Felicito a Sebastián Piñera y a su coalición por el sólido triunfo del domingo. Reconozco una sana envidia porque su campaña logró arrastrar al voto moderado, y porque su discurso monopolizó dos temas muy queridos: el crecimiento y la búsqueda de acuerdos. Soy sincero al desearle una buena administración 2018-2021, por el bien del país.
Algunos hechos destacados: Sorprendió la alta votación del Frente Amplio en las parlamentarias y la primera vuelta presidencial. También sorprendió a muchos la inesperada diferencia entre la votación de Piñera y la de Guillier el domingo pasado. Menos sorprendente fue la bajísima votación de la DC y del PPD. ¿Por qué ocurrió todo eso? Hay explicaciones que no resisten análisis: “fue una derrota electoral pero no política”; “la mayoría de los que votaron son idiotas”. Otras, como que la gente quiere ver rostros nuevos, tiene demasiadas excepciones como para sacar conclusiones relevantes (la reelección de los senadores Coloma y Lagos Weber y el triunfo de Insulza, entre muchos otros ejemplos de Chile Vamos y la Nueva Mayoría). De todo lo que se ha dicho lo que me parece de mayor validez, por sus implicancias, es que hubo un “voto castigo” a la Nueva Mayoría. Por eso no hubo suficiente traslado de votos desde el Frente Amplio. También explica por qué Piñera logró captar una elevada proporción del voto moderado. ¿Y qué ha tenido la Nueva Mayoría para que los votantes la castigaran con tanta rudeza? Clientelismo político, corporativismo, reformas desprolijas, conflictos de interés mal resueltos, paternalismo intelectual y, por sobre todo, una lectura equivocada de la sociedad actual.
En el mundo de los negocios es posible que el 50% más uno de la propiedad controle una empresa. En el mundo de la política ese razonamiento no es válido. El 50% más uno de la Nueva Mayoría ha sido controlado por las facciones autoflagelantes, exigiendo al resto aceptar esas reglas del juego. La Democracia Cristiana, por ejemplo, ha sido vejada políticamente una, otra y otra vez. Lo mismo con los militantes más moderados de otros partidos de la coalición (por ejemplo, el vejamen a Ricardo Lagos del PS, o el desdén por las obras de la Concertación). Esa es la lógica de la dirigencia: “somos mayoría en la coalición y mandamos nosotros”. Pero las elecciones tienen otra lógica: el 50% más uno de una coalición mayoritaria constituye una minoría a escala nacional. ¿La consecuencia? Una derrota política severa, como la del domingo.
La centroizquierda nunca volverá a ser cabeza de león (gobierno) si no es capaz de reencantar al voto moderado, y deberá contentarse con ser cabeza de ratón (oposición). Es mejor aprovechar estos cuatro años para ponerle más inteligencia a la centroizquierda. Total, la vara no quedó muy alta. (La Tercera)
Manuel Marfán