La frase “comunismo o libertad” ha sido la frase del año. Instaurada en las recientes elecciones de Madrid por la actual presidenta Isabel Díaz Ayuso en su campaña contra Pablo Iglesias, fue usada también en el reciente “empate” peruano.
¿Será usado el lema en las próximas elecciones presidenciales?
Todo parece indicar que sí.
¿Es fruto de una “campaña del terror”?
La evidencia indica que no.
El reciente programa presentado por el candidato Daniel Jadue establece —pese a una cierta cosmetología de moderación— al menos dos aspectos que adelantan lo que se viene y que nos remonta a las raíces más profundas del dilema entre la libertad y el comunismo.
En primer lugar, el programa establece que “bajo ningún punto se considerará el uso de la fuerza para el desalojo de asentamientos precarios”, lo que no es más que simplemente el anuncio del fin de la propiedad privada. Al menos como la conocemos.
La esencia de un Estado, nos dirán Hobbes y Locke, es resguardar la integridad física y la propiedad privada. Para ello se requiere justicia y policía. De otra forma, nadie tiene certeza de que lo suyo es suyo, la violencia se disemina en una sociedad en que cada uno debe defenderse como puede, y la economía se paraliza.
¿Llama la atención lo dicho por el programa de Jadue? No, ya que el propio Marx dice en el Manifiesto Comunista que es el capitalismo el que ha excluido de propiedad privada a los proletarios. Es decir, disfrazando el “vamos a garantizar la propiedad privada” no se está haciendo más que adelantar que ello no ocurrirá. Y eso es válido para el que tiene un fundo, una parcela, un terreno o una casa.
En segundo lugar, el programa plantea “modificar la concepción neoliberal de los derechos asociados a la comunicación y hacer más equitativo el sistema de medios”, una vieja entelequia que no busca otra cosa que restringir severamente la libertad de prensa, anunciando desde ya que “podrán revisarse las concesiones”.
¿Llama la atención lo dicho por el programa de Jadue? No, es la fórmula que se ha aplicado en todos los países comunistas. En ninguno de ellos existe pluralidad, sino que simplemente información oficial “revolucionaria”, tal como ocurre, en su versión más burda, con el Granma en Cuba, el Diario del Pueblo en China o el Pyongyang Sinmun de Corea del Norte; o en su versión descafeinada en las “leyes de medios” de Ecuador de Correa, en Venezuela o en Bolivia.
Daniel Jadue ha insistido en diversos foros que no tiene un modelo externo. Que lo que se busca es crear el propio modelo para Chile. Algo así como la nueva versión de la “revolución con empanadas y vino tinto”. Sin embargo, ese modelo —tal como hace 50 años— tiene un guión clarísimo y no es más que la vieja receta tantas veces usada y de tan dramáticas consecuencias.
Basta recordar que hace menos de dos años el Parlamento de la Unión Europea, por contundente mayoría, situó oficialmente al comunismo al mismo nivel que el nazismo: “ambos regímenes cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones, y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad”.
Ciento cincuenta años de historia permiten emitir un juicio sobre el comunismo, donde la democracia, la libertad y la economía se han visto indefectiblemente secuestradas. Por esa razón, no es una campaña del terror pensar que la clave que se va a jugar en esta elección es entre aquellos que defienden el comunismo y aquellos que creen en la libertad. Tal como en Madrid, tal como en Perú.
No está de más recordar lo que Platón adelantaba en “La República” de quien se erige como “el paladín del pueblo”: “Al principio, sonríe y saluda a todo el que encuentra a su paso, niega ser tirano, promete muchas cosas en público y en privado, libra de deudas y reparte tierras al pueblo y a los que le rodean y se finge benévolo y manso para con todos”. Pero el final termina siempre trágicamente. (El Mercurio)
Francisco José Covarrubias