El Partido Comunista de Venezuela apoyará la reelección de Maduro pese a la gravedad de la crisis nacional. DW habló con Wolfgang Gehrcke para saber cómo ve un comunista alemán la situación del país caribeño.
Aunque al Partido Comunista de Venezuela (PCV) se le suele restar importancia por el tamaño de su militancia, su larga trayectoria y el rol que jugó en momentos históricos decisivos para la nación caribeña le dan un valor simbólico, sobre todo a los ojos del establishment chavista. Como muestra, la solemnidad con que el hombre fuerte de Caracas, Nicolás Maduro, agradeció el respaldo del PCV a su candidatura presidencial (26.2.2018).
Esa formación, la más antigua de las que están activas en el país, fue excluida del pacto de alternancia en el poder que siguió a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1948-1958), auspició el movimiento guerrillero contra los primeros Gobiernos democráticos, sirvió de inspiración para el proyecto subversivo que condujo a los fallidos golpes de Estado de 1992 y terminó ayudando a Hugo Chávez a ganar las elecciones de 1998.
En apariencia, el PCV es uno de los grupos más dogmáticos de la coalición que apoya al oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), pero no como para incomodar al status quo, como lo ha hecho el chavismo disidente. Los comunistas se han abstenido de pronunciarse sobre la crisis nacional, de condenar a Maduro por «destruir el legado» de Chávez y de quejarse por la inconclusión del «socialismo del siglo XXI».
El PCV ha decidido darle un nuevo espaldarazo a Maduro pese a la magnitud de la corrupción prevalente, al descalabro de los servicios públicos, al colapso del sistema sanitario, al déficit de viviendas y a la decadencia del sistema educativo, por no hablar del deterioro de la petrolera estatal, de la escasez de alimentos y medicinas, del yugo de la violencia criminal, del deterioro del tejido social o de las violaciones de derechos humanos.
Pero, ¿cómo ve la situación de Venezuela un comunista alemán? DW habló con Wolfgang Gehrcke, quien a sus 74 años es considerado un «dinosaurio» de la izquierda germana. El político bávaro pasó del Partido Comunista Alemán (DKP) al Partido del Socialismo Democrático (PDS) y luego a Die Linke, la mayor alianza izquierdista. Hasta 2017, cuando se retiró de la política, Gehrcke era el único diputado del Bundestag en autoproclamarse comunista.
Deutsche Welle: Señor Gehrcke, ¿qué es para usted el comunismo?
Wolfgang Gehrcke: El aspecto fundamental de los planteamientos hechos por Karl Marx y Friedrich Engels es el reconocimiento de la necesidad de alterar todas las estructuras que ponen al ser humano en una posición servil. El comunismo clama y busca más justicia; no solamente justicia social y justicia económica, entendidas como herramientas para proporcionarles buenas condiciones de vida –sobre todo educación y, en consecuencia, oportunidades de desarrollo– a los sectores más desfavorecidos de un país determinado, sino también justicia en las relaciones internacionales. A mis ojos, la noción de comunismo también contempla implícitamente la voluntad de resolver todas las diatribas con la razón, sin recurrir a la guerra. Muchas cosas han cambiado en los últimos cien años, pero no las relaciones de poder contra las que se rebelaron los primeros comunistas.
Nicolás Maduro aspira a la reelección en Venezuela con apoyo del Partido Comunista local. ¿Cómo evalúa usted el desempeño de los «revolucionarios bolivarianos» en ese país? ¿Siente usted que el chavismo sea una vergüenza para la izquierda global?
La situación de Venezuela da pie a críticas y preguntas incómodas que la izquierda puede y debe responder. Yo preferiría hablar de Gobiernos de izquierda bien percibidos internacionalmente, con los que no dé vergüenza dejarse ver. Pero lo más importante para mí es el contenido del programa político de Maduro: mientras él quiera cambiar las relaciones sociales en Venezuela para mejorarlas, él puede contar con mi respaldo.
¿Piensa usted que Maduro tenga un plan para mejorar las relaciones sociales en Venezuela?
En principio, sí. En esencia, el Gobierno venezolano se ocupa de cuestiones fundamentales como la apertura del acceso a la riqueza petrolera y la reducción de la pobreza. Yo sufro mucho sabiendo que los habitantes más infortunados del país no pueden ni siquiera conseguir alimentos y medicinas. Creo que Venezuela ya sufrió suficiente a causa de la hegemonía de los contrarrevolucionarios.
El régimen de Maduro niega la existencia de una crisis humanitaria y atribuye el desabastecimiento a una «guerra económica» fraguada desde el extranjero. ¿No cree usted que, tras dieciocho años en el poder, el chavismo debe asumir responsabilidad por los efectos de su modelo político-económico?
Muchas de las variables que afectan a los habitantes de un país pueden ser alteradas desde fuera. Eso quedó claro a más tardar durante el Gobierno de Salvador Allende, con los problemas económicos que sufrió Chile y la presión ejercida por Estados Unidos sobre ese país. En el caso de Venezuela, Nicolás Maduro tiene como desafío el empeño del nuevo ocupante de la Casa Blanca en empeorar las relaciones Caracas-Washington.
Los aliados de Maduro fuera de Venezuela insisten en que son las sanciones de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea las que causan desabastecimiento en el país, pero ese fenómeno no es nuevo. Especialistas atribuyen la crisis productiva, económica y financiera a las políticas aplicadas por el propio chavismo…
Pero es que el mensaje del chavismo no es ‘¡volvámonos todos ricos!’, sino ‘¡repartamos lo que hay más justamente!’. Y esa es una visión que yo siempre voy a apoyar. Hasta ahora, la oposición antichavista no ha presentado un solo programa para mejorar las relaciones sociales en el país o para distribuir más justamente los beneficios derivados de la producción petrolera; no ha aportado nada a ninguna cuestión relevante.
En Alemania y el resto de Europa, la crisis político-institucional venezolana tiende a ser descrita como un conflicto entre un Gobierno de izquierda y una oposición de derecha; pero tres de los cinco partidos antichavistas de mayor peso pertenecen a la Internacional Socialista. ¿Cómo se explica usted eso?
Esa visión de las cosas no es del todo infundada. En América Latina, la Internacional Socialista siempre se puso del lado de la contrarrevolución. Eso no puede ser olvidado de la noche a la mañana. Varios golpes de Estado perpetrados en países latinoamericanos fueron auspiciados por la Internacional Socialista. Esa organización es un cascarón vacío; el propósito que se le atribuye –la búsqueda de más justicia para el mundo– no existe.
¿A qué atribuye usted el hecho de que el llamado «socialismo del siglo XXI» haya tenido efectos tan distintos en Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela? ¿Qué está haciendo mal Maduro?
Yo nunca aplaudí la teoría del ‘socialismo del siglo XXI’ que Hugo Chávez puso en circulación porque eso sugería que, desde su perspectiva, la izquierda europea había fracasado y que el socialismo del siglo XX no daba la talla a la hora de resolver problemas contemporáneos. Yo hubiera preferido menos ruptura y un intercambio de ideas más intenso entre las izquierdas de los diferentes continentes.
¿La izquierda alemana nunca tuvo acceso directo a Nicolás Maduro?
A Maduro lo conocí cuando él era ministro de Exteriores de Venezuela (2006-2013). Yo lo vi por última vez tras la reelección de Daniel Ortega como presidente de Nicaragua, durante su juramentación (10.1.2017). En aquella ocasión, Ortega comentó que quienes conquistan el poder debían estar dispuestos a soltarlo para propiciar cambios necesarios en el propio país. Supongo que ese mensaje estaba dirigido a Maduro.
Yo no hablo nada de español. Apelando a un traductor intenté persuadir a Maduro de hallar una manera de involucrar a la oposición en el diseño y la aplicación de las políticas de Gobierno, porque yo no creo que el Ejecutivo pueda resolver los problemas del país sólo por la fuerza o a punta de violencia. Entonces estaba convencido de que Maduro buscaba seriamente la concordia con sus opositores y eso me parecía razonable.
¿Y cómo era la relación de la izquierda alemana con Hugo Chávez?
Yo me reuní con Chávez varias veces, pero conversar con él no era fácil; lo único que podía hacer era escucharlo porque él no estaba dispuesto a prestarme oídos. Cuando le planteé mis críticas al ‘socialismo del siglo XXI’, él respondió toscamente con una pregunta: ‘¿Acaso ustedes desarrollaron un proyecto mejor?’. Y no le faltaba razón: la izquierda europea debe dar menos consejos y recibir más recomendaciones de otros.
En 2007, Oskar Lafontaine, una de las figuras más prominentes de Die Linke, cruzó el Atlántico para extenderle la mano a la izquierda latinoamericana y “aprender” de ella. ¿Qué se aprendió?
No mucho. Nosotros no entendemos a Latinoamérica. Su izquierda nos resulta extraña, completamente ajena a nuestro marxismo de origen industrial. Para empezar a aprender de América Latina debemos aceptar realmente que el camino que nosotros tomamos en Europa tampoco fue particularmente exitoso. Basta mirar lo que ocurrió con la Unión Soviética y luego Rusia, entre otros Estados europeos.
Es una osadía pretender darles consejos a los venezolanos desde Alemania, sobre todo considerando que la Unión Europea se ha parcializado flagrantemente a favor de los adversarios del presidente Nicolás Maduro. Yo creo que la política exterior más razonable de cara a la cuestión venezolana es la del Vaticano: el papa Francisco ha apostado a la mediación. (Por Evan Romero-Castillo, DW)