La eclosión de candidatos presidenciales dispuestos a competir en la primera vuelta electoral de noviembre próximo augura al menos dos escenarios iniciales: que no habrá un aspirante que consiga la mayoría absoluta en la primera medición; y que, en el balotaje, los votantes, más que por cuestiones ideológico-partidistas, tenderán a dividirse por razones derivadas de la confianza que le otorgan la probidad, capacidad de gobernanza, personalidad y currículo de los finalistas y sus mentores.
En efecto, hasta ahora, la panoplia de competidores anunciados se extiende al menos a 27 representantes de diversos grupos, coaliciones e independientes, de los cuales, siete son los más mencionados: por el Frente Socialcristiano, José Miguel Kast; por Chile Vamos, Sebastián Sichel; por Unidad Constituyente, a definirse el 21 de agosto; por Chile Digno, Daniel Boric; por la Lista del Pueblo, Cristián Cuevas; por el Partido de la Gente, Franco Parisi; y el independiente, Cristián Contreras (Dr.File).
También se espera la decisión de otros colectivos como Unión Patriótica, con Eduardo Artes; y de independientes que, según el Servel, incluyen al ex candidato Tomás Jocelyn-Holt; el empresario Bernardo Javalquinto; el ex dirigente de Izquierda Ciudadana, Diego Ancalao; el profesor Sergio Tapia; el ingeniero informático no vidente, Gustavo Serrano; a Marcela Aranda, directora del Observatorio Legislativo Cristiano; al dirigente evangélico y presidente de la Fundación Liderazgo Ciudadano, Abraham Larrondo y a la abogada y académica de la Universidad de Chile, Carola Canelo.
Completan la lista otros independientes como Rodrigo Nagel, David Fernández, Eduardo Concha, José Carvajal, Juan Carlos Neubauer, Rocío Muñoz, José Antonio Gómez Oñate, Rodrigo Yáñez, Patricio Flores, Lastenia Ahumada, Luis Montecinos y la publicista Carolina Zambrano, quienes, en caso de lograr las firmas necesarias, se sumarán en la papeleta de noviembre.
Como parece evidente, más allá de la competitividad real de parte importante de éstos aspirantes -que reduce el análisis pertinente a las expectativas de no más de cinco o seis- la mera presencia de un listado tan amplio predice una dispersión de sufragios que, considerando la “morulación” actual de la actividad político partidista, hace relevantes las diferencias cuantitativas de menor tamaño y, en consecuencia, incidentes a los aspirantes que, sin muchas posibilidades, pueden atraer, en primera vuelta, unos cuantos miles de votos decisivos para los incumbentes.
Una de las características de la política democrática, avanzada ya la tercera década del siglo XXI, es que, tras la experiencia de la división ideológica que caracterizó al siglo XX, entre partidarios de la libertad, asociada a la democracia de mercado capitalista; y la igualdad justiciera, prometida por la democracia socialista centralmente planificada, las personas que han experimentado o conocido el funcionamiento de ambos modelos parecen haber concluido mayoritariamente -la actual tendencia a la moderación así lo refleja- que la libertad sin regulación y mutada en libertinaje, conlleva a abusos e injusticias, pero, al mismo tiempo, que dichas inequidades y desigualdades no se resuelven mediante una dictadura de un partido único que, dominando el Estado, rige férreamente los destinos del país, sino a través de mayor control democrático ciudadano.
Así las cosas, tanto las “derechas” como las “izquierdas” han visto remecidos sus postulados ideológicos más propios del siglo pasado, debiendo ajustar sus respectivos discursos hacia una creciente convergencia que promete gobiernos que, respetando los derechos humanos, no significarán ni prácticas autoritarias estatistas que limiten las libertades, el consumo y derechos ciudadanos altamente valorados, ni el libertinaje y ausencia normativa de un Estado meramente subsidiario, sino solidario, que garantice socialmente derechos mínimos básicos como la salud, educación y previsión digna para todos. Por cierto, en tal proceso en marcha subsisten aún sectores anclados a las tradicionales visiones del mundo del siglo XX, pero, como hemos visto, su influencia política decae a medida que los nuevos liderazgos y realidades económicas, tecnológicas y culturales de un mundo abierto y concatenado, imponen un tipo de relaciones sociales más adecuado a los nuevos tiempos.
En ese marco, los tradicionales ejes político-ideológicos de estatismo vs libre mercado, comunismo vs capitalismo, conservadurismo vs liberalismo, individualismo vs colectivismo outrance, junto con irse conjugando desde sus extremos hacia el centro de las coordenadas, parecen migrar también hacia otra multiplicidad de nuevos clivajes culturales e identitarios que conducen a cierta convicción mayoritaria de que las amenazas a la libertad, la dignidad e igualdad, se enfrentan eficazmente con más democracia y libertad de ciudadanos respetuosos de las normas que rigen sus relaciones con otros, más que con el discurso de la imposición o la guerra.
Las nuevas rupturas que origina la sostenida expansión de la libertad como destino -de género, etareas, reproductivas, sociales, raciales, ambientales, alimentarias, biocompasivas, etc.- se transforman en los núcleos de luchas emergentes por mayor dignidad, respeto e igualdad de oportunidades de los hasta ayer invisibilizados, en un marco de redacción, suscripción y apoyo de nuevos contratos sociales que consideran un incremento de la “solidaridad social”, compelida no desde la sociedad civil como sustrato ético, sino desde el Estado, como acuerdo para una mayor cohesión social, buscando reequilibrios que, convenidos por mayorías políticas circunstanciales, la democracia liberal permite según sus diversas coyunturas espacio temporales.
Así, con la excepción de sectores radicales que persisten en visiones del mundo estructuradas, aunque ancladas en antiguas interpretaciones correspondientes a un período de la historia que muere, las mayorías actuales parecen renunciar a visiones totalizantes y homogéneas de mundo que caracterizaron el siglo XX y deambulan por un curso de ideas más estilo mosaico o caleidoscópico, que no ofrece ni exige consistencia, ni coherencia plena, dejando espacio a aquellas preguntas que no tienen respuesta desde las ciencias sociales ni físicas y que posibilitan la libre construcción de los propios proyectos individuales, familiares o grupales.
Las nuevas generaciones conviven así en un universo de ideas y percepciones que conforman una mixtura aleatoria entre ciencia y mitos, realidad e imaginación, creencias animistas y uso masivo de tecnologías digitales, buscando certezas en relatos existenciales que asienten su percepción del mundo, en un entorno en el que, por lo demás, la tradicional autoridad científico-técnica, política, social, religiosa o cultural ha sido puesta en el pizarrón de la crítica del modo en el que, a inicios del siglo XX, lo relatara con tanto acierto Santos Discépolo en su proverbial tango “Cambalache”.
De allí que, en el supuesto de que en noviembre el vencedor de las presidenciales fuera uno de los más probables aspirantes actuales según las encuestas, las diferencias efectivas en la gestión de Gobierno se medirán, más que en el ámbito propiamente ideológico, en la profundidad práctica con la que uno u otro reivindicará el papel del Estado o el de la sociedad civil e iniciativa privada en la actividad económico-social y cultural de las personas. Sus posturas revelarán así, el mayor o menor peso que su Gobierno pondrá sobre los hombros de los contribuyentes y consumidores que aportan sus impuestos para la gestión del Estado.
Su acercamiento a la libertad se medirá, también, en la intensidad de la apertura del país al intercambio mundial, si es que el nuevo Ejecutivo, por ejemplo, estimara favorable la creación de empresas y corporaciones estatales o mixtas que compitan con servicios y productos que hoy se consiguen en el exterior, pues es muy probable que su oferta interna no parta con la productividad de los players de calidad mundial que proveen dichos bienes o servicios y, en consecuencia, deban ser protegidas arancelariamente para sobrevivir, aumentando los precios a los que los chilenos adquieren ese bien o servicio.
Si bien todo parece indicar que, en el evento del triunfo de uno de los favoritos, las libertades y derechos políticos no estarían en peligro inmediato, en la medida que todos se declaran abiertos defensores de los derechos humanos, es conveniente no olvidar que mientras más recursos y poder se transfiere desde la ciudadanía al Estado -aún con nobles propósitos de asegurar una solidaridad intra-ciudadana que evite injusticias en educación, salud o previsión- tal aumento puede, en algún momento, incitar en sus administradores públicos, idénticos efectos que los que promovieron la convergencia hacia esa mayor justicia e igualdad y que, como se sabe, emergieron de las asimetrías producidas por una libertad no regulada de empresarios que la mal usaron; y de la ralentización económica que anteriores transferencias justicieras de recursos al Estado produjeron en los últimos 10 años.
Junto con la elección presidencial, tanta o más relevancia tendrán los comicios parlamentarios, en la medida que, como hemos visto, el permanente choque entre un Ejecutivo y un Congreso con minoría oficialista y una oposición intransigente, no es solo un problema político, sino que afecta el estándar de vida de una ciudadanía que espera soluciones a sus demandas bajo criterios de mayor pragmatismo y no partisanos. El conflicto que no se resuelve, en definitiva, termina interpretándose como simple lucha por el poder con propósitos mezquinos, sentido común que, por lo demás, explica los escuálidos porcentajes de apreciación que las personas tienen respecto de los partidos, el Congreso y el Ejecutivo, así como la renovada explosión de candidatos independientes surgidos en todas las elecciones recientes.
Por cierto, la presente selección de candidatos parlamentarios en marcha será otro escenario en el que los partidos, movimientos y/o grupos de independientes podrán mostrar o no ese rostro poco amable de la competencia política feroz -tanto o más cruel que la de los tan criticados mercados de bienes y servicios-, así como su adhesión efectiva -y no solo discursiva- a los conceptos de meritocracia, igualdad de oportunidades y libertad que todos y cada uno proclama como objetivos de sus aspiraciones. En tal caso, dada la citada convergencia de discursos -porque en las campañas los detalles técnicos son inasibles-, los puntos competitivos serán la novedad, independencia y juventud del aspirante, así como la confianza que otorgan su probidad, capacidad de gobernanza, personalidad y currículo. Como en el fútbol, aun con buenos jugadores, no cualquier entrenador consigue lo mejor de su equipo.
Así, es posible que, en los comicios parlamentarios, los nuevos clivajes determinados por cuestiones culturales e identitarias tengan mayor relevancia dada la segmentación de los electores y menores votaciones exigidas para esos bien remunerados cargos. Sin embargo, no en la presidencial, pues, en lo nacional, ninguna de las minorías que emergieron de la elección de la convención constituyente -y que parecieran “representar tan bien al Chile nuevo”- conforman un patrón de preferencias que pueda otorgar la mayoría que primera magistratura requiere.
Las modernas mayorías nacionales se estructuran “más en la forma de un racimo que en la de una sandía” y responden a temáticas plurales y múltiples en las que, si bien puede haber consenso en cierta lista de demandas urgentes y la necesidad de ser suplidas en mayor cantidad y calidad, hay claras diferencias metodológicas, tanto por las dudas sobre su eventual pertinencia y éxito, como por sus posibles resultados: no es lo mismo hacer una mesa con un serrucho que con un hacha.
En definitiva, más allá de la voluntad de los incumbentes, el mercado de la política -tanto en su oferta como en su demanda- se ha diversificado y, por consiguiente, ha aumentado la competencia, aunque, en las próximas elecciones, está por verse si la competitividad. Algunos ya han reaccionado como todo jugador dominante, buscando mantener su posición a través de reducir sus competidores. Otros, los emergentes, exigiendo condiciones de igualdad, “bajando de los patines” a quienes lideran la oferta. De ambos movimientos surgirán los nuevos elegidos y será la ciudadanía la que los sancione.
Varias décadas de mercados libres han educado a los ciudadanos chilenos en sus capacidades para elegir, premiando o castigando, con sus decisiones de compra, abusos monopólicos, fraudes y colusiones de productores de bienes y servicios privados. Habría que esperar que ahora, enfrentados a una determinada oferta presidencial y parlamentario, esa inteligencia colectiva mejore las condiciones de un mercado político depreciado a raíz de sus propias malas prácticas.
Una inteligencia colectiva fundada en la libertad premiará a quienes ofrezcan poner al Estado al servicio de los ciudadanos y no al revés, modernizando, de una vez por todas, sus atrasadas estructuras. Castigará el costo desproporcionado de tantos proyectos públicos o sociales que no muestran resultados; la lentitud con la que ciertas oficinas fiscales entregan los servicios públicos para los que fueron diseñados; pondrá duras barreras a la trasgresión de derechos sociales comprometidos, pero nunca materializados por demagogia o mala gestión; contendrá la coerción abusiva de libertades y exigirá responsabilidades frente a aquellos gruesos fiascos de administración y políticas -cuando no de fraudes y corruptelas- que han afectado tanto el desarrollo potencial del país y su gente producto de un Estado burocrático, pesado y agobiante que, cooptado periódicamente por malos gestores, nunca compensa con justa retribución a los esforzados ciudadanos contribuyentes que lo financian. (NP)