Como sobreviviente de graves abusos de poder y conciencia por parte del ahora exsacerdote Karadima, quiero sintetizar algunos hitos de este doloroso camino.
En la década de los 80, los rectores del Seminario Pontificio Mayor de Santiago comenzaron a manifestar su grave y profunda preocupación por lo que percibían en los seminaristas provenientes de la parroquia El Bosque. El año 1987, el Pbro. Juan de Castro, rector de la época, emitió un informe donde explicaba con claridad toda la problemática. Habla de «presiones indebidas de conciencia», atribuirse «autoridad equivalente a la de un superior de congregación o rector de un seminario», obligar a jóvenes a «apartarse incluso de la familia» y «deslealtad con la Iglesia y el obispo».
En cuanto a abusos sexuales, a partir de 2003 el cardenal Errázuriz recibe antecedentes de los abusos sufridos por José Andrés Murillo. A partir de 2004, él y su auxiliar, monseñor Ezzati, tienen antecedentes de los abusos sufridos por James Hamilton. El año 2005, el arzobispado tiene los antecedentes de los abusos sufridos por Juan Carlos Cruz. El año 2006, el promotor de Justicia, por solicitud del arzobispo, investiga las acusaciones, y emite un informe que concluye que las acusaciones son verosímiles. El cardenal, en lugar de realizar una acuciosa investigación previa, consulta a su obispo auxiliar, monseñor Arteaga, del círculo de Karadima, quien niega dicha verosimilitud. «Por respeto al padre Karadima» (en sus propias palabras), no le pide al promotor de Justicia que lo interrogue, y cierra la investigación. Así -según dice y consta en su Carta al nuncio G. Pinto del 1/2/2009- «quise protegerlos». Percibiendo con lucidez un ambiente gravemente destructivo para la persona, y con tres testimonios de abuso sexual acumulados, quiere «protegernos» cerrando la investigación, siendo su gran preocupación la «amenaza de escándalo».
En la misma carta ya citada, respecto de los «discípulos» del padre Karadima, el cardenal demuestra claridad sobre cómo su libertad ha sido herida, y de cómo «muchachos que fueron alegres y de mucha iniciativa y creatividad, terminan siendo personas apagadas y poco alegres». Solo este hecho hubiese sido razón urgente para intervenir a Karadima, pues contraviene esencialmente el deseo más hondo de Jesucristo para sus discípulos: que «tengan vida en abundancia» (Jn 10, 10) y que «su alegría sea completa» (Jn 15, 11).
A todos los que hemos sido víctimas de abusos de conciencia o sexual se nos ha robado tanta libertad, tanta vida y por tanto tanta alegría. Este adueñarse de la vida de una persona en el nombre Dios, estableciendo una dictadura espiritual, es la base de todos los abusos que siguen ocurriendo en muchísimos espacios de nuestra iglesia, y que en tantas ocasiones llegan a ser crímenes y delitos. Es lo que no comprenden muchos de quienes están a cargo de conducir esta institución en grave crisis. (El Mercurio-Cartas)
Eugenio de la Fuente L., Pbro.