Todos los viejos gremialistas, cuando vimos cómo desaparecía el restaurante El Parrón, sufrimos al recordar que en ese recinto habíamos celebrado un evento único en nuestra historia. En 1987 se cumplían los 20 años de la fundación, y por eso nos reunimos ahí para que nos hablara Jaime Guzmán.
Nos dijo que «quienes fundamos el Movimiento Gremial de la Universidad Católica, al igual que aquellos que han sido sus dirigentes e integrantes a lo largo de estos 20 años, sentimos el legítimo orgullo de haber impulsado algo muy trascendente y positivo para el devenir de Chile». Nos insistió en que es en «una escala de valores morales donde reside la explicación última y más honda de nuestro sello generacional», y que eso se expresaba en una «convicción -hecha testimonio- de que la vida tiene un signo trascendente, derivado de la dignidad espiritual del hombre».
Lo oíamos con devoción, qué justo es reconocerlo. A todos los presentes nos tocó el fondo del alma una expresión de Guzmán que ha sido repetida una y mil veces después: «Representamos uno de los movimientos generacionales más gravitantes gestados en Chile durante el último medio siglo; y somos eso: servidores siempre imperfectos -pero también siempre perseverantes- de principios conceptuales sólidos y de valores morales objetivos y graníticos; por ello -y no por otro motivo- nos detestan tan virulentamente nuestros muy variados adversarios; nos detestan porque nos temen; y nos temen porque nos saben irreductibles».
Esta noche, 30 de agosto de 2017, los gremialistas nos volveremos a juntar, esta vez para celebrar los 50 años de nuestro movimiento.
Es una pena, pero no estarán todos los que algún día fueron parte de nuestro proyecto.
Unos han dejado de ser irreductibles: se han rendido a la eficiencia, han cambiado la foto de Guzmán por la de Piñera, prefieren los resultados por sobre las virtudes. Están en todo su derecho y, por eso mismo, no estarán presentes esta noche. Otros cedieron ante su propia comodidad y decidieron abandonar la vida pública para dedicarse a muy variadas y lucrativas actividades. Algunos de ellos estarán presentes esta noche y sentirán el tirón del pasado. Quizás sea el momento de volver a lo nuestro.
Pero miremos lo positivo: en las mesas de nuestra comida de aniversario van a estar 50 generaciones de hombres y mujeres que han entregado tanta capacidad al servicio de Chile que, sin duda alguna, sin ellos el país habría colapsado. Estarán políticos que han sido fieles al legado del mártir Guzmán; estarán educadores que desde el primer día de la toma de la UC entendieron que ese no era el camino para mejorar la ciencia y la cultura; estarán, en fin, dirigentes de todos los gremios profesionales, sindicales, empresariales, vecinales, culturales y deportivos, personas convencidas de que los cuerpos intermedios no deben ser instrumentalizados por organizaciones ajenas a sus propósitos.
Ante ese panorama, se impone la comparación. Sí, la comparación, porque en la democracia debe hacerse la compulsa de las diversas opciones.
Hay que comparar, efectivamente, estos 50 años de Gremialismo con la actividad de las actuales juventudes de los partidos políticos, y con los nuevos movimientos de ultraizquierda, y con las iniciativas socialcristianas, y con los jóvenes intelectuales de derecha, tan convencidos de su relevancia. Hay que comparar.
Hace unos días repasaba los fundamentos del Gremialismo con un grupo de universitarios. Y aparecía nítidamente la diferencia: los gremialistas de ayer y de siempre nos caracterizaremos por una irrestricta defensa de la vida, del matrimonio, de la familia y de los cuerpos intermedios.