Ni ruedas de carreta ni 250 constituciones

Ni ruedas de carreta ni 250 constituciones

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Poco amigo de la teoría de la conspiración de cualquier procedencia, también desconfío de las explicaciones como la “rabia acumulada” que tenía que estallar. Así como en economía nadie ha predicho una crisis, tampoco las grandes convulsiones políticas lo han sido. Sin embargo, hubo signos premonitorios. Uno de ellos, la autodestrucción del Instituto Nacional, incluso con apoyo de un sector de los padres. ¿Tierra de salvajes?

Distinta es la necesidad vital de explicarnos la raíz última de lo que nos sucede, e identificar sus múltiples caras. Teniendo claro que la quema inicial de estaciones del metro tiene que haber recibido una cuota de organización y planificación (probablemente por grupos extremistas), el estallido violento y su expansión en menos de 24 horas a la totalidad del país mostró características congénitas.

Imprevisible y de manera abrupta, se nos cayó encima un aviso de vulnerabilidad que hay que apreciar en su verdadera dimensión. Que la crisis sea objetiva o subjetiva es harina de otro costal. Mas, cuidado con caer en la trampa de tanto comunicador: reconocer la potencia abisal de esta realidad no significa en ningún momento tener que comulgar con ruedas de carreta. Uno no tiene por qué aceptar una presunta verdad última en la explosión de furia y deseo que irrumpió hace 18 días.

¿Qué la ocasionó? Se dice, el modelo neoliberal y el capitalismo, palabras esgrimidas como piedras arrojadizas, más complejas de lo que se imaginan quienes se deleitan en ellas. Adelanto hipótesis.

Una, que a la modernización incompleta que hemos experimentado le sucede, como a todas las épocas en que la gente se enriquece, que la tensión moral se diluye y con ello se aflojan los vínculos de un deber ser entre nosotros; se le suma el avance que hemos tenido hacia la hegemonía de una parte de la población por parte de mafias. En la conciencia del hombre común y corriente en todos los sectores sociales aparece la búsqueda de la pequeña o gran ventaja como el único horizonte a buscarse. Segundo, que a la concentración en grandes conglomerados, un factor que parece ser inescapable al progreso económico, no le acompaña —salvo el advertising— un cemento de la sociedad, la conciencia de estar unidos por una historia y una tarea, mientras se exacerba la demolición de dioses e ídolos de toda especie, incluyendo a los entusiastas con la tarea nihilista; y no funciona bien en nuestro Chile la posibilidad de reclamar contra el abuso, por la pobreza de mecanismos prácticos: el ciudadano de a pie se encuentra ante un muro que primero dice no. El tema de la desigualdad va por esta vertiente, que se traduce en inequidad, quizás un corazón de la crisis. Tercero, sin ser Chile particularmente del llamado Primer Mundo, esta rebelión ha tenido más el carácter de esos sistemas antes que de una auténtica revuelta social; no tiene nada de extraño, ya que la crisis ideológica de Chile, en particular la del segundo tercio del siglo XX, se parecía más a las de Europa de entreguerras que a las latinoamericanas de entonces o de la Guerra Fría.

¿Cómo se sale de este callejón sin salida? Al revés de un distinguido columnista de estas páginas, pienso que no es imposible orientarse por la brújula de la “normalidad”, que se halla en las sociedades que consideramos modelo, normales si se quiere, entendiendo que en lo humano habita lo precario y a la vez una fortaleza de fondo, la creatividad. En todo caso, no está de suyo en una nueva Constitución, que temo sea una aventura en los infiernos. Entre 1808 y 2006, en América Latina hubo 250 constituciones. ¡Hasta cuándo! ¿No se hallará por aquí una raíz de los problemas?

 

Joaquín Fermandois/El Mercurio

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