Mientras médicos, enfermeras, técnicos en salud libran una dura guerra contra el coronavirus en nuestro país bajo el mando de la autoridad sanitaria, paralelamente se desarrolla otra guerra: la de las comunicaciones.
Desde un principio, algunos sectores de la oposición política y ciertos medios de comunicación iniciaron una sistemática guerra contra la autoridad sanitaria y el gobierno del presidente Piñera, con el indisimulable objetivo de culparlos por el manejo de la pandemia y sus inevitables consecuencias de muerte y dolor. La batuta en el campo comunicacional la ha llevado, como otras veces, la televisión abierta. Los matinales se han llenado de críticas y recomendaciones de todo tipo de personajes que señalan supuestos errores del gobierno y prescriben, no sabemos con qué credenciales, lo que hay que hacer en tal o cual circunstancia. Así, los Rafael Garay de estos tiempos nos decían que había que decretar cuarentena total; luego criticaban al gobierno porque la cuarentena no permitía a las personas de bajos ingresos procurarse el sustento, cosa que ya había dicho la autoridad; después objetaron la entrega de cajas de alimento a la población con todo tipo de argumentos falaces, pues éstas fueron recibidas con agradecimiento por parte de la gente; también califican de exiguas las ayudas en dinero que entrega el gobierno ahora. Abundan las denuncias y los “hay que”. Muy ocasionalmente, algún invitado entrega una buena idea o muestra una iniciativa positiva. Es la excepción, el tono casi monocorde es de constante crítica y lamento. Cuánto de intencionalidad política y cuánto de sensacionalismo y frivolidad hay en ello es difícil de determinar.
Los noticiarios de televisión, por su parte, partieron con la batalla de los muertos. Con periodistas apostados a la entrada de los hospitales anunciando el colapso del sistema, la llegada del drama de la última cama que se vio masivamente en España o en Italia. Se llegó a organizar montajes por extremistas como la funcionaria Gloria Pinto y otros que, enquistados en el sistema público de salud, agredieron a autoridades e hicieron falsas denuncias sobre fallecidos por falta de ventiladores mecánicos.
La periodista Alejandra Matus informaba que al 29 de abril había 4.201 muertes por enfermedad respiratoria desde el inicio de la pandemia que eran atribuibles al coronavirus, mientras la autoridad sanitaria informaba 209 muertes. Denunciaba, así, que las muertes eran 20 veces más que las oficiales. Un estudio de Espacio Público argumentó que la cifra oficial debía aumentarse en 0,86. Luego el Minsal adoptó el criterio más estricto de la OMS, llegando a aumentar en 0,75 su cifra. La discusión sobre el subreporte de fallecidos por Covid 19 está en todo el mundo, es válida y los criterios no son uniformes. Aumentar en 0,75 o 0,86 la cifra está en los rangos bajos de corrección, pero hacerlo 20 veces es un despropósito, una monstruosidad, una falta de rigor profesional o mala intención que son impresentables. Algunos canales, sin embargo, “valoraron” que con su denuncia Alejandra Matus había revelado el subreporte y la consideraron una fuente válida en la materia, invitándola a matinales, donde, entre otras cosas, se permitió acusar de corrupción al representante de la OMS en Chile y siguió disparando contra el gobierno.
Aún defenestrado, el doctor Mañalich sigue ganando la batalla por la última cama. Los reporteros de la televisión merodean menos por los hospitales y sus conductores muestran menor ansiedad en la materia, parece que la presión empieza a disminuir. La intensidad de la batalla por los muertos ha bajado, logró derribar a Mañalich y ahora está más bien marcada por episodios patéticos, indecentes, como la exposición y crítica a la familia del Presidente Piñera por el funeral de su tío, el obispo Bernardino Piñera, que pese a que se ajustó al protocolo dictaminado por la autoridad sanitaria, motivó ataques y “denuncias” de parlamentarios como Ascencio, Jackson y Navarro; que integrarán, para la historia, una reducida lista del oprobio y la vergüenza, por traficar con el dolor por la muerte de familiares.
Si amaina el ataque del coronavirus, los chilenos de buena voluntad así lo esperan, la batalla por los muertos perderá intensidad, pero la guerra continúa. Las batallas principales serán otras. Se intentará demonizar a las empresas culpándolas de los contagios, porque hay algunas que han falseado antecedentes, según ha denunciado Alejandra Matus. Esto nos anuncia que por ahí viene una batalla importante.
Lo que se instala ahora en la pauta del periodista de izquierda es obstaculizar la vuelta a la normalidad. Se intentará por todos los medios impedir que la gente vuelva a ganarse la vida con su trabajo y se procurará prolongar, ojalá perpetuar, su dependencia del Estado. Y en esta batalla habrá avanzadas; ya están actuando oficiales que elaboran y perfeccionan pautas y tropas que las ejecutan con mayor o menor torpeza. Pero también habrá tontos útiles, buenistas, que, desde el gobierno o su entorno, caerán en la trampa y pondrán el énfasis en denunciar a empresas, en lugar de colaborar porque la gran mayoría de ellas -que no hace trampas, sino trabaja para hacer crecer el país y plantea a las autoridades protocolos razonables para hacerlo- pueda volver a dar trabajo a cientos de miles de chilenos que lo han perdido.
Porque en eso consiste, a la larga, la guerra de las comunicaciones. Saldremos de la delicada situación en que se debate Chile por la vía de entregar a las personas herramientas para que puedan forjarse un futuro mejor, o seguiremos en lo que estamos, con cada vez más chilenos comiendo de la mano del Estado, para así hacerlos depender de los políticos. Para lo primero necesitamos que las empresas puedan volver a trabajar; la otra vía prefiere que no sea así y que el Estado mantenga a las familias. Demás está decir que la segunda vía sólo conduce a mayor pobreza. Así se ha demostrado, una y otra vez en la historia de la humanidad. El gobierno tiene las capacidades para ganar esta batalla en el ámbito sanitario y económico, pero puede perderla en el comunicacional. Dependerá de su coraje y determinación. (El Líbero)
Luis Larraín