Según el Foro Económico Mundial, en 118 años más las mujeres ganarán lo mismo que los hombres por igual trabajo, con el agravante de que nunca en la historia ha habido tantas mujeres en la educación superior, incluso más que hombres actualmente.
Hay quienes piensan que este tipo de situaciones deben resolverse solas, pues empujar el cambio vía cuotas o leyes va en perjuicio del mismo grupo que se pretende ayudar, ya que sus ascensos o logros son descalificados por considerarse menos merecidos. Es así como se habla de «cuota girls» y también existen quienes apodan «golden skirts» a quienes se repiten en distintos directorios que buscan poner a «una mujer» que haga que la foto de los directivos de la empresa no sea solo masculina. Adicionalmente, el hecho de que tengamos en Chile una Presidenta por segunda vez, así como muchas profesionales que han roto «solas» el techo de cristal de sus respectivas áreas, daría, aparentemente, argumentos al grupo de quienes piensan así.
Es solo cosa de tiempo, dicen.
Sin embargo, y no obstante la racionalidad de aquellos planteamientos, los avances civilizatorios no se han alcanzado dándole «tiempo al tiempo», sino tomando acciones decididas, en procesos complejos, a menudo lentos y llenos de retrocesos, pero que han conducido a que aquellos grupos subrepresentados o marginados de la vida pública, hayan logrado superar ese menoscabo. En el caso de los derechos de la mujer, basta pensar que hace pocas décadas no tenían derecho a voto en Chile, y que si eso cambió fue porque hubo quienes hicieron de aquello una bandera de lucha.
¿Cómo solucionar el problema de los 118 años? Varios proponen la vía legislativa, pero en Chile, al menos, esto no ha funcionado. Este no parece ser un tema que el Congreso pueda resolver solo, sino que probablemente sería mucho más eficiente que fuera la empresa privada misma la que lo liderara.
Tuve la suerte de escuchar a un ícono empresarial de Silicon Valley, Marc Benioff, chairman y CEO de SalesForce, quien dio un discurso para los egresados de Berkeley de este año, en que relató a los futuros ingenieros que había tomado este tema de la brecha salarial de género como su causa personal y ordenó una revisión de cada sueldo de sus miles de empleados para saber -y corregir- si había disparidades entre los géneros.
Un ejemplo así debiera inspirar a los golpeados empresarios chilenos, quienes, promoviendo eficazmente causas como esta, podrían empezar a superar sus crisis de legitimidad haciendo un aporte real -sin que los obligue la ley o el regulador, sino por convicción- a construir un país mejor y más justo, sin tener que esperar 118 años más.