Si de aprontes se trata, el En contra tiene todas las de ganar. Sin embargo, es más probable que pierda. Si ello ocurre, la responsabilidad será de los partidos que enarbolan la opción del rechazo. Tendrán muchos años para lamentarlo.
El En contra parte con ventaja, desde luego, en las encuestas. Ello parece originarse, ya se ha repetido innúmeras veces, no tanto porque la gente rechace el texto o alguna de sus partes, sino porque el fastidio con la política llevó a muchos, aun antes de que se escribieran las primeras líneas, a repudiar el esfuerzo y la promesa. Poco pudieron contra ello las buenas maneras usadas en esta nueva versión y el esbozo de una casa común que lograron los expertos.
Bueno, pero todo eso cambiará cuando la gente lea el texto, se sostuvo en la derecha. Ello no ocurrirá. Primero, porque pretender la lectura de un texto obeso de cerca de 50.000 palabras, el doble de las que tiene la que nos rige, el doble de lo que tiene el promedio de las constituciones del mundo, resulta improbable. En segundo lugar, y más importante, porque si aquello en lo que puso sus esperanzas la derecha no fue en la lectura del proyecto, sino en la discusión de cinco o seis de sus ideas centrales, eso tampoco le está resultando.
Por el contrario, en los debates entre quienes, sí hemos leído minuciosamente el texto, va quedando claro que es más probable que si llega a regir, se debilite en vez de reforzarse la capacidad del Estado de enfrentar el delito. De igual modo, va quedando claro que el extenso texto, aunque no merezca el nombre de refundacional, va a acarrear, producto de sus vagas y noveles cláusulas, no poca incerteza jurídica y judicialización. De igual modo, aparecen de manifiesto en esos debates innúmeras rigideces que pueden restar agilidad y flexibilidad al Estado para responder a necesidades sociales cambiantes, al haberse proscrito o sobrerregulado cuestiones que nada tienen que hacer con las bases de una institucionalidad democrática. Por último, surgen fundadas dudas respecto de la fortaleza del Estado de Derecho, con cambios que se introducen al sistema de nombramiento y calificación de los jueces y al hacerse necesario crear una institución nueva que coordinará las tareas de la Contraloría.
En el debate público, que ya cubren las radios y que irá asomándose luego a las pantallas de la televisión, aparecerán estas debilidades del proyecto constitucional. El A favor, ciertamente, podrá mostrar que el texto mejorará el funcionamiento del Congreso; pero ese tema, aunque muy importante, probablemente dejará fría a las grandes audiencias, salvo en lo que toca a la disminución de parlamentarios, que paradójicamente no promete nada positivo.
¿Y cómo es probable que pierda el rechazo teniendo todas las de ganar? ¿Cómo será posible dar vuelta estas potentes tendencias? El talón de Aquiles del rechazo es que, por ahora, promete muy poco acerca de lo que conllevará su triunfo y esa indefinición equivale a incerteza, y a oídos de muchos, a inestabilidad. ¿Qué estabilidad futura promete el rechazo? ¿Qué Constitución? La izquierda podría asegurar su triunfo si dijera fuerte y claro que si se rechaza el texto se acaba el proceso constituyente, si renunciara explícitamente a una nueva Constitución y validara la vigente.
No está fácil para la izquierda hacer la promesa que le asegure el triunfo. Pasa por renunciar a las ideas refundacionales y por validar un texto al que, majaderamente y sin razón, muchos siguen llamando la Constitución de Guzmán, la neoliberal o la tramposa.
Validar la Constitución vigente, anunciando que se contentará tan solo con un conjunto muy acotado de reformas, en torno a las 12 bases, implica, para la izquierda, “comerse un sapo” de proporciones. Si no lo hace, sin embargo, el sapo que podría tener que tragar puede ser de más difícil y larga digestión, pues implicará vivir por largos años al alero de una Constitución que limita, ciertamente más que la vigente, sus sueños políticos. Si decide esperar con los dientes apretados, como hizo en septiembre del año pasado, las consecuencias de su derrota serán mucho más dolorosas que las de entonces.
Si la izquierda, si al menos el Socialismo Democrático, no asume compromisos que logren disminuir la incerteza de lo que significa y conlleva el rechazo, es bien probable que pierda una elección que tenía ganada. Después, podrá lamentarse por largos años. (El Mercurio)
Jorge Correa Sutil