El ambiente no está en enrarecido a pesar de lo que preconizan algunos medios; la campaña no ha sido más truculenta que lo que son las campañas políticas en recta final en otros rincones del mundo civilizado; los insultos y las descalificaciones mutuos no son ni terribles ni inaceptables, no hay peligros futuros de una venezuelización del país ni tampoco el riesgo de echar pie atrás a las reformas históricas realizadas por este gobierno. No señor, nada de eso es cierto, no se deje amedrentar.
El lunes, lloriqueos más, celebraciones menos, todo volverá a la normalidad, y por cuatro años seguiremos siendo el mejor país de Latinoamérica, el menos corrupto, el más seguro, el más serio, el de mejor inversión extranjera, el más respetado internacionalmente.
Seguiremos trabajando los que trabajamos, se abrirán nuevos centros comerciales, se seguirá promoviendo una mayor democratización y participación ciudadana, a distintos ritmos y velocidades, pero seguirá ocurriendo.
Mejorará la educación pública porque hoy nadie duda de la gratuidad, nadie de la desmunicipalización, nadie de la necesidad como acaba de aprobarse de una nueva ley de educación escolar.
Habrá nuevas sanciones a quienes traspasen la frágil frontera de la política y los negocios, tendremos una legislación que castigue los abusos de las empresas frente a los consumidores, y habrá les guste o no, con uno o con otro en la presidencia, más temprano que tarde, matrimonio homosexual. Quedó instalado que es necesario hacer una reforma en el sistema previsional, no lo cuestiona nadie, habrá que ver cómo y con qué profundidad pero ahí está. A nadie ofende y a nadie asusta, de verdad.
Habrá nuevos acuerdos en el parlamento ante la fragmentación de los partidos políticos y de las ideologías, lo que permitirá incentivar el diálogo, profundizar el intercambio de opinión, preparar los argumentos para seducir a los aliados.
Algo necesario y deseable, porque con ello rompemos el empate forzoso implementado por quienes querían una democracia atrincherada en proteger los beneficios de una clase política más bien heredera de esa oligarquía decimonónica que de los sectores populares o medios emergentes.
Ni Piñera echará pie atrás a lo avanzado (aunque quisieran algunos de sus partidarios) ni Guillier redirigirá al país a una utopía socialista real. Nada más absurdo.
Nada más patético seguir pensando esas ideas, repartiendo memes a diestra y siniestra con los miedos insondables de gente ávida de un rey conectado con Dios, un príncipe o un señor feudal que le aclare de una vez la diferencia entre el bien y el mal.
Si algo bueno ha ocurrido estos largos años de transición, tensionados por complacientes y flagelantes, es que el país ha sometido a sus instituciones a profundas transformaciones correctivas que le han permitido después de 27 años ser el país que somos.
Un país que pese a sus grandes carencias y desigualdades, ha podido ser un referente entre sus pares, sometido hoy al estándar de las naciones desarrolladas y con ello al escrutinio social de una población empoderada e insatisfecha con los ritmos de modernización, crecimiento y distribución, harta de los abusos que hasta hace poco nos parecían normales o al menos tolerables.
Por eso la diferencia es estrecha, porque nos guste o no, pese a los arrebatos de la fanaticada, el proyecto de país de los sectores en disputa, incluso el de aquellos más a la derecha de la derecha y más a la izquierda de la izquierda, tiene más elementos en común que en divergencia.
Claro, discrepamos de los ritmos, de las velocidades, de los alcances y del nivel de profundidad, pero no del vector que, más allá de las mayorías circunstanciales, traza un línea imaginaria hacía un punto de fuga no tan lejano que nos habla de un mejor país, más justo, solidario y bueno para todos.
Y como si fuera poco, todo en el marco de una institucionalidad democrática y participativa que muestra claros indicios de su propio mejoramiento institucional, como el que permite hoy la irrupción oportuna y necesaria de un nuevo referente político, la normalidad de un país que funciona bien, con bullicio en las calles, con las personas preparando sus fiestas solsticiales de fin de año, con otros programando sus vacaciones entre un popular balneario del litoral central o de un viaje soñado más allá del Ecuador.
Tenemos un país que crecerá más este año que el pasado y más el próximo que éste; un país que este lunes, lágrimas o sonrisas más o menos, saldrá a trabajar con normalidad pensando en que es posible aún, un futuro mejor. (Cooperativa)
Rodrigo Reyes S.