Caminantes de la edad de piedra por bosques lluviosos; navegantes en botes de pieles infladas; pastores del Norte Chico, emergen desde lo inmemorial y se encuentran, de pronto, con huestes de ávidos colonizadores. Al norte del Bío-Bío el vínculo deviene intensivo y surge una cultura mestiza. Tras la conquista de Arauco, grupos de vidas altamente racionalizadas se atan y yuxtaponen con los mapuche.
A comienzos del siglo XX, el pensamiento chileno intenta comprender la peculiar situación. Nicolás Palacios y Francisco Antonio Encina formulan el asunto en términos científicamente superados en muchos aspectos, pero la operación hermenéutica de ambos es, en aspectos medulares, válida.
Punto de arranque son el hecho del suelo, el mestizaje y la diversidad étnica. Los consideran con atención y es a partir de ellos que instalan la pregunta por las condiciones de su posible despliegue. ¿Cómo favorecer la integración de los grupos humanos y la tierra, para volver al Chile mestizo y disperso una nación, capaz de alcanzar el florecimiento material y espiritual?
Acicate de las reflexiones son la decadencia ideológica e institucional de la época del primer centenario de la república, y la división social y cultural de los habitantes del territorio. ¿Cómo, desde elementos tan dispares, parir una totalidad?
La pregunta de Palacios y Encina despertó la primera reflexión a gran escala de un grupo descollante: Tancredo Pinochet, Darío Salas, Luis Galdames, Luis Ross, Alberto Edwards, Alejandro Venegas, entre otros. Plantean un pensamiento que apunta a integrar los distintos elementos humanos y aprovechar los aspectos productivos y estéticos del territorio, gracias a una articulación educacional masiva, orientada no solo a la especulación sino también y especialmente a la transformación de la realidad.
Se procuraba producir la nación como entidad cultural con una capacidad de ligazón asentada sobre la tarea de despliegue conjunto. Desde temprano pudimos así contar en Chile con un pensamiento nacional de marcado cuño espiritual e integrador, decisivamente diferenciado del racismo y la xenofobia: el elemento biológico, racial o étnico era un antecedente relevante a tener en consideración al momento de pensar en un despliegue nacional; pero la raza, la etnia o la biología no eran el criterio de operación, sino: la cultura, el espíritu del pueblo y su esplendor.
Pensamiento nacional es lo que urge hoy ante los particularismos; pensamiento nacional, especialmente cuando en el proyecto de constitución el descuido de los convencionales ha hecho prevalecer nociones eminentemente étnicas, biológicas o raciales -no solo pequeños “pueblos” o “naciones”, fundados en elementos de ese carácter, sino hasta tribus– y se pierde, salvo de nombre, la referencia a esa totalidad nacional de la que esos grupos forman parte, así como la tarea cultural que impone su destino.(La Tercera)
Hugo Herrera