Si la circunstancia que experimentamos y la discusión que genera se desvía hacia confrontaciones extremas, nadie puede asegurar que no ocurra. Esta es la situación.
La explosión social que venía incubándose desde hace años contiene demandas que no habían sido atendidas y menos resueltas, sin poder precisarse exactamente el momento en que se prendió el reguero de pólvora que la hizo estallar. Si bien se ha comprendido cuáles son los principales cambios, reformas y necesidades que deben satisfacerse con urgencia, la situación actual no es propicia para enfrentar el desafío en forma razonable.
Un manto de desconfianza gravita en el parecer de demasiada gente sobre instituciones del Estado que son fundamentales, y también alcanza al empresariado. La clase política, por su parte, está desacreditada, ocupan los niveles más bajos de aprobación nada menos que la Presidencia de la República y el Congreso Nacional.
Hubo y hay manifestaciones urbanas civilizadas, pero ellas han sido y son desbordadas a manos de grupos de diferente naturaleza que delinquen sin descaro. Se perdió el respeto por la autoridad; no obstante, fueron apoyados a viva voz, y lo son ahora en sordina por partidos de izquierda que alentaron la desobediencia civil y legitiman el uso de barricadas incendiarias. En otras palabras, llaman a subvertir el orden público.
En medio de la incertidumbre, no asoman líderes capaces de conducir el proceso con ideas que generen consensos, con visión de bien común. Es que también el comportamiento de los partidos ha sido desacertado, calamitoso se podría agregar. Preocupados de sacar algún rédito de la crisis para su bando, solo hemos sabido de controversias parlamentarias en las que la descalificación e intolerancia son moneda corriente, rasgo claramente antidemocrático y contrario al código de conducta que los rige (¿lo conocerán?). Algunos sectores ya no escuchan al adversario; no interesa entender sus posiciones, porque se actúa dogmáticamente. Si hasta ocurre al interior de las mismas bancadas. Lo más preocupante, en realidad, es que la polarización se instaló definitivamente.
Con este clima, ¿qué se puede esperar de una Convención Constituyente? Para qué decir mixta, con presencia de enfervorizados congresistas. Todos, síntomas que no auguran buen pronóstico. Puede parecer apocalíptico, pero reconozcamos que nuestra democracia se nos presenta frágil y hay que empeñarse en robustecerla en vez de socavarla. Que exista voluntad de entendimiento en quienes tienen ese deber.
Nuestra historia enseña al respecto dos cosas: 1) que el proceso de polarización dogmática es progresivo y solo se toma conciencia del hecho cuando ya es irreversible, y 2) que en cada ocasión que la polarización se ha desorbitado, los mismos que la agudizaron han buscado soluciones extremas. Pasó en 1891, pasó en 1973. (El Mercurio)
Álvaro Góngora