En los últimos meses el país experimentó un importante cambio institucional: la reforma del sistema binominal. ¿Qué efecto está provocando este shock en las estrategias de las élites políticas?
En la literatura académica se sostiene que las instituciones -en general- y los sistemas electorales -en particular- juegan un rol clave en el tipo de estrategia por el que optan los actores.
Al respecto, en Chile durante las últimas tres décadas han coexistido dos tipos de instituciones. Las promotoras de fuerzas centrípetas, por un lado, que llevan a los políticos a posicionarse en torno al centro –es decir, la moderación- y por otro lado, las generadoras de fuerzas centrífugas, que conllevan a declaraciones y acciones tendientes a extremos. Entre las primeras está la regla para elegir presidente -mayoría absoluta con segunda vuelta que obliga a representar la mitad más uno de los votantes- y la competencia por lista del otrora sistema para elegir al parlamento. Entre las segundas –en tanto- destaca la competencia intracoalición del binominal en un contexto en que se repartían dos asientos por distrito y en que había pocas posibilidades de doblajes. Esto a la larga producía que los candidatos buscaran posiciones mayoritarias al interior de sus respectivas coaliciones, lo que hacía que el verdadero competidor fuese el propio compañero de lista.
Pero el escenario cambió. Y frente a este nuevo contexto, ¿prevalecerá la moderación o los extremos? Pues, los efectos los estamos recién observando. Podría esperarse que el mayor número de asientos a repartir acentuaría lo centrífugo, debido a la mayor rentabilidad de la estrategia de nicho. Sin embargo, este nuevo sistema proporcional corregido mantuvo aspectos centrípetos: el incentivo para generar listas amplias, algo bien leído por el Frente Amplio. Además, es fundamental considerar que la principal fuente de fuerza centrípeta se conservó: la regla para elegir presidente.
Hoy por hoy, mucho se habla de un debate más crispado o polarizado, sustentado –en parte- por la frase “les meteremos la mano en los bolsillos” de Guillier. Sin embargo, lo que hemos visto en estos últimos días apuntaría al sentido inverso: un Luis Eduardo Escobar –por un lado- dando señales muy concertacioncitas y –por otro lado- un Piñera tranzando en gratuidad, pensiones y en lo valórico.
En suma, lo que sí es certero es que las élites políticas están en un proceso de ajuste. Ahora bien, el equilibrio a largo plazo de estos cambios no es trivial: a mayor divergencia, menor posibilidad de consenso y, en consecuencia, de gobernabilidad. Avanzar hacia un mayor entendimiento de este fenómeno es crucial para el devenir de las próximas décadas. (DF)
Jaime Lindh