4 de septiembre: el duro aprendizaje

4 de septiembre: el duro aprendizaje

Compartir

Quizás, el modo más eficaz de medir la trascendencia del plebiscito de hace dos años, cuando se rechazó el proyecto de Constitución elaborado por la Convención controlada por quienes están gobernando, sea imaginar lo que habría ocurrido si hubiera sido aprobado. Probablemente, habría sobrevenido un proceso de dislocación institucional y desorden en todos los ámbitos, frente a lo cual los inspiradores del experimento no habrían sabido qué hacer.

El texto rechazado no estaba concebido para convivir en la diversidad. Constituía un golpe directo a las bases del Estado unitario y de la democracia liberal. Trozaba a Chile en tantas naciones como etnias. Daba luz verde a la creación de las “autonomías territoriales indígenas”. Creaba un escenario de extrema incertidumbre económica y, por lo tanto, social, lo que habría sido la señal definitiva para el éxodo de muchos inversionistas. En su propio mundo, los triunfadores habrían entendido que llegaba, por fin, el momento de la refundación/revolución, la posibilidad de cambiar el país hasta volverlo irreconocible.

El origen del extravío constituyente fue, como sabemos, el estallido antisocial y antidemocrático de octubre de 2019, cuyos instigadores buscaron provocar el caos y derrocar al gobierno constitucional. Casi lo consiguieron. De allí vinieron el miedo y los oportunismos que abrieron paso a la Convención elegida en julio de 2021 dentro de las reglas ad hoc aprobadas negligentemente por los parlamentarios. Cuatro meses antes, había asumido el Presidente Boric, quien hizo todo lo que vimos para que el proyecto fuera aprobado.

La Convención fue un experimento que mostró hasta dónde pueden llegar el desvarío político y la confusión entre lo real y lo imaginario. Vimos entonces a numerosos convencionales, algunos de ellos profesores de Derecho Constitucional, embriagados por la idea de que podían remodelar el país a su gusto. Fue el momento de la exacerbación de los negocios políticos identitarios y del populismo constitucional sin límites. La responsabilidad principal, sin embargo, no fue de los convencionales, sino del Congreso Nacional, el progenitor de la criatura. Y todos los partidos llevan velas en ese entierro.

Ignoramos si los partidos de la antigua centroizquierda han revisado con sentido autocrítico su posición de hace dos años. No podían desconocer que el proyecto de la Convención era el germen de duros conflictos y quizás el inicio de una fractura devastadora en la vida del país, pero cerraron los ojos y lo apoyaron de todos modos. Es evidente que priorizaron la conveniencia de no distanciarse del nuevo mandatario.

El 4 de septiembre de 2022, el país reaccionó en el límite. Fue la respuesta de una contundente mayoría ciudadana ante los peligros de la confrontación ciega, el marasmo y la decadencia generados por el octubrismo. Factor gravitante fue la temprana percepción de los riesgos de desarticulación que traería la plurinacionalidad. No costaba imaginar que, si hubiera prosperado el delirio refundacional, a Chile le esperaban tiempos muy difíciles. El triunfo de la opción Rechazo fue, sin duda, un acto de legítima defensa.

La paradoja es que aquel resultado benefició directamente al actual mandatario, quien siguió gobernando con las reglas constitucionales dentro de las cuales fue elegido, protegido por el marco jurídico allí establecido. Lo salvó, hay que decirlo, la Constitución que lleva la firma del presidente Lagos. Es cierto que se apresuró en promover un segundo experimento, con la pronta colaboración de los partidos opositores, pero eso solo sirvió para demostrar que el país ya estaba harto de ser visto como un laboratorio.

“Solo se aprende, aprende, aprende / de los propios, propios errores”, escribió hace muchos años el poeta Gonzalo Rojas. De eso se trata, exactamente. De aprender de las costosas equivocaciones colectivas que, en este caso, pudieron significar la pérdida de las libertades que costó recuperar. El reto es no tropezar en las mismas piedras, pero nadie puede dar garantías al respecto, sobre todo si predominan entre nosotros la deslealtad con la democracia, la condescendencia con la violencia y la desaprensión por la suerte de la República. Es inquietante, por supuesto, que haya parlamentarios que no diferencian entre dictadura y democracia.

Es posible que la larga aventura constituyente haya servido como aprendizaje por contradicción. Describió crudamente aquello que debemos evitar a toda costa para seguir conviviendo en libertad. (El Mercurio)

Sergio Muñoz Riveros