A pocas horas de una decisión trascendente para la nación, donde se juega la forma y modo en que se enfrentará el próximo cuadrienio, es sin duda importante, pero no dramática, como los más intensos -de uno u otro lado- la describen. Ni Venezuela, ni el regreso de la noche obscura del autoritarismo. Hemos construido una institucionalidad sólida, que ahuyenta fantasmas de pasados irrepetibles, y pesadillas de populismos ramplones. Es cierto que quien conduzca, esperamos que con inteligencia y eficiencia, será determinante a la hora de recorrer el mejor derrotero para volver a crecer a un buen ritmo, para continuar con una creciente incorporación de garantías al patrimonio de los ciudadanos.
Si desde esta tribuna pudiera insinuar una receta, elegiría la de la moderación, no como una prescripción de inacción, sino como un camino de cambios prudentes, de grandes acuerdos. Sé que no está de moda esta manera de ver las cosas, pero ojo con las modas, que suelen ser muy pasajeras y sus efectos negativos muy permanentes. Es altamente probable que uno de los temas más complejos que le corresponda asumir a quien nos gobierne, sea el constitucional. Sabemos que las constituciones se ubican lejos del colorido y la alegría de las campañas políticas y las promesas electorales para situarse en una zona en que acertadamente el profesor Jorge Correa califica como gris.
La Constitución no es un bello resumidero de valores, principios y derechos; una Constitución es ante todo un modo de organizar, dividir y muy principalmente limitar y controlar el poder. Esa discusión será ineludible; es más, sería desastroso eludirla. Pero también sería un pésimo camino extremarla como la panacea de los pendientes, no pocos, que nos aquejan. Moderación y la búsqueda incansable de acuerdos deben ser la orden del día en este importante tema. Arranquemos del dilema que tan claramente singulariza el catedrático Daniel Innerarity: “Los conservadores y la izquierda populista adoran el antagonismo. La obsesión por la estabilidad de los primeros resulta hiriente para quienes están en desventaja; los segundos consideran la democracia como una cadena de big bangs constituyentes”. A veces pareciera, de lo escuchado en esta campaña, que ciertos sectores de la nueva y vieja izquierda tienen una muy baja valoración de las instituciones y una profunda confianza que de los momentos constituyentes no puede resultar nada malo.
Por otra parte, la derecha suele visualizar en todo cambio un riesgo inaceptable. Es cierto que la institucionalidad es un valor privilegiado, pero cuidado con negar todo método de reforma, bajo el amparo de altos quórum que operan como antídoto al cambio.
Esperamos que esta importante discusión, ya sea que la encabece Piñera o Guillier, sea grande, sin complejos, sin pretender que todo comienza con una hoja en blanco.
Solo de esa forma demostraremos , en este y otros debates, cuán errados están quienes creen que el país va camino al precipicio dependiendo quién lidere. (La Tercera)
Jorge Burgos