Muchos me preguntan por el pensamiento político de Felipe Cubillos. La verdad es que a Felipe le gustaba la política, pero no era político.
En política es muy común que las distintas corrientes traten de identificarse y apropiarse de personajes históricos. Cuando estaba en el colegio, en la época de Allende, el héroe nacional no era O’Higgins ni Prat, sino Manuel Rodríguez. Había que ser rebelde, guerrillero y revolucionario para ser un verdadero patriota. Esta vez, sin embargo, había que rebelarse no contra los godos, sino contra los patrones, el imperialismo y los acaparadores. Después vino Pinochet y nos reemplazaron al guerrillero por Portales. Ahora había que admirar el orden y la institucionalidad, para adaptarse al nuevo modelo de patriota que había que imitar.
Esto no es solo un fenómeno chileno. La lucha por la figura de Cristo —entre los que lo ven como un hippie revolucionario redentor de los pobres y aquellos que lo consideran el mensajero del amor y padre de la Iglesia— es interminable. Ahora, en Reino Unido, la pelea entre los remainers y los brexiteers por allegar a Churchill a su redil es también sin cuartel.
Hoy, a pocos días de haber celebrado un nuevo aniversario de la trágica e inesperada muerte de Felipe, los liberales podemos sentirnos orgullosos y sin ningún temor reivindicar su figura, pensamiento y legado.
A Felipe le gustaba navegar, porque según él en altamar no existe el Estado, es el ser humano disfrutando su total libertad contra los elementos. No por nada los marinos dicen que al sur del paralelo 46 no hay ley y bajo el 56 no hay Dios.
En un momento en que todo el mundo cree que tiene derecho a todo y que los demás se lo deben financiar, Felipe nos hablaba de deberes y responsabilidades con los demás. Cuando todos le piden al Estado que les resuelva sus problemas, Felipe le enseñaba a la gente a ayudarse a sí mismos y a no esperar impávidos haciéndose los lesos para que los demás se hicieran cargo.
Cuando muchos aspiran a una pega pública con harto poder, buena remuneración, poco trabajo e inamovilidad, Felipe invitaba a los jóvenes a independizarse, emprender y arriesgarse en búsqueda de sus sueños. Los convocaba a no acomodarse, a exigirse al máximo para construir un país mejor, innovando y compitiendo en los mercados abiertos.
Felipe, qué duda cabe, fue un liberal como hay pocos. Tolerante e inclusivo, emprendedor empresarial y social, partidario de una sociedad libre, escéptico del Estado y de su poder opresor.
Felipe era un ciudadano del mundo, totalmente globalizado. Admirador de Hayek, Churchill y Rand, hoy estaría en contra de Trump, pero probablemente simpatizaría con Boris. Era un patriota, pero entendía el patriotismo no como un sentimiento de superioridad frente al resto, sino como un sentimiento de responsabilidad con los nuestros.
Su humanidad y carisma lo transformaron en una leyenda antes de morir. Su fallecimiento en un accidente mientras servía a su país solo engrandeció esa leyenda.
Ojalá su ejemplo sirva para que nuestra juventud se haga cargo de sí misma y se comprometa con su país y con los más necesitados, como lo hacen esos miles de voluntarios que participan en la Fundación Desafío Levantemos Chile, que Felipe fundó con otros chilenos trabajadores, pragmáticos y de buen corazón… como era él.
Felipe, más que hacer política, vivía la política dando testimonio de un trabajo desinteresado por los demás. Por eso Felipe Cubillos fue un hombre libre que amó la vida, desafió a la muerte y se ganó la inmortalidad.
El Mercurio