Aunque desde comienzo de año se preveía un amplio apoyo a Sebastián Piñera, los múltiples errores de las encuestas, los resultados de la primera vuelta y el cambio de tendencia en la participación convierten el veredicto del domingo pasado en una sorpresa. El otro imprevisto fue la velocidad con la que muchos analistas salieron a explicar los resultados sin dudas y con posiciones categóricas. Pareciera como si nada de este año hubiera enseñado algo de prudencia y humildad en la tarea de examinar estos procesos.
A pesar de que el Frente Amplio no estaba en la papeleta de la segunda vuelta, somos una fuerza política que llegó para quedarse y es nuestra responsabilidad y obligación analizar los resultados para dar respuesta a esta nueva etapa en la política chilena. Si queremos no solo ganar la próxima elección presidencial, sino ser un gobierno de transformaciones para Chile, debemos iniciar un proceso de reflexión y atrevernos a aprender de esta experiencia. En las siguientes líneas tiramos una primera piedra para esa discusión.
Debemos despejar las explicaciones simplistas que buscan evitar la discusión de fondo. Ningún analista razonable respalda la tesis de que la responsabilidad en el resultado radica en el Frente Amplio o cualquier otra de las fuerzas que no estuvieron en segunda vuelta. Los números no mienten y la votación de Alejandro Guillier contó con el apoyo de aproximadamente el 80% del electorado que había votado por el resto de las candidaturas que no fueran Piñera o Kast.
Pero hay otros elementos que sí creo que son interesantes de analizar. En primer lugar, podemos ratificar el fin de el clivaje histórico entre el sí y el no. Si bien hay sectores en la derecha que llevan el busto de Pinochet a celebrar, lo relevante es entender que hay sectores importantes de la población que no guardan ninguna relación con la tradición autoritaria de la derecha chilena y, a pesar de ello, no sintieron ninguna contradicción al momento de votar por Piñera. Debemos reconocer el crecimiento de la derecha fascistoide de Kast. Se la debe desenmascarar y hacerle frente, pero, al mismo tiempo, tenemos que aprender la lección: ni el anti pinochetismo ni el anti piñerismo son suficientes para ganar una elección.
En segundo lugar, creo que Guillier enfrentó la elección con sus manos atadas a la espalda. El mejor ejemplo fue el debate televisado, que tuvo un peak de más de 48 puntos de rating, y en donde no hubo un contraste nítido entre los candidatos. Las mejores armas de la centro izquierda son sus principios y valores: la solidaridad, la igualdad, la justicia, la democracia. Pero en cada uno de los temas el candidato oficialista se vio impedido de usar esos principios, porque no tenía las propuestas programáticas consistentes con ellos. Respecto al sistema de pensiones, Guillier era incapaz de contrastar el individualismo de la propuesta de Piñera con la solidaridad e igualdad que significa terminar con la capitalización individual. Sobre las deudas educacionales, había que ir de frente y plantear que para hacer justicia era necesario reconocer la injusticia del CAE. El peor momento fue cuando se habló de manera ambigua de “meter la mano a los bolsillos de los más ricos”, en vez de levantar una propuesta concreta y razonable de justicia tributaria, que se sostuviera sobre los firmes hombros de la solidaridad e igualdad. Es razonable pensar que no se puede terminar con las AFPs de un día para otro o que va tomar tiempo fortalecer la educación pública. Lo que no sirven son frases ambiguas o propuestas a mitad de camino, que no permiten que hagamos uso de la fuerza de nuestros principios.
En tercer lugar, fue un error cederle a la derecha las banderas del crecimiento, el empleo y el desarrollo. Hace unas semanas en la radio Cooperativa el Secretario General de la DC le dijo al jefe programático del comando de la derecha que la propuesta de Piñera priorizaba el crecimiento mientras la de Guillier ponía el acento en la red de protección social. Creo que ninguno de los programas eran avances importantes en ninguna de las dos cosas, pero comparto con Vlado Mirosevic que nunca debimos permitir que se instalara el supuesto de que solo la derecha sabe impulsar el crecimiento. El FA tenía las propuestas más audaces en desarrollo económico integral y no podemos permitirnos dejar de sacarles lustre. Hay que hablarle a amplios sectores de la sociedad chilena que buscan la seguridad y certeza de una sociedad que avanza y se desarrolla.
En cuarto lugar, a diferencia de la propaganda del anti piñerismo, la maliciosa e injusta campaña de la derecha instalando la posibilidad de fraude electoral, además del famoso motejo de Chilezuela, sí surtieron efecto. Piñera y su sector, de manera concertada, instalaron mentiras respecto al proceso electoral y falsedades sobre el futuro de Chile. Aunque a veces nos reíamos de la ridiculez de las acusaciones de la derecha, lo cierto es que probablemente permearon en cierto sector del país y tendremos que ser categóricos en diferenciarnos hacia el futuro. Desde RD no estamos mirando a Cuba ni a Venezuela, sino el proceso de nacionalización del petróleo en Noruega, el sistema de salud Británico, los derechos laborales conquistados en Alemania y los mecanismos de transparencia y participación digital de Taiwán.
Por último, creo que aquellos que tildan de idiotas o “fachos pobres” a los votantes de Piñera se equivocan y le faltan el respeto a Chile y a su democracia. Y, aunque es evidente que en la medida en que mejore nuestra educación, vamos a tener una participación más amplia y consciente, tampoco creo que debamos apuntar a “problemas educacionales” como los responsables de los resultados.
Para aprender tenemos que atrevernos a ser realmente críticos y eso pasa por identificar las falencias y virtudes de las fuerzas políticas; no por echarle la culpa al “sistema” o menospreciar a los electores. Confío en Chile y su gente y no tengo dudas de que cuando logremos estar a la altura, el pueblo chileno elegirá un gobierno de cambio y llevaremos adelante reformas de justicia y solidaridad. (La Tercera)
Rodrigo Echecopar