para alcanzar los acuerdos que nos posibiliten una acción conjunta y nos lleven a la victoria.
A mi juicio hay dos órdenes de cuestiones que debemos superar: las diferencias en base a un mínimo común de coincidencias sobre temas básicos y superar el anticomunismo que siempre nos ha metido como cuña la derecha para establecer una suerte de barrera insuperable.
Es evidente que, si esas diferencias no son superadas y no es posible construir un común denominador, en esas circunstancias, claro, no es mucho más lo que se pueda hacer. Sin embargo, si uno hace un ejercicio de los puntos críticos –sobre la base de lo que se ha escuchado o leído de diferentes dirigentes de la centroizquierda–, creo que es posible despejar los malentendidos y acercar posiciones. Mucho me temo que una aproximación a esos temas no ha tenido el análisis de profundidad y de detalle que el caso requiere.
Cuestiones como el Estado subsidiario, los derechos sociales, el rol del Estado y del mercado en la economía, el medio ambiente, el Estado plurinacional, los derechos sexuales y reproductivos, el derecho de propiedad, entre otros temas, debieran tener, en la centroizquierda, más coincidencias que diferencias, y siempre existe la posibilidad de acercar posiciones, pero todo ello –y aquí sí– requiere la voluntad política de sentarse a la mesa a conversar en serio, de buena fe y con la debida profundidad acerca de la naturaleza y los alcances de los mismos. Porque de lo que se trata es de que la gente sepa claramente qué le ofrece la centroizquierda como proyecto del país que queremos construir en el siglo XXI con todas las nuevas experiencias dolorosas y difíciles que hemos vivido.
A mi juicio, un mínimo común programático es indispensable como punto de partida para alcanzar la unidad de la oposición, que no es ni se agota en meros cálculos electorales –de conveniencia necesaria y pragmática sin duda– sino de responsabilidad política frente a la coyuntura histórica que vivimos como país.
Respecto del Partido Comunista –tema recurrente atizado por la derecha y grupos conservadores con el objetivo obvio de meter una cuña en la oposición–, creo que es necesario tener una aproximación diferente a la tradicional. Este partido tiene una lógica diferente al resto de los partidos chilenos; y esa lógica distinta es la que hay que considerar para comprender su forma de mirar y analizar la realidad. Ellos estiman que las sociedades humanas deben organizarse de una manera diferente a como se establecieron cuando hace 233 años se “creó” la democracia representativa liberal y la economía de mercado del sistema capitalista. ¿Por qué esto debería ser un “pecado”? ¿Por qué debería ser prohibido o que llamara a escándalo que alguien pensara que, si desde la revolución de la agricultura y la ganadería hace 10 mil años las sociedades humanas han tenido distintas formas de organización colectiva, una organización nacida solo hace 233 años no pudiera ser objeto de cuestionamientos o de tener un modelo alternativo?
Personalmente creo que la democracia es una forma superior de organización fruto de largas luchas y experiencias dolorosas de la humanidad que produjeron un cambio cultural respecto de los derechos de las personas, pero que, al mismo tiempo, y en nombre de la libertad, devino en una sociedad deshumanizada, injusta y desigual para millones de seres humanos que se debaten en la desesperanza de la pobreza, la discriminación y la exclusión. Alguien podría pensar que es válido y legitimo plantear una alternativa diferente. Y creo que están en su derecho de hacerlo.
De tal manera que el Partido Comunista de Chile tiene perfecto derecho a tener una ideología que postule una manera diferente de organizar la sociedad.
¿Es posible una alianza con un partido que tenga esa postura ideológica? Por supuesto que sí, en tanto toda coalición de partidos con distintas posturas ideológicas supone renunciar, por todos, a ciertas banderas que conforman su ADN, en aras de un bien superior, cual es enfrentar una realidad histórica de coyuntura determinante, para avanzar en los objetivos últimos de una sociedad mejor, más humana y justa. Sería incomprensible que un partido miembro potencial de cualquier coalición exigiera a los demás una suerte de contrato de adhesión con sus postulados, como condición sine qua non para formar parte de dicha coalición. Esto, por supuesto, vale para todos: para lograr la unidad, sin duda se requiere de una cuota de generosidad, sin renunciar esencialmente a lo que eres, pero buscando más aquello que nos une que aquello que nos separa en el entendido que estamos tras un bien superior.
La tarea política de la centroizquierda, si quiere estar a la altura de la exigencia de los tiempos, es trabajar para consensuar una plataforma común que nos posibilite la unidad.
El Partido Comunista desde sus inicios, en los albores del siglo XX, estuvo al lado de los desposeídos y de los trabajadores y en su largo caminar ha dado muestras de responsabilidad al asumir deberes institucionales en el Estado, como lo demostró recientemente en el Gobierno de la Nueva Mayoría.
En consecuencia, la tarea es buscar la unidad de la oposición –superando los estereotipos y prejuicios– para enfrentar el histórico desafío que significó la interpelación de la gente que en octubre de 2019 salió a las calles para rechazar el modelo de sociedad neoliberal que habíamos construido como país en los últimos 40 años.(El Mostrador)
Francisco Huenchumilla