Las diversas encuestas públicas de opinión muestran algunas tendencias recurrentes en relación con el escenario electoral, pero no se hacen cargo, al menos explícitamente, de lo que será la piedra angular de la próxima elección presidencial: la abstención.
No creo que en las empresas encuestadoras (incluida Criteria, obviamente) haya alguna intencionalidad perversa tras el hecho de quedarse en el bosque electoral, sin adentrarse en el detalle de la abstención. Más bien, puede haber ceguera y dificultad para estimar o proyectar la abstención, dada la poca experiencia local con votación voluntaria.
Dicho eso, precisemos que las encuestas públicas asumen que todos los respondientes, mayores de 18 años, tienen algo que decir sobre la próxima elección, lo cual es verdad, dado que es la ciudadanía opinando de temas que le atañen directamente.
No obstante lo anterior, extrapolar esas opiniones o disposiciones ciudadanas –como las he denominado– a la elección presidencial, es artificioso en el contexto de una abstención que ha devenido estructural.
En lo concreto, esto implica que, si en todas las elecciones con voto voluntario ha votado menos de la mitad del universo electoral (padrón), las empresas encuestadoras debiésemos asumir que al menos la mitad de la muestra encuestada tiene muy baja probabilidad de concurrir a las urnas.
Por ejemplo, cuando se pregunta quién prefiere o le gustaría que fuese el próximo Presidente de Chile, todos los encuestados ejercen su derecho a opinar, pero sensatamente debiésemos esperar que menos de la mitad de ellos concurra finalmente a las urnas y ejerza su derecho a votar.
En los hechos, a las personas les cuesta mucho menos opinar que votar, lo que incide en una buena disposición a responder encuestas de opinión política, más aún en tiempos electorales en que los candidatos y sus propuestas confrontan a la ciudadanía con sus propias visiones sobre la sociedad, con sus aspiraciones y también sus temores más personales.
Ejemplo de ello es el resultado mostrado por la última CEP, frente a un escenario hipotético de segunda vuelta entre Sebastián Piñera y Alejandro Guillier. Un 32,9% de entrevistados dice que votaría por el primero, frente a un 28,7% que dice optar por el segundo. Si efectivamente concurriera a votar por uno de estos candidatos un 61,6% del padrón electoral, eso implicaría más de 8,5 millones de votos. Sin embargo, en la última elección municipal votaron menos de 5 millones de personas, y en la segunda vuelta entre Bachelet y Matthei, en 2013, poco más de 5,5 millones.
Incluso más, un 50,2% de los entrevistados en la CEP dice haber votado en la última elección municipal, lo que claramente no calza con la participación real en dicha elección que alcanzó el 35%.
¿Mienten las personas? ¿Mienten las encuestas? No necesariamente. Más bien, pasa algo tan doméstico como que nos cuesta más votar que opinar. Muchos encuestados señalan entusiastamente su disposición favorable a votar en la próxima elección presidencial, mientras desestiman los desincentivos objetivos y subjetivos que se harán presentes el día de concurrir a las urnas.
En este contexto, resulta muy complejo estimar, a partir de la declaración de los encuestados, la participación electoral de una ciudadanía mayormente desafectada de la política y su sistema de representación, en un escenario de voto voluntario y abstención estructural.
El análisis de la abstención ha evidenciado que esta disminuye sistemáticamente junto con la edad de los votantes. Esto se aprecia en las hasta ahora 4 elecciones con voto voluntario.
Observemos el único caso de segunda vuelta con voto voluntario. En la elección presidencial de 2013, donde Bachelet superó a Matthei, participó solo el 42% de los ciudadanos mayores de 18 años con derecho a voto, porcentaje que muestra una gran variabilidad de acuerdo a la edad de los votantes.
Retomemos el escenario de segunda vuelta medido por la encuesta CEP, para realizar el ejercicio de ponderar las respuestas de los encuestados a esas preguntas por la participación de grupos etarios en la segunda vuelta presidencial de 2013.
Veamos un segundo análisis, ahora tomando las respuestas al mismo escenario electoral según la probabilidad declarada de votar en la elección del presente año.El análisis muestra que la diferencia de 4 puntos a favor de Piñera sigue intacta al aplicar el factor de ponderación por participación etaria. Es decir, que, tomando como referencia la encuesta CEP y si la participación por edades se mantuviera en la segunda vuelta presidencial en proporciones similares a las de 2013, el Presidente sería Piñera, dado que los 4 puntos están sobre el margen de error.
Con todo, los ejercicios anteriores muestran algunas de varias posibilidades para, con voto voluntario, aproximarnos más finamente a la proyección de cifras estimativas de la votación el día de la elección. Si bien puede haber distintas maneras de ponderar las respuestas de los encuestados, aquí plantemos dos: una basada en la participación histórica y otra basada en la declaración a través de encuestas de intenciones de participación.En este caso, entre los votantes que declaran mayor probabilidad de concurrir a las urnas para la elección presidencial (total seguridad y probablemente sí), la brecha entre los dos candidatos disminuye levemente, mostrando un escenario más competitivo.
Como me sugirió alguna vez un experto electoral, “las encuestas no masticadas no alimentan nada”. (El Mostrador)
Cristián Valdivieso