Hace unos días, Kazuo Ishiguro, escritor británico de origen japonés, leyó su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura ante la Academia Sueca. El autor de Los restos del día, Cuando fuimos huérfanos, Nunca me abandones, entre otras extraordinarias obras, habló sobre su vida en Inglaterra a la que llegó de niño, la forma como había ido creando su literatura, basada en un Japón íntimo, y la profundidad e impacto de su narrativa y de sus personajes, Como simple ejemplo, respecto de su última novela, El gigante enterrado, Alex Preston crítico del The Observer, escribió: “Un libro hermoso y desgarrador sobre el deber de recordar y la necesidad de olvidar”.
En su discurso, Ishiguro enseña al mundo el lenguaje profundo que lo ha hecho famoso en el ámbito de la literatura. También reflexiona sobre nuestros tiempos frustrados y los fenómenos políticos que nos sacuden a diario con acontecimientos violentos, grupos que toman el poder en Europa bajo signos ultranacionalistas, la incapacidad de responder a preguntas que creíamos sencillas.
Ishiguro nos dice que la época que surgió tras la caída del Muro de Berlín parecía una buena señal para el mundo, pero resultó marcada por la autocomplacencia y las oportunidades perdidas. Se ha permitido –añade- que crezcan enormes desigualdades –de riqueza y oportunidades- entre países y dentro de los mismos países. También habló de su propia experiencia política y confesó ser un escritor cansado de una generación cansada. Vaticinó, sin embargo, que la que viene llegará con todo tipo de nuevos –y en ocasiones desconcertantes- modos de contar historias importantes y maravillosas. En el contexto de su discurso, no se refería únicamente a cambios literarios sino también políticos.
Finalmente, afirmó que debemos encontrar una gran idea, una gran visión humanista, alrededor de la que congregarnos.
Nos hemos preguntado si las inquietudes de Ishiguro son aplicables en alguna medida a las vicisitudes y momentos que vive nuestro país. ¿Habremos perdido muchas oportunidades en estos años?; ¿han crecido las desigualdades entre los chilenos?; ¿de qué o de quiénes estamos cansados?
Tal vez las preguntas más importantes, ¿existe en Chile una gran visión humanista alrededor de la cual congregarnos? Finalmente, ¿las elecciones presidenciales que tendrán lugar el próximo domingo, son una respuesta al anhelo de oportunidad y crecimiento encarnada por alguno de los candidatos, o debemos esperar a esa nueva generación que traerá respuestas, como dice Ishiguro, importantes y maravillosas?
Lo que hemos visto hasta ahora insinúa que habrá que esperar. Tal vez más grave, quien resulte elegido tiene asegurada una oposición más o menos férrea de la facción que obtuvo 20 diputados y un senador y que, aguas arriba, se conoce como Frente Amplio, pero cuyo pensamiento global es muy difícil de discernir. (La Tercera)
Alvaro Ortúzar