¿40 o 41? Estamos desenfocados- Ricardo Capponi

¿40 o 41? Estamos desenfocados- Ricardo Capponi

Compartir

A simple vista, parece sensata la discusión por las 40 o 41 horas de trabajo semanal. En el ajetreo de nuestros días es bueno tener más tiempo para cultivar la intimidad de las relaciones, el ocio y la calidad de vida. Pero si uno mira con algo más de profundidad, nos daremos cuenta que de tanto ponerle el foco a las horas, hemos dejado de alumbrar el problema de fondo. Y es que en Chile hay una preocupante desafección por el trabajo.

A los chilenos no nos gusta trabajar, y son varios los hechos que lo confirman. Queremos jubilar lo antes posible, independientemente del monto del ahorro disponible. Un estudio recién publicado muestra que solo el 18% de los empleados y trabajadores en Chile tienen motivación y adherencia a su trabajo. Tenemos un nivel de ausentismo laboral por sobre el promedio mundial, y el 23% de las licencias médicas son indebidas. Chile ocupa el primer lugar de los países con más feriados en la región. Un spot publicitario captó muy bien el sueño de los chilenos: en la escena principal un empleado radiante grita: “chao, jefe, me gané la lotería”, mientras en el fondo de la pantalla aparece disfrutando en el Caribe. Y en esta evidente desafección hacia el trabajo caemos embobados ante el ofertón de disminuir las horas laborales.

¿Y por qué es deseable esperar más apego por nuestro trabajo? Porque allí pasamos la mayor parte de nuestra vida y podríamos encontrar una enorme fuente de bienestar. Trabajadores y empresarios nos estamos farreando esa oportunidad.

El estudio de seguimiento realizado en Harvard de 724 personas por 75 años es categórico: la felicidad de las personas se correlaciona con la calidad de sus relaciones afectivas. ¿Y dónde se realizan nuestras relaciones afectivas? En dos grandes ámbitos del acontecer diario: uno, en las relaciones íntimas: hijos, padres, pareja y Dios para el creyente. El otro, en la relación con el trabajo. Ahora entendemos por qué cuando le preguntaron a Freud ¿qué hay que hacer para ser feliz?, él contestó: “amar y trabajar”. Freud, el primero en demostrar la importancia de la afectividad en la vida psíquica, sabía el rol fundamental que esta tiene mientras trabajamos.

En el trabajo circula la afectividad en varios frentes: primero cuando abordamos las tareas y desafíos de nuestro objeto de trabajo. Acá el papel de la motivación intrínseca (que se debilita hasta desaparecer con los premios y los castigos) es fundamental, y su cultivo y reforzamiento, esencial para generar apego al trabajo. Segundo, mientras adquirimos la destreza necesaria haciendo experiencia con los desafíos que plantea la tarea, obteniendo así ese fluir que produce bienestar emocional y es esencial para tener felicidad en el trabajo. Tercero, en el circular afectivo con que se realiza la capacidad de proyectar a futuro el quehacer, construyendo así un sentido de misión, el cual contribuye al “engagement” con el proyecto y con la empresa. Cuarto, en la relación con nuestros equipos de trabajo, nuestros pares, subordinados y jefes, ámbito en que la dimensión de la inteligencia emocional de la vida afectiva juega un papel central.

¿Y qué podemos hacer para mejorar esta desafección al trabajo? Lo primero sería promover un cambio cultural respecto de la forma como nos relacionamos con el trabajo. Una sociedad que aprecia el trabajo como fuente de bienestar emocional es sana, robusta y estable. Pero las empresas han caído víctimas del canto de sirena del felicismo (una forma de populismo intelectual) e invierten en premios y actividades recreativas para producir alegría en sus empleados, subirles el ánimo para que estén más contentos, y en el mejor de los casos, promover actividades de voluntariado porque así obtendrían algunas dosis de felicidad. ¿Qué pasaría si además de poner los esfuerzos en estos asuntos los pusiéramos también (y con más énfasis) en los cuatro puntos por los que señalé circula la afectividad con nuestro objeto de trabajo, y en la depuración de las emociones negativas que ocurren al interior de las empresas? Me refiero, por ejemplo, a combatir el agotamiento, las desconfianzas, el miedo a la autoridad, el control excesivo o las relaciones de sumisión. Seguramente, estaríamos transitando del felicismo a una felicidad perdurable: una felicidad que no se improvisa, sino que se construye a través del tiempo, amando y trabajando, y trabajando con expertise, motivación, compromiso, autonomía y sentido de misión.

La discusión por la disminución de las horas de trabajo está fuera de foco. En este país, frente a cualquier problema, lo primero que se nos viene a la mente es la búsqueda de un cambio estructural, y de la mano, el tramitar un cambio legal. Asimismo, la comunicación masiva instantánea e interactiva facilita el éxito de propuestas populistas inconducentes. La única manera de contener este peligroso fenómeno social es fortalecer a las masas para que no caigan víctimas de los cantos de sirenas. Que por medio de la “fuerza de las ideas” adquieran la capacidad necesaria para ver lo perverso que contiene la propuesta.

El debate acerca de las 40 o 41 horas sería muy distinto si tuviéramos una ciudadanía con adhesión, compromiso y motivación por el trabajo. Ciudadanía que no caería en las fauces de los ofrecimientos demagógicos, situación que llevaría a las autoridades a pensar las políticas públicas orientadas al bien común y no para ganar votos.

 

El Mercurio

Dejar una respuesta