Poco hipster y políticamente incorrecto es el título de esta columna que se abstiene de eufemismos para edulcorar la animosidad que me generan los e-scooters. Sí, lo he dicho. Los detesto. Y qué.
Ahora, no es que rechace de frentón la iniciativa, ya que el scooter en sí mismo no es el verdadero problema, sino todas las complicaciones que han derivado por su mal uso en lugares como Boston, Miami y Silicon Valley (la Meca de la tecnología de punta). Todas estas ciudades han decidido ponerle freno a sus planes piloto antes de seguir promoviendo un nuevo medio de transporte que, analizado bajo una lupa, no es tan inofensivo ni tan hipster como aparenta.
Los más de 79 mil seguidores de la cuenta en Instagram @Birdgraveyard (el cementerio Bird) son un reflejo de la controversia que han generado los e-scooters en más de 30 capitales de los Estados Unidos. En un país adonde las faltas de civilidad no pasan desapercibidas, las actitudes hostiles y hasta virulentas de ciudadanos hacia los famosos scooters han tomado por sorpresa a las autoridades.
Dicha cuenta nació con la intención de animar a que las personas saquen una foto a un scooter. Hasta ahí, todo bien. No obstante, su verdadera esencia es mostrar el estado catastrófico del aparato tras haber sido arrojado al mar, apilado en montones que alcanzan hasta los 4 metros, hundido adentro de un basurero, incendiado e, incluso, sumergido en un inodoro. El nombre de la cuenta profesa el repudio de los “scooter-haters” principalmente hacia la empresa “Bird”. Forzada a retirar de circulación sus scooters en localidades como Denver y Salt Lake City, a pesar de haber facturado más de 150 millones de dólares sólo en 2018.
Sin embargo, la otra cara de la moneda demuestra el éxito y la adhesión de miles de personas quienes disfrutan muchísimo el poder transportarse sobre dos ruedas a 30 kilómetros por hora. Sólo se necesita bajar una aplicación en el celular, insertar el número de una tarjeta de crédito y ¡voilá! Como por arte de magia, el ahora ex ciudadano de a pie cambia de status en menos de 5 minutos, no sólo porque podrá acortar las distancias, sino también porque siente que, gracias a su nuevo modus operandi, estará integrando a un selecto grupo de individuos que logrará saldar todas las cuentas pendientes con el planeta.
Es así como esta nueva fauna urbana también ha llegado para colonizar las calles, ciclovías, pero, sobre todo, las veredas en el sector oriente de nuestra capital. Un verdadero fenómeno que ha revolucionado el espacio público en comunas como Las Condes y Providencia, donde los “scooter-lovers”difícilmente pasan desapercibidos. Aún cuando no están deslizándose como bólidos sobre el cemento, los scooters logran imponer un estado omnipresente: abandonados en la mitad de una vereda, al filo de una avenida, bloqueando la entrada de edificios o cortando el paso de una ciclovía. Es por eso que la falta de reglamentación y escasa capacidad de fiscalización han abierto la cancha para que sea el criterio del conductor, y no las leyes que organizan al transporte, lo que prime a la hora de utilizar esta nueva forma de movilidad express. Esta semana, el peligroso accidente en Las Condes entre un “scooterista” y un peatón, además de haber sido la colisión entre un conductor imprudente y un inocente transeúnte, también fue el choque de una nueva y desconocida realidad.
Por otra parte, éstos de igual forma contaminan el ambiente y han beneficiado más a las empresas que los comercializan que a la ciudadanía.Primero, porque sus baterías son de corta duración y muy caras de reciclar; segundo, porque a los motoristas se les ha impuesto compartir (pero con desventaja) las vías de tránsito con un medio de transporte circunscrito a las “recomendaciones” de las autoridades y no a reglamentos claros; tercero, porque terminan invadiendo visualmente el entorno debido a que pueden abandonarse en cualquier lugar y, lo más importante, porque su introducción no ha logrado alivianar la congestión vial en ninguna ciudad adonde se han admitido.
A veces lo que aparenta ser barato, limpio y fácil muchas veces termina siendo todo lo contrario. Algo que han podido verificar urbes que hoy enfrentan altos costos no sólo económicos, sino también sociales, tras haberse adherido a la “scooter manía”. Mientras no exista una reglamentación clara, que ordene el panorama y restrinja la libertad de los disruptivos “scooteristas”, poco me importa parecer poco hipster o políticamente incorrecta. Detesto los e-scooters. Lo he dicho. ¡Y, qué! (El Líbero)
Paula Schmidt