Esta columna es más extensa de lo habitual. Pido mis disculpas, pero, el tema lo amerita. El bullying versus la ciudadanía. Más niños y niñas de lo que se cree se ven amenazados cotidianamente por este flagelo. Pero también, porque llegamos demasiado rápido a las fórmulas hechas para combatirlo, es que no le apuntamos a lo de fondo.
La ignorancia del bullying
Este 2 de Mayo se reconoce en todo el mundo como el “Día mundial contra el acoso escolar”. Pareciera que ya hemos hablado mucho sobre este tema: se hacen leyes contra la violencia escolar, se incluye la sana convivencia como factor de calidad en las escuelas, la superintendencia persigue acuciosamente todas las denuncias, y las escuelas gozan de sendos planes de convivencia que, también con sigilo, son monitoreados por los nuevos encargados de convivencia escolar que desde el año 2011 todo establecimiento debiese tener. Sin embargo, el problema del acoso escolar, la violencia escolar, el bullying, los malos climas para el aprendizaje y el deterioro de la convivencia en las aulas, todo ello, persiste y persiste. No logran ser erradicadas de la vida escolar y de la experiencia escolar estas prácticas violentas, que cual mácula, dejan marcados a muchísimos estudiantes que sufren –a veces hasta como víctimas anónimas- del maltrato, la agresión y hasta del escarnio de sus compañeros y compañeras, o lo que es peor, de adultos que con el mote de “educadores” están sin ninguna duda más acá de toda concepción moderna de la pedagogía. Brutos que creen que “la letra con sangre entra” todavía existen. Padres incluso, que muchas veces confunden la sana disciplina que el aprender necesita, con la aceptación de métodos rudos, supuestamente didácticos, sobre todo si su pupilo es desordenado en clases.
Por esta razón es que siempre decimos que si el bullying debe ser combatido, se necesita urgentemente partir por la ignorancia que existe en el mundo adulto respecto a qué es, cuál es su alcance y cuál es la forma más comprensiva –global- de ser atacado. Se cree que el bullying es algo natural. Se cree que es propio de una edad. Se cree que sufrirlo es parte de los ritos de maduración de un niño. Se cree que el bullying “te hace hombre”, o que te fortifica. Los profesores, a fuer de aferrarse a la definición contenida en la ley de violencia escolar, solo adjudican existencia al problema cuando ya es demasiado tarde, es decir, cuando después de repetidas ocasiones un niño muestra la peor cara de ser víctima sistemática de las patologías ajenas. Tanto se aferran a una definición (que absoluta no es en la realidad, o que solo tiene esa forma taxativa en la aparente formulación de la ley) que terminan por obviar –por naturalizar- por ejemplo, las agresiones cotidianas, las microviolencias, de las cuales son testigos día a día, aula en aula, hora tras hora. La microviolencia más común y más naturalizada sin duda es la burla de palabra: burlas ofensivas, burlas cargadas de erotismo, burlas de desprecio, burlas que parecen inofensivas, pequeñas, ínfimas, hasta graciosas, pero que hieren y corroen a quien las padece de manera directa, como al que las sufre de manera indirecta (miedo a sufrir una agresión de esas). A ese tipo de burlas, algunos profes las tildan de “kike-morandenismo” o de “che-copetismo”, debido al mal ejemplo que ese programa entrega sobre el humor. Lo ínfimo de la burla de palabra termina por transformarse en una opresión cotidiana. Eso es etimológicamente la palabra acoso-bullying-harcèlement, dígase en el idioma que sea: se trata en apariencia de pequeñas acciones agresivas, las que sumadas, configuran (ojo con esta palabra) configuran un estado de total desamparo ante la violencia más cruel. Bullying es la violencia escolar transformada en realidad cotidiana, en opresión cotidiana. Y lo preocupante es que campea en los adultos una ceguera epistemológica importante sobre esta configuración. Eso es lo primero a combatir. La ignorancia.
Lo siguiente es ya más complejo.
El big-picture de la democracia
Porque se cree también demasiado rápido que el bullying es un fenómeno puntual, es que las claves de intervención tienden a ser también así, demasiado puntuales, específicas y focalizadas en una serie de factores individuales de riesgo, comportamientos específicamente disruptivos, conductas focalizadas de protección, etc. Tanto para las víctimas como para los agresores, se cae en la tentación metodológicamente irrelevante de cerrar la imagen del acontecimiento violento en un close-up que no nos permite ver el big-picture de todo el fenómeno educativo y pedagógico en cuestión. El árbol no nos deja ver el bosque. La forma nos obnubila y no nos deja pensar el fondo.
Es así que para los profesores, previo al acontecimiento violento y previa a su formación específica de gestión de crisis provocada por el bullying, previo a eso, debiésemos pensar en una formación moral democrática a la base de su formación inicial docente. La violencia no solo tiene el contexto educativo que le precede, sino sobre todo el democrático.
Por esa razón, también, para los estudiantes, previo a cualquier manifestación de violencia y agresividad y previo además a su contexto educativo, está el hecho fundamental de la carta de ciudadanía democrática que cada uno expresa o debiera expresar en primerísimo primer lugar.
Ambos actores, por lo tanto, tienen a la democracia y sus principios, su valores y sus hábitos morales como precedentes. El bullying se combate directamente con más y mejor democracia, y entiéndase democracia como forma de vida.
Formación moral democrática y formación ciudadana
¿Qué ha sucedido? Algunos creen que el bullying ocurre principalmente por la nueva ecología tecnológica que muchas veces viene acompañada de modelos violentos de conducta; otros creen que el bullying se ha hecho presente en un mundo en el que los adultos han olvidado su rol formativo y performativo; otros, que el contexto social vulnerable; y otros, finalmente, que la familia y su pauperización constitutiva. En todas estas razones que se buscan para justificar el tsunami del bullying, se ha obviado, por lo menos en nuestro contexto educativo chileno, la inexistencia hace ya décadas de una formación democrática y ciudadana –tanto para los profesores así como para los estudiantes- que dé un marco de comprensión filosófica y política a la cultura de la no-violencia, la cultura del respeto, la cultura del orden, la cultura de la crítica y la cultura de la resolución pacífica de conflictos.
No tenemos una buena formación ciudadana para los estudiantes, y menos, una buena formación moral democrática para los futuros profesores.
Pongo sobre la mesa, solo dos investigaciones recientes, que marcan estos dos desafíos. Primero pensando en los estudiantes y segundo pensando en los futuros profes.
En el Proyecto DICYT de la Usach (031754RS_OP) “Año de elecciones y formación ciudadana en la educación: ciudadanía, contrademocracia y calidad de la educación. Claves de comprensión para la política pública”, queda sumamente claro el principal problema a superar en la formación ciudadana de los estudiantes. La política pública en nuestro país, expresada en los Otros Indicadores de Calidad (Mineduc, 2014), ha entendido de manera implícita que tanto el indicador de “Clima de Convivencia Escolar” como el de “Participación y Formación Ciudadana” pertenecen a una misma familia de factores de calidad educativa. Sin embargo, al ser todavía una política en plena marcha blanca, aún no realiza el vínculo ni teórico ni práctico de la relevancia central del factor de clima escolar y de su imbricación esencial con el de participación y formación ciudadana (Retamal, 2016). Además, y por otra parte, la política expresada en el “Plan de Formación Ciudadana” (Ley 20.911) tampoco realiza este vínculo fundamental y se enfoca preferentemente a la creación de habilidades democráticas por la vía de la participación escolar. Pero todavía más, se ha constatado que si no hay modificaciones importantes, es muy probable que los Planes de Formación Ciudadana pierdan su sentido (Osandón, Águila, Carrasco, 2016).
Dicho en simple, los que piensan la educación no piensan la experiencia escolar en su totalidad, comprensivamente, y atacan el bullying, por ejemplo, sin pensar su marco democrático de con-formación ciudadana que todo estudiante debiese no solo conocer, sino sentir, en cada una de sus establecimientos de formación.
Y finalmente en el proyecto Fonide-Mineduc (FX11676) titulado “Factores que influyen el desarrollo de competencias moral democráticas en futuros profesores”, proyecto del cual recién entregamos su informe final, enfatizamos con el Dr. en educación Daniel Tello de la UDEC y con la Dra. en filosofía Marisa Meza de la PUC, la relevancia de estas competencias para la formación de los futuros profesores. Hablamos de dimensión moral-democrática porque la vida democrática requiere de la madurez individual (autonomía) esto es juicio propio sobre temas de interés común y, de la madurez cívica para la organización de una participación pacífica. Las dos se complementan, por lo que la educación democrática va de la mano de la educación moral. Y ese es el cambio de enfoque de esta investigación, pues no podemos hablar solo de capacidades democráticas sin un enfoque que considere los valores morales que fundamentan la democracia. Algunos miembros de la sociedad se sienten satisfechos con una buena organización de la dimensión jurídico-institucional de un régimen democrático, lo que se denomina democracia formal, sin embargo, en opinión de muchos, la democracia exige también una dimensión sociopolítica y cultural, con una opinión pública fuerte, libre, plural y crítica, y una ciudadanía activa e informada.
Por eso decimos que para la formación de los futuros profes, la recomendación ‘número 1’ consiste en asumir que no es posible una educación moral democrática sin ofrecer múltiples oportunidades de interacción social, toma de responsabilidades y discusión entre pares acerca de temas controvertidos , con exclusión de la violencia. Se trata de considerar la diversidad, el conflicto, como motor del pensamiento para la construcción de la vida en común.
Pero también, una segunda y no menos importante recomendación es que las escuelas de formación de profesores intencionen más decididamente en sus currículum y sus prácticas de formación no solo la transmisión de contenidos sino también el modo en que estos son aprendidos en vistas al desarrollo de las capacidades y las actitudes que les permitan a los futuros profesores tanto realizar en la practica sus valores democráticos como enseñarlos a otros.
En consecuencia, en el “Día mundial contra el acoso escolar” debiésemos tener mucho más claro que el bullying no se combate sino así: desde una clave más comprensiva de la vida democrática que tanto estudiantes y profesores debiesen vivir y experimentar cotidianamente. (La Tercera)
Jaime Retamal