Larga discusión –y variadas críticas– ha suscitado el actuar de Ignacio Sánchez en la rectoría de la UC, tanto al enfrentar el tema del aborto como al ejercer su liderazgo social en otros temas. Quizás la principal crítica es que el rector asumiría la “vocería” de toda la universidad sin incorporar la visión cambiante de sus alumnos. Esta parte de la discusión podría centrarse en responder la siguiente pregunta: ¿debe una universidad ser gobernada buscando representar las posiciones políticas y sociales de su comunidad? ¿Debe el rector estar atado a lo que sus estudiantes quieran promover? La respuesta, sobre todo a esta última pregunta, no puede ser un rotundo sí o no. En cualquier caso, admitiremos ciertos límites y restricciones que nos forzarán a matizar esa respuesta.
No sería adecuado que la voz de los alumnos tuviera un poder omnipotente, ni tampoco que sea considerada tan irrelevante que ni siquiera sea escuchada. Poco razonable sería que, por ejemplo, los alumnos puedan determinar qué profesor debería o no enseñar; pero sí es sensato que su voz sea atendida al respecto y, por eso, los alumnos evalúan a sus profesores semestre a semestre –en la mayoría de las universidades– y dicha valoración es tenida en cuenta para renovar a los profesores. Nadie consideraría la opinión de los estudiantes –aún mayoritaria– si promoviese acciones discriminatorias o violentas contra estudiantes por su origen socioeconómico. Siempre habrá un marco, la duda es ¿cuál es? ¿cómo lo definimos?
Por eso es un engaño camuflar los ataques a las declaraciones del rector en una supuesta falta de representatividad (tanto en la elección y el ejercicio de su cargo), cuando el verdadero problema es que el rector respete ese ideario particular. Como el problema no es que existan ciertos límites –sería imposible negar que deben haber algunos como ya se mostró–, la razón de la molestia se refiere a cuáles son esos límites: la catolicidad de la universidad limitando la acción de sus autoridades. Así, la verdadera pregunta es: ¿pueden los miembros de un organismo social cambiar sustancialmente su ideario, es decir, aquello que constituye su marco de actuación?
La respuesta, obviamente, no es absoluta. Dependerá exclusivamente del carácter de la institución social. Hay algunas en que es evidente que la comunidad puede modificar esencialmente su rumbo (en algunas empresas, corporaciones y otro tipo de organizaciones en general), pero existen otras instituciones en que su ideario no es simplemente un punto de partida, sino que es un ideal al que se aspira a llegar y desde el cual se contribuye a la sociedad. En estos casos, al ser su sentido –y no un factor puramente instrumental– su modificación implica generar otra institución.
Ahora, en nuestro caso, ¿puede una institución que se jacte de ser universitaria, tener ciertas restricciones y límites? De nuevo, dependerá de cuáles sean esos límites (y no que ellos existan). Siempre los habrá, incluso una universidad con absoluto cogobierno los tendrá. ¿Son incompatibles los límites de las universidades católicas con la idea misma de universidad? En este punto central, quizás lo único relevante es mirar el origen e historia de la universidad: no es posible separarla de la religión, en especial, de la Iglesia Católica.
Así, el debate en torno a la Universidad Católica y su actuación pública tiene mucho de fariseo. Se le ataca camuflando el verdadero objetivo de los disparos: su inspiración fundacional. Además, siempre considera el ideario como un límite, cuestión que sólo lo empobrece pues pone el acento en una faz negativa. Lo iguala, en cierta medida, al giro de cualquier persona jurídica: esos listados de actividades que realizará y en que, aquello que no se enuncia, no se puede hacer. Pero el verdadero sentido de un ideario es su faz positiva: aquellos valores e inspiraciones que expresa permiten el verdadero despliegue de dicha comunidad en pos del objetivo declarado. No es ni un límite, ni un simple punto partida, es el sentido final que mueve a realizar toda la labor y, por lo tanto, el sentido que mueve al compromiso a quien adhiere al desarrollo y proyección de dicha comunidad. (La Tercera)
Antonio Correa