El Presidente ha convocado el lunes a un gran pacto nacional. Se tratará de buscar un acuerdo acotado para enfrentar la crisis sanitaria del coronavirus, con foco en medidas sociales y de reactivación económica. El sentido común indica que es una iniciativa valiosa, que apela a la unidad del país frente a la situación socioeconómica extremadamente compleja que enfrenta. Por lo mismo, es esperable que tenga buena acogida en el grueso de la ciudadanía y, en principio, también en las declaraciones de la mayoría de las fuerzas del espectro político criollo.
Sin desmedro alguno de lo señalado, surgen de inmediato interrogantes cuyas respuestas hacen dudoso el éxito del llamado efectuado por el Primer Mandatario. Para partir, parece importante esclarecer si se intentará alcanzar un acuerdo solo con los partidos políticos o con ellos y otras instituciones significativas de la sociedad. Es decir, ¿se buscará un pacto exclusivamente político o uno más amplio, de carácter social? En caso de que se opte por la alternativa de los partidos, el camino se prevé pedregoso, por dos razones. En primer lugar, porque, aunque son imprescindibles para el buen funcionamiento de la democracia, se encuentran desprestigiados, contando con poca adhesión y capacidad de movilización ante la población. En segundo, debido a que en los últimos tiempos la conducta de sus integrantes más visibles ha evidenciado, con honrosas excepciones, escasa altura de miras, demasiado interés pequeño -personal y partidista- y mínima ocupación efectiva por el bien común. Es más, la izquierda más radical (PC y FA) y algunos más muestran hallarse en un franco empeño por hacer caer al gobierno, cualquiera sea el costo que ello implique para la patria. Todo lo dicho, sazonado por una falta de liderazgo y claridad de objetivos que atraviesa el espectro político y llega a ser dramático en la oposición teóricamente más moderada.
La posibilidad de que se logre un buen acuerdo también se avizora dificultoso si, además de las tiendas políticas, se quisiese incluir a instituciones de la denominada sociedad civil. ¿Cuáles de ellas se deseará interpelar? Hay entre aquellas algunas verdaderamente representativas y con espíritu gremial, pero también una pléyade de organizaciones de fachada, ideologizadas, a la vez que de menguada representatividad. Las hemos visto en acción con frecuencia durante los años recientes.
Finalmente, ¿estarán dispuestos todos los actores antes mencionados a no subordinar el delimitado propósito económico-social del pacto a una pelea ideológico-partidista sobre el itinerario constitucional y otras materias políticas similares? Es muy improbable.
El futuro próximo despejará las dudas aquí formuladas. El realismo práctico obliga a guardar cierto escepticismo. El amor por Chile a esperar que un buen acuerdo nacional prospere. (La Tercera)
Álvaro Pezoa