En octubre de 2014 el ex subsecretario de economía de Allende, fundador del MAPU y militante del Partido Socialista, Óscar Guillermo Garretón, proyectó que la situación económica del país no iba a mejorar y junto con eso, planteó corregir el ímpetu reformista de la administración de Bachelet, que llevaba a esa altura sólo siete meses en ejercicio. Garretón fue uno de los primeros políticos del oficialismo en advertir que las reformas que impulsaba el gobierno iban en un camino equivocado y estaban dañando la economía. Y lo hizo a través de una reservada carta que envió a Marcelo Schilling, en ese entonces jefe de la bancada de diputados socialistas, y a Álvaro Díaz, jefe de la Comisión Económica del PS. La carta, publicada en El Líbero el 23 de octubre de 2014, planteaba una cruda advertencia: “Estamos en problemas”.
Con una analogía Garretón le escribía a sus correligionarios que “pertenezco a una manada política y la quiero, pero sí creo que va hacia el acantilado, no siento obligación de correr con ella sino de advertirla del peligro. Los obnubilados con la masividad de su carrera dirán ‘mira, éste abandonó la manada’. Qué le voy a hacer. Si están en la senda correcta, bienvenido mi error, que todo el mérito sea para quienes acertaron”. Así de franco fue el tono de la carta que Óscar Guillermo Garretón, el economista, empresario y cercanísimo de Salvador Allende, envió a su partido, el 20 de octubre de 2014, cuando el gobierno de su correligionaria Michelle Bachelet llevaba sólo siete meses como Presidenta de la República.
En su análisis, Garretón advertía que la situación económica del país no iba a mejor en el corto plazo e insinuaba que el Gobierno debía hacer “rectificaciones” al rumbo “con fuerte ímpetu reformista que ha planteado desde que llegó al poder”.
Más adelante en su planteamiento, Garretón realizó ya en octubre de 2014 un descarnado análisis de las razones de lo que ya se avizoraba iba a ocurrir durante todo el gobierno de la Nueva Mayoría: el desplome de la confianza empresarial. En su carta al PS, decía que esta situación “el empresariado honesto de todo tamaño, ajeno a abusos, se siente sistemáticamente incomprendido, hostilizado y despreciado por el Gobierno y su coalición, en su rol social. Lo devastador de esta ruptura es que el Estado no es capaz de sustituirlo en su rol. La economía nacional ha enfermado y quienes proclaman la transitoriedad de la situación, se equivocan. No comprenden la magnitud del problema”.
“La reforma laboral refleja desconocimiento sobre la empresa privada”
La administración de la Nueva Mayoría llevaba poco más de un año en La Moneda, cuando el 15 de abril de 2015, en un encuentro organizado por la Sofofa, Óscar Guillermo Garretón arremetía ahora en contra de la reforma laboral. Acusaba que el proyecto del gobierno reflejaba “desconocimiento” sobre la empresa privada. Ante el mundo empresarial Garretón se preguntaba: “¿Desde cuándo es igualitario y reformista escuchar a la CUT y a algunos partidos, mientras se olvida a centenas de miles de empresarios y a ese 85% de trabajadores?”
En la misma cita en la Sofofa, el ex subsecretario también se dio el tiempo para criticar las otras reformas que estaba impulsando el gobierno de Michelle Bachelet. Sobre la reforma educacional, por ejemplo, señaló: “¿Desde cuándo dificultarle la vida y hacerle incierto el futuro a la opción educacional donde estudia más del 70% de los hijos de la nueva clase media chilena construye igualdad?”
Y sobre la reforma constitucional, el 17 de octubre de 2015 Garretón sostuvo que existe un “peligro real” de que el tema de la nueva Constitución resulte ser “absolutamente ajeno a los intereses más inmediatos de la ciudadanía” y que si las elecciones contaminan el proceso constitucional “la legitimidad de éste sufriría un severo daño”. Agregó que “obviamente este proceso no agrega certeza a las preocupaciones empresariales que se han manifestado en este período”.
Finalmente, el 11 de noviembre de 2017, a una semana de las elecciones presidenciales Óscar Guillermo Garretón cerraba su presagio de debacle de la Nueva Mayoría, con un discurso en el CEP, que partía con una frase demasiado concluyente: “En octubre de 2014 envié una carta al PS diciendo que veía a mi manada corriendo hacia el acantilado y eso no me movía a correr con ella sino a advertirle el peligro. Pues bien, creo que se desbarrancó”.
Y profundizó su conclusión al señalar que los dirigentes de la Nueva Mayoría “cuestionaron los éxitos de la Concertación y creyeron viable un diseño estatista, hostil a la empresa, apropiador del financiamiento privado a las inversiones, irresponsablemente convencidos que crecimiento y empleo eran un dato cierto y no algo a cuidar, y sustentados en un Estado inepto y capturado partidocráticamente. Nunca supieron dar respuestas aceptables al nuevo país creado. Y para peor, la que dieron la concibieron y administraron mal”.
El economista explicaba además que el más “demoledor error de diagnóstico de este período, fue no entender a esa clase media nacida a partir de los 90. Trastornados por las movilizaciones estudiantiles y demostrando que sus propios éxitos no habían renovado en nada su arsenal de respuestas, la coalición de centroizquierda post Concertación, no entendió que el anhelo de ella era ensanchar espacio en el modelo que los había hecho salir de la pobreza. Vivieron el sueño atávico de que pedían ‘cambiar el modelo’”. Sostuvo finamente que “la consecuencia inmediata es que hoy sea muy probable lo que en el 2014 era inconcebible: el triunfo de Piñera”.
José Joaquín Brunner: “Nueva Mayoría. Fin de una ilusión”
En mayo de 2016, el ex ministro del gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, José Joaquín Brunner publicó un libro que tituló “Nueva Mayoría. Fin de una ilusión”, en el que también presagiaba la debacle del conglomerado de gobierno. A sólo dos años del regreso de Michelle Bachelet al gobierno, el académico de la Universidad Diego Portales y en ese momento aún militante del PPD, señalaba en el lanzamiento de su libro que “el corazón del proyecto de la Nueva Mayoría se acabó”. Agregaba que “el reemplazo de la Concertación por la Nueva Mayoría no produjo una superación sino que intentó sin éxito una refundación”. Brunner planteaba en 2016 que existe una “brecha de enorme magnitud y profundidad” entre el discurso programático de Bachelet y la implementación de las reformas, y descarta que la Nueva Mayoría haya logrado instalar un nuevo ciclo histórico, “porque no hay cambio de paradigma ni se ha impuesto un nuevo modelo de desarrollo ni se ingresó en una dinámica virtuosa de mayor igualdad”.
Pero José Joaquín Brunner, dos años antes ya hablaba del errado diagnóstico del oficialismo. En una de sus primeras columnas en “El Líbero”, en octubre de 2014, sobre la reforma educacional señalaba que “la mayor de las falacias comparativas que circulan por ahí es que el sistema escolar chileno se hallaría en franco retroceso o, según los más moderados, inevitablemente estancado debido a su carácter mixto (con provisión público-privada). ¿Cuán cierto es esto? ¡Completamente falso!”
Luego, el 3 de diciembre de 2014, en otra columna escribió que “el Gobierno mismo y la Nueva Mayoría carecen de un relato coherente. La coalición gubernamental se halla tensionada por las tendencias centrífugas de sus partidos. Unos quisieran alejarse hacia la izquierda y el pasado; otros fugarse hacia adelante en pos de una suerte de progresismo posmoderno; y un tercer componente aspira al camino del medio en búsqueda de un centro reforzado, con elementos laicos y socialcristianos. Todo esto en medio de una nebulosa ideológica, con un lenguaje refundacional y una débil gestión política. Es una coalición, además, con un vago sustento socio-cultural. De hecho, desde el inicio la NM se concibió a sí misma como un programa, una líder carismática, un grupo de partidos que huyen de su pasado y movimientos, se dijo, representativos del malestar instalado en las calles. Por el contrario, la NM no se propuso representar a los sectores emergentes y más dinámicos surgidos de las transformaciones de los últimos 25 años desde el Gobierno y el Parlamento”.
En abril de 2017, José Joaquín Brunner escribía sobre proyecto de gratuidad universal que se votaba ese mismo día: “Es conflictivo, controlista y centralista y limita la autonomía de las universidades”. También en abril de 2017, luego que el PS decidiera no respaldar la candidatura presidencial de Ricardo Lagos, señaló que “la Nueva Mayoría ha ingresado en una fase crítica. Está amenazada de perder el centro político si insiste en un programa de mera continuidad; se ha quedado ella misma sin su centro de gravedad —el eje DC-PS— y ha perdido el monopolio sobre el voto situado a su izquierda. Sin pasado al que recurrir después de haber abjurado intelectual y emocionalmente de la Concertación, de la transición a la democracia y de la modernización de la sociedad que ella misma impulsó, ahora tampoco parece tener futuro hacia el cual dirigirse. Debilitados los partidos que la componen y concluido prácticamente el Gobierno que lleva su impronta, ahora mismo acaba de dejar caer (luego de empujarlo) al líder nacional más sólido de la izquierda socialdemócrata y de una alianza de centroizquierda”.
Finalmente, luego de la derrota de la Nueva Mayoría en las elecciones presidenciales frente a Sebastián Piñera, José Joaquín Brunner escribió en “El Líbero” que “la Nueva Mayoría y el bacheletismo, su expresión gubernamental, representan nítidamente una determinada “lectura” e interpretación del país, y un relato o narrativa que, por necesidad, hemos de concluir, han resultado desacreditados como guía y orientación para la acción (…) un proyecto de largo plazo, anclado orgánicamente en una serie de reformas paradigmáticas, naufragó a poco andar al comenzar el segundo año de la administración”.
Carlos Peña: “La Nueva Mayoría construyó así su identidad sobre la base de devaluar el tiempo que le había antecedido”
La primera figura que desde la izquierda presagió la debacle de la nueva mayoría fue Carlos Peña, en su tribuna en El Mercurio. El 1 de junio 2014, a menos de tres de la instalación del segundo gobierno de Michelle Bachelet, el rector de la Universidad Diego Portales, en una columna titulada “El Frenesí Legislativo”, a propósito de la intensa agenda legislativa de reformas que intentaba instalar el gobierno, reclamada que “se incurre, pues, en la conocida falacia del non sequiturcuando se pasa del hecho de que la mayoría declaró querer ciertos objetivos a concluir que entonces quiso también los específicos medios que los técnicos de turno decidieron como los adecuados para alcanzarlos. Y que todo ello -como sugirió Peñailillo- justifica el apuro. No es así (…) Que la mayoría haya apoyado el programa no significa entonces que, por ese solo hecho, haya aprobado también los proyectos que los técnicos del Gobierno han diseñado para realizarlo. Olvidar eso acarrea varios peligros que la Nueva Mayoría -si, en efecto, se quiere Nueva- debiera eludir”.
El 13 de diciembre de 2015, en una columna titulada “Obstinación”, Carlos Peña citaba un discurso de Michelle Bachelet después de conocerse la decisión del Tribunal Constitucional en contra de la gratuidad en la educación superior: “algunos quieren impedir que cumpla mi palabra, no me conocen. Quieren frenar la gratuidad, no lo van a lograr”. Peña escribía en su columna que “la reacción de la Presidenta revela una verdad que se había insinuado y permanecido levemente soterrada, pero que ahora sale a la luz y quizá sea la explicación de buena parte de los tropiezos gubernamentales. Se trata de un rasgo de la personalidad presidencial: la obstinación”. Agregaba que “¿Acaso no es eso lo que le ocurre al Gobierno? ¿No tiene la Presidenta una voluntad obstinada que fuerza a sus asesores y ministros a ponerse detrás de lo que ella persigue, aunque el análisis racional aconsejaría esperar para tener éxito? Solo así se explica que mientras la ministra Delpiano, por ejemplo, plantea que es mejor postergar la presentación de los proyectos de reforma a la educación superior, la Presidenta ordene que, fuere cual fuere la circunstancia, esos proyectos (hasta ahora inexistentes) se presenten en diciembre. Así se explica también la presentación de la glosa de gratuidad sin que exista una previa definición del sistema de educación superior que, a través de ella, se persigue instalar. Ambos casos -no vale la pena ocultarlo- son resultado de la obstinación presidencial (…) Los gobiernos fracasan cuando los ciega el ideologismo; es decir, cuando un relato fantasioso de la realidad los inunda; pero también fracasan cuando los asesores o los ministros, por falta de carácter o por simple incompetencia, dejan que la obstinación presidencial desplace a la deliberación”.
El 4 de septiembre de 2016, a propósito del intento inicial del ex Presidente Ricardo Lagos por asumir una nueva candidatura presidencial, Carlos Peña reflexionaba que esto ocurría por un significado: “La Presidenta Bachelet, o sus asesores, llegaron al poder presumiendo que iniciarían un nuevo ciclo en la política chilena. Y como lo nuevo, para ser genuinamente nuevo, requiere declarar la vejez de lo que le antecede, Bachelet, o sus asesores, se apresuraron a diagnosticar la decrepitud del proyecto modernizador que la Concertación impulsó. La Nueva Mayoría construyó así su identidad sobre la base de devaluar el tiempo que le había antecedido. Se asistió así, durante estos años, al raro fenómeno de un grupo de políticos que se avergonzaron de su propio quehacer y que, en rara esquizofrenia, al verse a sí mismos en el espejo del pasado, se sonrojaban y maldecían.
En esta columna, Carlos Peña ya vislumbraba el final del ideario de la Nueva Mayoría: “Si el primer gobierno de la Presidenta Bachelet había continuado, a su pesar y por influencia de Velasco, la modernización capitalista, su segundo gobierno principiaría una reforma radical, y pasaría entonces a la historia como el umbral de un nuevo ciclo. Un umbral, la puerta de un nuevo futuro. ¿Habrá un sueño más seductor para un político que entrar a la historia navegando sobre una nueva ola del tiempo? Ninguno, sin duda. Pero la llegada de Lagos (y Piñera) a la competencia presidencial apagará definitivamente ese sueño: donde hubo el sueño de un umbral, habrá la sencilla realidad de un paréntesis”.
Y luego del triunfo de Sebastián Piñera, el lunes 18 de diciembre Carlos Peña en su columna titulada “Un legado histórico”, se preguntó: “¿Cómo explicar un hecho tan inédito como ese (que la derecha ganara dos veces en menos de una década) si, como se dijo y se repitió una y otra vez, la mayoría estaba enemistada con la modernización capitalista? ¿No era que una mayoría incómoda, que reñía con el Chile de las últimas décadas, se había extendido, como una ola muda, por la sociedad chilena? ¿No era que los grupos medios ocultaban a un estrato abusado que esperaba redención? La exageración en los análisis del resultado de la primera vuelta -que quisieron ver en la votación del Frente Amplio confundida con la de B. Sánchez una vuelta de espalda a la modernización- no era más, se sabe ahora, que el esfuerzo por confirmar un prejuicio”. Y aquí viene la conclusión de Carlos Peña: “Y es que la verdad era la opuesta. La sociedad chilena -vale la pena repetirlo- cambió muy radicalmente como consecuencia del gigantesco cambio en las condiciones materiales de la existencia que, gracias a la modernización que la Concertación condujo, las mayorías históricamente excluidas experimentaron. Allí donde había clases consolidadas y estables, hoy hay grupos medios con preferencias más o menos volátiles; donde existían identidades colectivas, hoy hay alta individuación y una identidad electiva; donde existía el apetito de igualdad, hoy existe un anhelo de desigualdades merecidas; donde se abrazaban ideales colectivos que dibujaban el futuro, hoy existe la pasión por el consumo; y donde se pensó que existía un malestar que fracturaba a la sociedad chilena exigiendo un cambio de rumbo hacia el futuro, había el desasosiego que acompaña siempre, según la literatura lo pone de manifiesto, a los procesos de modernización”.
El Líbero/Agencias