Eran los ochenta y en esos años en Chile, todo lo que sucedía era lo que mostraba la televisión. Ir más allá era internarse en un espacio peligroso de revistas de oposición que anunciaban una realidad venenosa de la que había que mantenerse a salvo para conservar el optimismo. Según la televisión, el país marchaba a paso de ganso rumbo a la prosperidad, entre comerciales de jugos en polvo y concursos de dispare usted o disparo yo. Fue en ese universo, bajo esos parámetros, en esa lógica que un nuevo sistema de pensiones fue anunciado. No hubo discusión pública, no hubo parlamento, ni consultas a una oposición amordazada. Lo que hubo fueron reuniones entre uniformados y expertos en economía ansiosos por concretar sus ideas. El modelo de seguridad social anterior estaba colapsado y era necesario adherir a una nueva fórmula que fue presentada a la población del mismo modo en que se lanzaba el helado Savory de la temporada: con spots televisivos en canales controlados por el régimen.
Los canales de televisión comenzaron a exhibir los spots difundiendo los beneficios de las AFP después de que el 2 de mayo de 1981 entrara oficialmente en vigencia el sistema. Las nuevas marcas con nombres de fantasía de resonancias rotundas -Summa, Invierta, Santa María- ofrecían un servicio intangible que la publicidad tradujo de un modo simple: Confíenos su dinero, confíenos su futuro.
Lo que aparecía en pantalla era publicidad, un producto que se presentaba en un mundo de fantasía al alcance del consumo; no era información sobre un sistema que definiría la vida de millones de personas con el paso del tiempo. Eran anuncios sin los recovecos de la realidad, ni los alcances de las variables que definen una pensión digna de un monto mensual de miseria. Tal como una empresa que vende productos de uso masivo, las AFP no escatimaron en gastos levantando campañas testimoniales con celebridades de la época. A Mario Kreutzberger, por ejemplo, le pagaron el equivalente a cuatro años de sueldo en Canal 13 por aparecer en un comercial de AFP que solo se transmitía los días sábado. Un año después del debut de las AFP, vino la debacle económica y un alza sostenida del desempleo que no aflojó el resto de la década. Ese periodo debió significar una gran laguna previsional para miles de chilenos.
Muchas cosas cambiaron durante la transición democrática, otras no tanto: la idea de previsión quedó encapsulada en la lógica publicitaria que las mismas administradoras de fondos de pensiones cultivaron. Hasta hace muy poco, un spot representaba a los afiliados con una cifra de dinero que llevaba cada quien bajo se brazo, del mismo modo en que se lleva una cartera o una mochila. Ese dinero es tuyo, nosotros solo lo hacemos crecer. El mensaje durante décadas tuvo como objetivo una audiencia consumidora, no a la ciudadanía. Ahora, cuando las generaciones de jubilados de las AFP van acumulándose año tras año, enfrentándose a un futuro de precariedad o derechamente de pobreza, el discurso de las AFP cambia dramáticamente, toma distancia del modo en que la previsión fue representada como un servicio al cliente: exige seriedad y responsabilidad a los insatisfechos o a quienes buscan con desesperación una fórmula para sobrevivir reclamando la devolución total de sus fondos. Claramente los ahorros previsionales no son lo mismo que una propiedad individual común -una casa, un auto-, pero durante treinta años los responsables de aclarar ese punto no se tomaron la molestia de explicar la diferencia, tampoco de sincerar lo que efectivamente ocurriría. El único vínculo que cultivaron con sus afiliados fue el de un cliente que paga un servicio que solo recibirá a la vuelta de los años sin alertar sobre las mil y una maneras en que una cotización constante se deshacía en migajas mensuales llegado el momento de recibir la pensión.
Han pasado casi cuatro décadas desde el inicio del sistema de AFP. El periodo de ensueño acabó hace mucho para los primeros jubilados, pero solo recientemente para quienes deberían haber hecho algo más que solo vender la fantasía de un retiro feliz al final de una vida de esfuerzo.
Sospecho que el movimiento contra las AFP no es tanto el reclamo colectivo de ciudadanos con un sistema alternativo claramente delineado, sino la frustración compartida de varias generaciones que siguieron las reglas del juego impuesto -la libertad de elegir, la responsabilidad individual- solo para acabar viviendo una pesadilla muy distinta a la promesa original. Exigir el dinero de vuelta no contradice la lógica neoliberal, más bien la refuerza. Que ahora los responsables de las administradoras invoquen la estabilidad del sistema para evitar turbulencias, parece un golpe en la mesa para detener una realidad que los sobrepasa o que derechamente nunca quisieron enfrentar. Un búmeran que los alcanzó y que quieren desconocer, aunque ellos mismos lo lanzaron con energía arrebatadora y resultados millonarios. (La Tercera)
Oscar Contardo