Los personajes de Roberto Gómez Bolaños marcaron a varias generaciones, entre ellas la mía, siendo el Chapulín Colorado uno de los principales. Máxima expresión de la torpeza mezclada con buenas intenciones, siempre enredaba los problemas mucho más de lo que los resolvía, acudía al llamado de víctimas afligidas con empeño, pero definitivamente sin otro talento que la buena suerte que, al final, acudía en su ayuda y solucionaba aquello que él había complicado aún más.
Después de todo lo ocurrido con el ex Ministro Insunza parece que sólo nos queda invocar al Chapulín y confiar que, igual a lo que sucedía con el pequeño anti héroe, la buena fortuna nos saque del atolladero en el que estamos, ya que cada día se ve más difícil que sea la conducción política la que encuentre el camino de salida.
Un pequeño repaso de la última semana es tan ilustrativo como desolador. La popularidad de la Presidenta cae en la encuesta Adimark a su nivel más bajo considerando sus dos gobiernos, acercándose incluso a la peor cifra que tuvo el ex Presidente Piñera en medio de los movimientos estudiantiles. No se trata aquí de sacar cuentas alegres de opositor; por el contrario, en las actuales circunstancias la debilidad de la Presidenta forma parte de la fragilidad del sistema político en su conjunto, abona el terreno para que las posiciones más extremas de la izquierda o de populismos del peor tipo puedan encontrar un inesperado apoyo.
En segundo lugar, las cifras económicas siguen sorprendiendo a la baja. El último Imacec muestra un paupérrimo 1,7% para los últimos 12 meses y el Banco Central volvió a rebajar la proyección de crecimiento por enésima vez. Los llamados brotes verdes, de los que hablaba el ex Ministro Arenas, no pasaron de ser un espejismo o un caso de daltonismo económico. Es muy difícil que la clase media no empiece a sentir los efectos de esta caída en la economía, las remuneraciones están empezando a mostrar cifras de contracción relevantes y las expectativas en esos hogares se pueden derrumbar en cualquier momento.
El problema es que no estamos en un período de normalidad política, en que un mal desempeño económico podía levantar las opciones de la oposición, particularmente del ex Presidente Piñera por sus obvias y reconocidas capacidades en el este campo;la verdad es que, si relacionamos la crisis del sistema político con el riesgo de una crisis económica, sólo se potencia el riesgo de la emergencia de populismos.
Por último, con el golpe que acaba de sufrir el nuevo equipo político sólo se agudiza la sensación de debilidad instalada. El nombramiento del Ministro Burgos fue percibida como una señal hacia la moderación, una forma de asumir que de la crisis política sólo se puede salir en un ambiente de diálogo y consensos, más aún cuando la Presidenta perdió su principal activo, cual era su inmensa popularidad.
Pero estos buenos pronósticos implicaban que tendríamos un Ministro del Interiorempoderado –como se dice ahora- y que pudiera echar por tierra la asambleaconstituyente, pudiera abrir una interlocución constructiva con la oposición y tuviera a la Nueva Mayoría alineada tras él, con un mínimo de disciplina.
Casi nada de ello ha ocurrido, los últimos días han evidenciado que el Ministro Burgos tiene reuniones más cordiales con los presidentes de los partidos de oposición que con los de su propio conglomerado, el conflicto con el presidente del PPD superó todo lo esperable a tres semanas de llegar al cargo y la falta de señales desde Presidencia ya empiezan a ser imposibles de ignorar. Hay silencios que se escuchan muy fuerte y en la relación de la Presidenta con su Ministro del Interior se está escuchando fuerte el tono agudo e irritante del silencio.
Cuesta entender que se haya nombrado en el cargo de Ministro Secretario General de la Presidencia a un Diputado que había hecho asesorías a una importante empresa minera, mientras era Presidente de la Comisión de Minería. No pasaron tres semanas hasta que esto se hizo público y antes del mes el Ministro tuvo que renunciar. Con el debido respeto, no puedo sino decir que lo único que falta es que en alguna parte aparezca el “chipote chillón”.
Ni desde el oficialismo, ni desde la oposición, hay nada de qué alegrarse. La falta de conducción se lee como ausencia de liderazgo y es una regla infalible que las sociedades repelen el vacío de poder, nada bueno puede salir de esta situación. Es peligroso tener una sociedad que, más o menos inerte, espera que alguien empiece a conducirla.
Parece hora de decir ¿y ahora quién podrá defendernos? En una de esas tenemos un poco de suerte, viene el Chapulín Colorado y las cosas terminan saliendo bien.