Le duró poco al gobierno el intento por generar un espacio de diálogo con la oposición. Después que el Presidente Piñera usó su bala de plata al liderar él mismo la frustrada negociación con los líderes de los partidos que controlan la mayoría en el Congreso, a La Moneda le quedan dos caminos para destrabar sus proyectos de reforma tributaria y de pensiones. La opción más mala es aceptar las condiciones que ha puesto la oposición -focalizando la reforma tributaria en aumentar la recaudación sin incluir rebajas impositivas. La opción menos mala es asumir que el equipo político ya no va a poder construir puentes con la oposición, y realizar un cambio de gabinete que permita poner a la cabeza de las negociaciones a líderes de derecha que sean capaces de sacar adelante los acuerdos que este gobierno necesita.
A una semana de haberse iniciado el diálogo entre el Presidente Piñera con los líderes de los partidos, parece evidente que no hubo humo blanco. Lo que sabemos sobre las extensas conversaciones que se sostuvieron indica que hubo más recriminaciones mutuas que deseos de forjar acuerdos. Algunos, reclamaron que Piñera les había sacado en cara sus votaciones pasadas a favor del control de identidad preventivo cuando ellos habían votado a favor de aplicar esa medida a adultos, no menores. Otros, aprovecharon la ocasión para fustigar la evidente politización que ha dado el gobierno a cuestiones de política internacional para ganar puntos en la política doméstica.
Por su parte, La Moneda ha dejado entrever su descontento por la poca disposición a negociar de la oposición. Algunas de las peticiones que plantearon son una demanda de capitulación más que una oferta para empezar a negociar. Cuando la izquierda pide separar el componente de recaudación tributaria de las iniciativas de rebaja impositiva, queda claro que su objetivo es humillar al gobierno más que encontrar una solución que sea mutuamente conveniente. La negociación implica que las dos partes involucradas ceden algo para encontrarse en algún punto intermedio del camino. Cuando la izquierda solo le pide al Ejecutivo que ceda y no está de acuerdo en hacer concesiones, es difícil generar dinámicas que lleven a un diálogo fructífero.
Aunque algunos en el gobierno gustarían de culpar a la oposición -y fútilmente sueñan que la gente va a castigarlos por obstruccionistas- el sistema político chileno siempre termina poniendo el peso de la responsabilidad en las manos del Presidente. El ocupante de La Moneda siempre se queda con los beneficios de las victorias y paga los costos de las derrotas.
El Presidente Piñera ahora pasa por un momento complicado. Al ser él quien tomó el liderazgo de las negociaciones, no tiene ahora muchas opciones. Como el esfuerzo, para todos los efectos prácticos, ya fracasó, le corresponde decidir entre dos malas opciones (una tercera opción sería abandonar las promesas de campaña y convertirse en un pato cojo cuando todavía quedan tres años de mandato, pero naturalmente Piñera no ve eso como alternativa). La primera opción es la más mala. Piñera podría capitular y desdibujar sus reformas de forma tal de pasar solo las que aumentan la recaudación fiscal sin introducir rebajas impositivas. De hacer eso, las reformas saldrían rápido, pero la victoria sería más para la oposición que para el gobierno.
La segunda opción es menos mala. La Moneda puede asumir el costo del fracaso de las negociaciones y, dado que el Presidente ya usó su bala de plata, puede traspasar el costo del fracaso al equipo político. Para hacer un reset al intento de diálogo, el Mandatario debiera realizar un cambio de gabinete, nombrando en el equipo político a ministros que sean capaces de llevar adelante exitosas negociaciones con la oposición. Hay nombres de sobra en la derecha, tanto en el propio gabinete -con ministros que tienen amplia experiencia legislativa, como Cristián Monckeberg, Baldo Prokurica, Alberto Espina o el propio Nicolás Monckeberg (que ha tenido problemas negociando la reforma laboral)—como en el contingente legislativo de Chile Vamos. Felizmente para el gobierno, hay varios candidatos que pueden ser mejores negociando que los actuales miembros del equipo político de La Moneda y que lo que demostró el propio Presidente Piñera.
El gobierno no tiene el calendario a su favor. Si las reformas no pasan en 2019, difícilmente pasarán en 2020, cuando el país entre en lógica electoral. A 13 meses de iniciada esta administración, queda claro que La Moneda no tiene las habilidades negociadoras que se necesitan para lidiar con este Congreso hostil. Un cambio de gabinete siempre es doloroso, pero es mucho más caro no hacer nada y dejar que el ímpetu por las reformas se diluya. Lo único peor que un cambio de gabinete es un gobierno que, antes de llegar a la mitad de su periodo, se quede sin agenda y sin capacidad de impulsar las reformas a las que se comprometió en campaña.(El Líbero)
Patricio Navia