No es insensato pensar en un período largo, de tres gobiernos, para la centroderecha. No se trata de una extensión descomunal: coincide, por ejemplo, con la suma de los períodos de Frei y Lagos; no hay que olvidar que la Concertación tuvo cuatro gobiernos continuos, que duraron, en su conjunto, dos décadas.
En la centroderecha hay quienes están pensando en ocho años, dos gobiernos. Es un avance respecto de la falta de visión que se tuvo en el pasado sobre la importancia de darle continuidad a la tarea. Pero aún puede ser poco. Los años pasan rápido y el primer período, si ha de ser exitoso, será necesariamente de transición: desde el estancamiento económico a un crecimiento razonable; desde la corrección de reformas mal formuladas y ejecutadas a su normalización; desde una centroderecha donde aún hay resabios de autoritarismo, economicismo y a veces falta de conciencia política a un sector renovado en la ideología y las prácticas (solo esta falta de renovación puede explicar aún la separación de la DC y grupos liberales relevantes, como el de Velasco, y la centroderecha); desde liderazgos consolidados a la consolidación de los incipientes conductores del futuro. Pensar a más de una década permite atar a la política de manera más perenne a los peregrinos del servicio público, a los que dan un breve paso por el gobierno, obligándoles a pensar y actuar como si sus destinos estuvieran vinculados al derrotero de su polis.
Doce años, ni cuatro ni ocho, son los que se necesitan para que el eventual triunfo de noviembre o diciembre tenga un talante significativo, deje huella, marque el rumbo. Ocurre que se necesitan grandes reformas, alteraciones estructurales para graves problemas pendientes. Ellas requieren de preparación, maduración, justificación ideológica, capacidad persuasiva, producción de consensos. El éxito de esas tareas de mediano y largo plazo depende de que las coaliciones que las conciban y pongan en obra queden en situación de ver sus frutos y asumir la responsabilidad por ellos.
Piénsese, por ejemplo, en el asunto del abandono inveterado de las provincias, que coincide con el hacinamiento de gran parte de la población en la capital nacional, facilitador de la segregación, la polución, la delincuencia, problemas de transporte, la pérdida de naturalidad de la existencia. Darle una solución a esta cuestión exige de un trabajo intenso y dificultoso, que ha de involucrar a ingenieros, historiadores, militares, geógrafos. Se requiere volver a dibujar el mapa del país, agrupar las provincias en unidades regionales grandes y viables (¿cuatro, cinco?); transferir paulatinamente competencias políticas a esas nuevas unidades; proveerlas de institucionalidades adecuadas. Solo el gobierno de una coalición que se proyecte varios períodos podrá estar en condiciones de efectuar una tarea de tantos alcances y complejidad, y tener el interés puesto en ella. Algo similar cabe decir respecto del problema de la pérdida de productividad de nuestra economía, de la politización y anquilosamiento del aparato estatal, de la educación en todos sus niveles, de la cuestión de la integración de los inmigrantes, del asunto mapuche.
Solo una centroderecha que asuma esos desafíos de mediano y largo plazo y se prepare para ellos, con trabajo político y de reflexión ideológica suficientes, llegará a estar a la altura de su tarea y evitará volver a ser un interludio en un largo ciclo que remata en una Nueva Mayoría en franco deterioro. (La Tercera)
Hugo Herrera