¿Cuál error es más grave?
A primera vista, el de Guillier.
Después de todo, no comprender la política pública con la que intenta ganarse la confianza del electorado (su jefe programático, Osvaldo Rosales, debió salir a explicarla) muestra una cierta incapacidad para conducir los asuntos públicos y revela la verdadera índole de su papel como candidato: un rostro al que de pronto se le confunde lo que debía recitar.
Piñera, en tanto, podría afirmarse, pareció equivocarse en una característica que afecta a minorías, y después de todo, como él mismo lo dijo cuando salió a explicar sus propias declaraciones (al menos no lo hizo un jefe programático en lugar de él), su tropiezo pareció simplemente un verbo mal empleado.
Un simple criterio utilitarista (que atendiera a la cantidad de personas dañadas por los respectivos errores) indicaría que serían muchos más los perjudicados con la impericia en políticas públicas de Guillier que los dañados con la mala comprensión de la disforia que mostró Piñera.
Así entonces, no parece caber duda de que es más grave que un candidato no entienda lo que propone, a que otro no entienda una condición que afecta a una minoría.
Pero cuando el asunto se mira más de cerca hay que arribar a la conclusión contraria. Cuando se lo examina imparcialmente es mucho más grave el tropiezo de Piñera.
Porque cuando Sebastián Piñera afirma que la disforia de género se «corrige» con la edad, está afirmando, en el fondo, que existe un criterio normativo acerca del género al que los seres humanos deben apegarse y que, cuando se apartan de él, pueden ser empujados, regularizados o conducidos de vuelta a aquello que querían abandonar. Esta visión de la naturaleza humana como una norma de la que ciertas condiciones serían una desviación, una forma torcida que puede ser enmendada o normalizada, revela un prejuicio profundo hacia la diversidad, la que en vez de ser comprendida como realizaciones plurales de lo humano, es concebida como torsión, como abandono de una regla o norma a la que, por efecto del tiempo, la sensatez, el fármaco, la intervención de terceros, sería posible volver.
Si el tropiezo de Piñera (o lo que parece tal) fuera el resultado de mala información científica, el fruto de estar mal asesorado, un defecto, en suma, de ilustración o de pericia (como lo fue, sin duda, la incapacidad de Guillier para explicar su propio programa), el asunto no sería tan grave; pero ocurre que en el caso de Piñera revela una comprensión de la condición humana que se trasluce también en otras opiniones que la derecha que lo apoya ha manifestado una y otra vez en cuestiones como la homosexualidad o la adopción homoparental (donde ha sostenido que un padre y una madre son mejores puesto que son parte de la naturaleza). El tropiezo de Piñera al tratar a la disforia de género como algo que el tiempo puede normalizar, regularizar, corregir, hacer volver a la norma que en un momento se habría abandonado, muestra así la forma en que al menos parte de la derecha concibe y trata las diversas condiciones en que se muestra lo humano, y que Piñera, después de todo, parece compartir.
Es verdad que el día viernes Piñera, advertido de lo que sus palabras revelaban, quiso desdecirse, pero incluso en ese momento fue más bien tibio («tal vez el verbo no fue el más correcto», dijo), confirmando que lo que pareció un tropiezo, no fue ni eso, ni un lapsus, ni un error gramatical, sino el punto de vista que en efecto él posee y que se niega a abandonar.
Se dirá que todo esto es un exceso y que las opiniones frente a la disforia están también normalizadas por lo políticamente correcto, esa forma casi ambiental con que se disciplinan las opiniones y el discurso, pero no es el caso. Porque lo que aquí está en juego no es una simple toma de posición frente a una forma de vida, una simple elección de lo que es preferible o lo que no, sino una comprensión de las formas en que se revela la condición humana y de la que deriva la dignidad que las personas se deben recíprocamente.
Sí, es cierto, Guillier mostró en sus respuestas lo que todos más o menos saben, que él es un rostro en el que no abunda el manejo ni de ideas ni de programas; pero Piñera, con las suyas, mostró algo aún peor por lo verdadero y lo fidedigno: que en él siempre se cuela ese conservadurismo que tarde o temprano rivaliza con la dignidad de las personas.