¿Y resucitará?

¿Y resucitará?

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La última encuesta Adimark muestra la imagen de la Presidenta por los suelos. Y si bien esto ya le había ocurrido antes, nunca la caída en aprobación y en atributos fue tan grande y tan abrupta.

Hay varias explicaciones para el fenómeno.

La más obvia es biográfica. La Presidenta construyó su figura en torno a su historia personal. En la historia política de Chile no hay otro caso de un político -política en este caso- cuyo éxito se erija sobre circunstancias directamente personales: empinado sobre los avatares, a veces trágicos, de su vida personal, y las virtudes que ella revelaba. En la historia política del siglo XX chileno, los políticos, Frei, Allende, hasta el somero y enigmático Alessandri, se levantaban sobre una nube de ideas globales que intentaban inteligir y guiar el futuro. Esas nubes sostenían sus figuras. El caso de la Presidenta Bachelet es justo al revés. La nube es ella y sobre ella se levantó un conjunto de ideas, el programa, en cuyo derredor se estructuró la coalición. Ella atraía, sobre el fondo de su biografía, a la gente, y su prestigio imantaba a la Nueva Mayoría.

Todo eso se ha deteriorado.

Y se ha deteriorado no exactamente por el asunto de su hijo, sino por su reacción tardía y su falta de reflexión crítica frente a él. No es la conducta de su hijo, sino la conducta de ella lo que ha acabado dañándola. Para la política vale lo que Sartre solía decir: no importa tanto lo que han hecho del hombre, lo que importa es lo que él hace con lo que han hecho de él. Lo mismo vale para la Presidenta: no importa tanto lo que hacen sus cercanos, lo que importa es lo que ella hace frente a eso. No es lo que le pasó, sino lo que ella hizo frente a eso, el problema. Una política cuyo prestigio y cuya figura se levantan sobre su biografía y su subjetividad, tiene en sus propias reacciones subjetivas su mayor peligro. Una conducta equivocada basta para trizar la estructura que hace plausible su figura y el hechizo amenaza con esfumarse.

Algo de eso está ocurriendo.

También la Presidenta está siendo víctima de un proceso que comenzó hace ya una década y se ha esparcido poco a poco como consecuencia de la expansión del consumo, el aumento de la individuación y el crecimiento de la escolaridad: la creciente debilidad de las élites o, si se prefiere, la alerta frente a los grupos que monopolizan el poder y la virtud, y a quienes la gente de a pie mira con el parejo anhelo de emularlos y al mismo tiempo verlos caer. Las demandas de una democracia asilvestrada, que aspira a derogar cualquier representación, son una expresión exagerada y fantasiosa de ese fenómeno.

Por supuesto la propia Presidenta atizó esa actitud frente a las élites y contribuyó a elevar el umbral con que se juzga su comportamiento. Olvidó un detalle: ella era parte de la élite y está expuesta a la misma desconfianza.

Es probable entonces que la Presidenta Bachelet haya inaugurado un fenómeno que se repetirá una y otra vez en el futuro: la falta de confianza en los cuadros dirigentes. Es probable que de aquí en delante se descrea y se recele de ellos. No es, sin embargo, esa confianza muda y atmosférica que es indispensable para que los países funcionen -o que Hume llamaba el cemento de la sociedad- lo que está deteriorándose, sino la confianza en las figuras personales, como la de la Presidenta, que han hecho de la virtud biográfica la parte principal de sus atributos. Esa desconfianza, si se mira a largo plazo, no será del todo mala. Si en algo acierta el pensamiento liberal es en que desconfiar de quienes ejercen el poder no es un vicio, sino una virtud.

¿Podrá ella recuperar su imagen como ya ocurrió en el primer gobierno, cuando tropezó más de una vez?

Es probable que sí. Pero ya nada volverá a ser igual después del verano que recién acabó. Este tipo de cosas son como el plato roto de Fitzgerald. Se podrán reunir los pedazos con paciencia, pegarlos con esmero uno junto al otro y reconstruir el conjunto.

Pero el plato ya nunca será el mismo.(El Mercurio)

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