Agustín Squella dedica su columna semanal a una provocativa tesis. El malestar social que Chile tendría se explica mayoritariamente por un enojo con el sistema económico “neoliberal”, y no tanto con el sistema político. En sus palabras, se pregunta: ¿No estará la democracia dando la cara por fallas que no son propiamente suyas, sino del sistema económico que la acompaña? Agustín no profundiza en su definición sobre el neoliberalismo, ni en lo que esta supuesta “doctrina” le agrega al capitalismo, pero abre una interesante pregunta.
De acuerdo a la última encuesta CEP, las cinco principales preocupaciones de la ciudadanía, en orden de prioridad, son las siguientes: seguridad ciudadana, pensiones, salud, educación, y corrupción. Sin lugar a dudas, la economía influye en cada una de estas áreas, y la falta de crecimiento económico en los últimos seis años ha golpeado duramente a la clase media, pero pareciera ser que las deudas y prioridades de nuestra sociedad se encuentran radicadas más en el sistema político que en el sistema económico.
Pareciera que la gran falla ha sido del Estado más que de la economía. Hoy tenemos el mayor gasto público en nuestra historia, pero no ha estado a la altura. Este no es un problema exclusivo de nuestro país. En el reciente libro “How Democracies Die”, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, argumentan que la gran deuda de las democracias liberales ha sido su capacidad de construir instituciones públicas que entreguen servicios de excelencia, sin ser capturadas por otros intereses de los partidos que las manejan. Esa falla institucional es lo que impide construir cohesión social.
En los últimos treinta años, nuestra economía fue capaz de expandirse para generar empleo, y ese empleo logró reducir la pobreza desde el 43% al 8%; sin embargo, durante este período, el Estado fue utilizado como una agencia de empleos por los partidos políticos. Nunca fue modernizado, ni siquiera cuando se implementó la Alta Dirección Pública. A modo de ejemplo, los directores del Sename, quizás el caso más emblemático de la falla del Estado, duraron en promedio 1,5 años en sus cargos en los últimos 20 años. El resultado fue una sistemática violación de los DD.HH. de esos niños por parte del Estado.
El caso opuesto es lo que ha ocurrido en el Banco Central, donde la rigurosidad en su diseño institucional (autonomía con equilibrios políticos transversales) blindó a la institución para que nunca fuese utilizada como un botín de campaña, lo que ha permitido que Chile sea un ejemplo a nivel mundial en política monetaria. Lo doloroso de esta historia es que solo “blindamos” las instituciones económicas, pero no hicimos lo mismo con las instituciones sociales. Existen 580 programas sociales, y a pesar de que muchos de ellos cuentan con una mala evaluación por parte de Dipres, siguen funcionando. El desafío es que todos los servicios públicos de nuestro país funcionen con la excelencia y meritocracia del Banco Central. Inglaterra, Nueva Zelandia y Australia lo lograron.
En la práctica, eso ha generado una fractura en nuestro país. El 10% de Chile que no necesita al Estado, donde se encuentra la élite política y económica, que puede pagar salud, educación y seguridad privada (tres de las prioridades más importantes), y el otro Chile, que incluye al 90% de los chilenos, que se tiene que conformar con la mediocre calidad de la seguridad, educación y salud. Para empeorar la situación, terminamos matando las pocas excepciones del sistema público, como era el caso del Instituto Nacional.
Volviendo a la pregunta de Agustín Squella sobre quién da la cara, pienso que deberíamos invertirla, y plantear: ¿No estará la economía dando la cara por fallas que no son propiamente suyas, sino del sistema político que la acompaña? La reforma al Estado, que incluye obviamente fiscalizar de mejor manera los abusos del sector privado, es probablemente la gran reforma estructural que necesita nuestra democracia para lograr generar verdadera cohesión social. No tenemos que inventar la rueda, hay muchos países que lograron construir seguridad pública, educación y salud pública de excelencia con diseños institucionales robustos, similares al que usamos nosotros en el pasado con el Banco Central. En suma, pienso que es la política la que debe dar la cara y atreverse a devolverles el Estado a los ciudadanos. No puede ocurrir que volvamos a subir los impuestos para meterlos en un saco roto. (El Mercurio)
Felipe Kast